2008
No sólo por un día
Junio de 2008


No sólo por un día

“…para que así se reuniera, a fin de subir hasta el templo” (Mosíah 1:18).

El sábado amaneció como cualquier otro día. El sol salió sobre las montañas cercanas a la casa de Kolin y la luz entraba poco a poco por la ventana de su cuarto. Cualquier otro día habría tratado de cubrirse con las mantas y quedarse en la cama, pero Kolin bostezó, se estiró y salió lentamente de la cama porque iba a suceder algo especial y tenía que arreglarse.

Por lo general, el sábado era un día que dedicaba a jugar con sus amigos, a ayudar en el jardín o a visitar a los abuelos después de hacer los mandados. Acostumbraba ponerse ropa cómoda que no importaba que se ensuciara, pero aquel día se puso su mejor ropa de domingo que su madre había lavado y planchado para él. Se abotonó la camisa blanca y la metió cuidadosamente por dentro del pantalón. Se puso los calcetines y los zapatos; luego se puso la corbata al cuello; su padre le ayudaría a hacerle el nudo. Cuando su madre dijo “Es hora de irse”, ya estaba listo.

Una vez que se abrocharon los cinturones de seguridad, el padre de Kolin manejó por la calle y tomó la curva en la carretera. Kolin sonrió cuando llegaron al templo. Vio la suave superficie que brillaba bajo el sol y las coloridas vidrieras que se alzaban hacia el chapitel y el ángel Moroni.

Kolin había visto el templo muchas veces y también había estado en su interior cuando se selló a sus padres a los seis meses de edad y de nuevo cuando sus padres adoptaron a su hermano menor, Kaden. Kolin era muy pequeño para acordarse de aquellas ocasiones; pero al crecer, aprendió que lo que allí había sucedido fue algo importante. También entendía que después de aquella visita especial, su hermanita adoptada, Shayla, formaría parte de la familia para siempre, junto con sus hermanos mayores.

Los demás días, a Kolin le gustaba reír y conversar, pero cuando cruzó las enormes puertas del templo con su familia, intentó dejar las risas afuera y mantenerse quieto, pues sabía que aquél era un lugar sagrado.

Unos amables obreros del templo llevaron a Kolin, a Kaden y a Shayla a un cuarto especial para los niños. Allí se vistieron de blanco y esperaron hasta que llegó el momento de pasar al cuarto de sellamientos donde ya les esperaban sus padres. En el cuarto de sellamientos, Kolin vio a sus abuelos, a sus tíos, a amigos de la familia y a unos miembros del barrio. Fue un día feliz, aunque algunas personas derramaron lágrimas.

El sellador del templo saludó a los niños con un firme apretón de manos y una sonrisa. Les dijo que se veían muy bien vestidos de blanco y los animó a tomar siempre buenas decisiones para así prepararse para servir en una misión y volver al templo. Entonces les recordó la importancia de lo que estaba a punto de ocurrir. Después de sus palabras, dio comienzo la ordenanza de sellamiento.

Al terminar la ordenanza, Kolin y su familia se pusieron de pie y se vieron reflejados en los espejos que hay en los dos extremos de la sala. Se vio acompañado de su padre, su madre, su hermano y su hermanita. El reflejo no tenía fin, al igual que su familia eterna. Kolin sabía que, debido al templo, su familia podría estar junta no sólo un día, sino siempre.