2008
Experimentar un cambio en el corazón
Junio de 2008


Lecciones del Libro de Mormón

Experimentar un cambio en el corazón

Imagen
Elder Keith K. Hilbig

Hace unos años me encontraba en una conferencia de zona para misioneros en Europa oriental. Un joven élder se puso de pie delante de sus compañeros y compartió una experiencia que le cambió la vida. Su compañero y él habían encontrado y enseñado a un hombre de mediana edad llamado Iván (el nombre se ha cambiado) en una ciudad remota. Este investigador había tenido una vida difícil, como demostraba su ropa desgastada, su barba desgreñada y su actitud insegura. Había pasado por experiencias duras y penosas.

Iván no había recibido ninguna educación religiosa y tenía muchas cosas que superar. Debía dejar atrás las costumbres que no estaban en armonía con el Evangelio restaurado; tenía que aceptar y poner en práctica nuevos principios. Quería aprender y se preparó diligentemente para su bautismo y confirmación. Su ropa desgastada y su barba desgreñada no habían cambiado, pero había dado los primeros pasos. Poco después del bautismo de Iván, aquel misionero fue trasladado y tenía la esperanza de poder ver a Iván de nuevo algún día.

Seis meses más tarde, el presidente de misión volvió a asignar al joven élder a su antigua rama. Con cierta sorpresa, pero ansioso por volver, el primer domingo, ese élder llegó temprano a la reunión sacramental con su nuevo compañero. Los miembros estaban contentos de que estuviera de nuevo con ellos y se apresuraron a saludarle calurosamente con una gran sonrisa.

El élder reconoció a casi todas las personas de aquella pequeña congregación. No obstante, entre los rostros buscó en vano a aquel hombre que su compañero y él habían enseñado y bautizado hacía seis meses. Entonces le surgieron sentimientos de decepción y tristeza. ¿Acaso Iván había vuelto a sus costumbres perniciosas? ¿No había honrado su convenio bautismal? ¿Había perdido las bendiciones que se le prometieron al arrepentirse?

Los temores y las reflexiones del élder quedaron interrumpidos por la llegada de un hombre desconocido que se dirigía corriendo hacia él para abrazarle. Aquel hombre iba afeitado y tenía una sonrisa llena de confianza, y su semblante irradiaba una bondad evidente. Llevaba camisa blanca y una corbata con el nudo hecho con esmero, y se disponía a preparar la Santa Cena para aquella pequeña reunión matinal del día de reposo. El élder no lo reconoció sino hasta que empezó a hablar. ¡Era el nuevo Iván, no el antiguo a quien habían enseñado y bautizado! Veía en su amigo la personificación del milagro de la fe, del arrepentimiento y del perdón; vio la realidad de la Expiación.

El misionero explicó a sus compañeros en la conferencia de zona que Iván había cambiado y progresado en todos los aspectos durante los meses en que él había estado ausente de la rama. Había abrazado el Evangelio, y lo irradiaba; había experimentado un “cambio en el corazón” (Alma 5:26) suficiente para bautizarse así como para seguir adelante con firmeza en el proceso de la conversión. Estaba preparándose para el sacerdocio mayor y las ordenanzas del templo. Ciertamente, había pasado por la experiencia de “nacer de nuevo” (Alma 7:14).

A la conclusión de su mensaje, se preguntó a sí mismo en voz alta: “Hasta qué punto he experimentado un ‘cambio en el corazón’ durante los últimos seis meses?”. Y prosiguió con el análisis de sí mismo, preguntando: “¿He ‘nacido de nuevo’?”. Son dos preguntas profundas que cada uno de nosotros debería hacerse continuamente.

Con el paso de los años, he reflexionado sobre las palabras de aquel joven misionero y los actos de Iván. He meditado en el “gran cambio” (Alma 5:12) en nuestros corazones y en el nacer “espiritualmente de Dios” (Alma 5:14) y su función en el proceso de aceptar el Evangelio restaurado. He llegado a la conclusión de que son claramente una parte importante de la doctrina del Señor, y no experiencias que acontecen una sola vez durante la vida terrenal. Se trata de oportunidades constantes, destinadas a profundizar el proceso de la conversión y del refinamiento personal individual. Nos preparan más a fondo para la vida eterna.

