2008
¿Dónde podría encontrar otro Libro de Mormón?
Junio de 2008


¿Dónde podría encontrar otro Libro de Mormón?

Mi compañero y yo acabábamos de terminar de tocar puertas en un largo día sin éxito en Buenos Aires, Argentina. Mientras esperábamos sentados el autobús, me quedé ensimismado con pensamientos de autocompasión. Había servido en esa región durante tres meses sin ningún éxito y sentía que le había fallado al Señor.

En ese mismo momento, observé a un hombre a la distancia que se dirigía hacia nosotros en bicicleta dando gritos y haciendo señas con la mano. Con la esperanza de evitar a ese hombre, que parecía estar enojado, nos acercamos rápidamente al autobús mientras llegaba. Estaba oscureciendo y nos encontrábamos en una zona peligrosa. Esperábamos llegar al autobús antes de que el inquietante hombre nos alcanzara.

“Tengo una pregunta para ustedes”, gritó el hombre. El autobús llegó justo antes que él y nos precipitamos hacia el interior. Entonces oí su pregunta: “¿Qué pasó con las planchas después de que José Smith las tradujo?”. Me quedé con la boca abierta. Quería saltar del autobús en marcha, pero en vez de ello grité: “¿Dónde vive?”, y anoté deprisa su dirección.

Al día siguiente pasamos por la casa de ese hombre, que se llamaba Favio. Hacía un mes, según nos dijo, un amigo suyo le había prestado un ejemplar del Libro de Mormón.

“Siempre he estado interesado en Jesucristo, pero nunca había oído decir que existiera otro testamento de Su vida”, dijo Favio. “Sólo conocía la Biblia y el ministerio de Cristo en el Oriente. ¡Nadie me dijo nunca que Cristo vino a América! Tenía muchas ganas de saber más”.

Unas semanas más tarde, Favio tuvo que devolver el libro. “No sabía dónde podría conseguir un ejemplar”, dijo. “Lo que más quería era saber si era verdadero. Me puse de rodillas y pedí ayuda al Padre Celestial. Le dije: ‘Padre, si el Libro de Mormón es verdadero, permite, por favor, que llegue a mis manos otro ejemplar para que pueda seguir estudiándolo’”.

Un día, Favio se encontraba en una estación de tren. De reojo, vio lo que parecía ser un libro azul sobre la acera. Al acercarse, reconoció las letras doradas. Era la respuesta del Padre Celestial.

Semanas después de encontrar el Libro de Mormón, Favio nos vio en la parada de autobús. Para entonces ya sabía que era verdadero. En el transcurso de unas semanas, le enseñamos los principios básicos del Evangelio y lo alentamos a seguir leyendo. Cada vez que le preguntábamos si se comprometería a vivir un nuevo principio del Evangelio, nos respondía: “No hacerlo me daría miedo”. Poco más tarde, entró en las aguas del bautismo.

Ahora, cada vez que tengo un día difícil, en vez de perderme en pensamientos de autocompasión, recuerdo a Favio, su pregunta a dos misioneros desalentados y su compromiso con el Señor tras recibir la respuesta.