Desafíos del renacimiento espiritual

Los desafíos de nacer de nuevo y de experimentar un gran cambio en el corazón son retos que todos debemos afrontar. Algunos cristianos creen que se nace de nuevo simplemente reconociendo a Cristo como el Salvador del mundo, independientemente del comportamiento personal en el pasado o en el futuro. Algunos aseguran que el simple reconocimiento de la misión de Cristo, en combinación con la simple expresión de creencia en Cristo, será suficiente para regresar algún día a la presencia del Padre y del Hijo. Por bien intencionada que parezca esa postura, no es correcta.

El Nuevo Testamento hace numerosas referencias al concepto de nacer de nuevo; pero, en la traducción que tenemos, no siempre se explica exactamente cómo se logra. Por ejemplo, el Salvador (véase Juan 3:5–7), Juan el Bautista (véase Mateo 3:11) y Pablo (véase Romanos 6:2–6; 2 Corintios 5:17; Gálatas 4:29; Efesios 4:24) proclaman este principio, pero no aclaran su significado.

En cambio, el Libro de Mormón es una maravillosa fuente a la que se puede recurrir para comprender mejor el proceso de experimentar un potente cambio en el corazón y de nacer de nuevo. Sus profetas aportan una declaración doctrinal más completa en cuanto al proceso. Alma, hijo, exploró a fondo ambas expresiones e hizo las siguientes tres preguntas a los miembros de la Iglesia: “Y ahora os pregunto, hermanos míos de la iglesia: ¿Habéis nacido espiritualmente de Dios? ¿Habéis recibido su imagen en vuestros rostros? ¿Habéis experimentado este gran cambio en vuestros corazones?” (Alma 5:14).

Gracias a los libros canónicos, sabemos que el bautismo por inmersión nos permite llegar a ser miembros de la Iglesia, pero esa ordenanza en sí no constituye el renacimiento espiritual que nos permite regresar a la presencia del Padre Celestial. Del mismo modo, cuando se nos confirma después del bautismo, tenemos derecho a la compañía constante del Espíritu Santo. No obstante, sólo cuando nos hemos arrepentido verdaderamente —y por consiguiente recibimos en realidad el Espíritu Santo—, podemos ser santificados y así nacer de nuevo espiritualmente. Por lo tanto, las penetrantes preguntas de Alma son válidas para cada uno de nosotros repetidamente a lo largo de la vida.

El presidente Brigham Young (1801–1877) predicó el “nuevo nacimiento” de la siguiente manera: “El nacimiento del Espíritu mientras vivimos en la carne es algo que existe. Y cuando comprendamos más perfectamente nuestra propia organización independiente, la cual Dios nos ha dado, y el mundo de los espíritus y los principios y poderes que actúan en ese organismo, aprenderemos que una persona puede consagrarse tan completa y exclusivamente al Espíritu de verdad y a Dios, y ser envuelto en tal medida por ese Espíritu, que se puede considerar, con buen criterio, un nuevo nacimiento”1.

El rey Benjamín, en su conmovedor discurso a su pueblo, les aconsejó respecto a la manera de vivir los principios del Evangelio (véase Mosíah 2–4). Después, con intrepidez, les preguntó si creían en sus palabras. Su conmovedora respuesta constituye un potente ejemplo: “Y todos clamaron a una voz, diciendo: Sí, creemos todas las palabras que nos has hablado; y además, sabemos de su certeza y verdad por el Espíritu del Señor Omnipotente, el cual ha efectuado un potente cambio en nosotros, o sea, en nuestros corazones, por lo que ya no tenemos más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente” (Mosíah 5:2).

También dijeron: “Y estamos dispuestos a concertar un convenio con nuestro Dios de hacer su voluntad y ser obedientes a sus mandamientos en todas las cosas que él nos mande, todo el resto de nuestros días” (Mosíah 5:5; cursiva agregada).

El rey Benjamín les explicó entonces lo que había sucedido y los resultados de ello, y sus palabras nos dan una excelente definición del nacer de nuevo:

“…Habéis declarado las palabras que yo deseaba; y el convenio que habéis hecho es un convenio justo.

“Ahora pues, a causa del convenio que habéis hecho, seréis llamados progenie de Cristo, hijos e hijas de él, porque he aquí, hoy él os ha engendrado espiritualmente; pues decís que vuestros corazones han cambiado por medio de la fe en su nombre; por tanto, habéis nacido de él y habéis llegado a ser sus hijos y sus hijas” (Mosíah 5:6–7).

Esos seguidores del rey Benjamín ciertamente habían experimentado un cambio en el corazón tan intenso que ya no tenían más deseos de hacer el mal; además, habían sido engendrados espiritualmente, o sea, habían nacido de nuevo.

Recuerden que nacer de nuevo no elimina los recuerdos que tengamos de pecados anteriores, pero sí proporciona una conciencia tranquila y alivia el dolor de la transgresión (véase Mosíah 27:29; Alma 36:19).

Las bendiciones del nacer de nuevo

El élder Bruce R. McConkie (1915–1985), que fue miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, nos recuerda que “estos miembros de la Iglesia que en efecto han nacido de nuevo se encuentran en un estado bendito y favorecido. Han alcanzado su posición no por el simple hecho de unirse a la Iglesia, sino mediante la fe (1 Juan 5:1), la rectitud (1 Juan 2:29), el amor (1 Juan 4:7) y el haber vencido al mundo (1 Juan 5:4)”2.

Alma, hijo, experimentó personalmente la transformación de ser enemigo de Dios al convertirse en una nueva criatura, un ser que se había convertido y por tanto estaba comprometido a edificar el reino:

“porque, dijo él, me he arrepentido de mis pecados, y el Señor me ha redimido; he aquí, he nacido del Espíritu.

“Y el Señor me dijo: No te maravilles de que todo el género humano, sí, hombres y mujeres, toda nación, tribu, lengua y pueblo, deban nacer otra vez; sí, nacer de Dios, ser cambiados de su estado carnal y caído, a un estado de rectitud, siendo redimidos por Dios, convirtiéndose en sus hijos e hijas;

“Y así llegan a ser nuevas criaturas; y a menos que hagan esto, de ningún modo pueden heredar el reino de Dios” (Mosíah 27:24–26; cursiva agregada).

Teniendo en cuenta que todo el mundo debe nacer de nuevo y experimentar un cambio en el corazón, no tiene importancia si pertenecemos a la Iglesia desde que nacimos o nos convertimos más adelante siendo jóvenes o adultos. En algún momento, todos debemos experimentar ese cambio en el corazón y ese renacimiento del Espíritu a medida que avanzamos en el proceso de conversión. El proceso del renacimiento y el cambio en el corazón tiene un carácter incluyente, accesible a todas las naciones y, por ende, a toda persona.

Las Escrituras contienen relatos de personas que nacieron de nuevo de una manera notable, como Pablo (véase Hechos 9:1–20) y Alma, hijo (véase Mosíah 27:8–37). No obstante, para la mayoría de las personas en tiempos bíblicos y del Libro de Mormón, así como en nuestros días, ese cambio en el corazón no es un acontecimiento aislado, sino un proceso privado y gradual.

El élder McConkie, en un mensaje pronunciado durante una conferencia de la Estaca 1 Universidad Brigham Young, expresó estas palabras de ánimo y consuelo: “Para la mayoría de las personas, la conversión [el renacimiento espiritual y la consiguiente remisión de los pecados] es un proceso; y se desarrolla paso a paso, grado por grado, nivel por nivel, de un estado inferior a uno superior, de gracia en gracia, hasta el momento en que la persona esté completamente dedicada a la causa de la rectitud. Ahora bien, eso significa que la persona supera un pecado hoy y otro pecado mañana. Perfecciona su vida en un aspecto ahora y en otro más adelante. Y el proceso de la conversión continúa hasta que esté terminado, hasta que lleguemos a ser, literalmente, como dice en el Libro de Mormón, santos de Dios más bien que hombres naturales”3.

No importa si nuestro nacimiento espiritual es repentino o, lo que es más frecuente, gradual. Si bien el proceso puede variar, los resultados serán similares. No hay diferencia en la calidad de la conversión. Para cada persona, el experimentar un potente cambio en el corazón se manifiesta con sentimientos de gozo y amor, los cuales eliminan el antiguo dolor de la desobediencia (véase Alma 36:20–21). ¡Qué bondadoso es nuestro Padre Celestial! ¡Qué alcance tan grande tiene la expiación de Su Hijo!

Si nos apegamos a estas doctrinas verdaderas, al igual que sucedió con el misionero en Europa oriental y su investigador, ustedes y yo podemos llegar a ser beneficiarios de un cambio en el corazón y un renacimiento espiritual, y de este modo cosechar las bendiciones prometidas de paz, amor, gozo verdadero y una disposición a hacer el bien continuamente.

Notas

  1. Deseret News, 2 de mayo de 1860, pág. 68.

  2. Mormon Doctrine, 2nd ed., 1966, pág. 101; véase también Joseph Smith Translation, 1 John 3:9.

  3. Be Ye Converted, Brigham Young University Speeches of the Year, 11 de febrero de 1968, pág. 12.