2008
La modestia: Reverencia hacia el Señor
Agosto de 2008


La modestia: Reverencia hacia el Señor

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Elder Robert D. Hales

Mientras las Autoridades Generales y los líderes de las organizaciones auxiliares de la Iglesia viajamos por toda la tierra, se nos hace evidente el hecho de que el mundo está cada vez más descuidado e informal; esto se manifiesta de diversas maneras, pero particularmente en la forma en que se viste la gente. Y también sucede entre algunos miembros de la Iglesia.

Esa inmodestia quizás provenga en parte de la indiferencia; tal vez sea resultado de una falta de comprensión o falta del ejemplo apropiado. Ya han pasado dos o tres generaciones de vestir descuidadamente, y es posible que no todos hayan tenido buenos ejemplos de sus padres en cuanto a la vestimenta apropiada y modesta. Las costumbres populares tampoco han proporcionado buenos ejemplos. Esta tendencia al descuido en el vestir puede también deberse en parte al hecho de que actualmente no es fácil encontrar prendas modestas en las tiendas.

Por tener presentes estas observaciones y desafíos, deseo hacer hincapié en la importancia de demostrar reverencia hacia nuestro Padre Celestial y de guardar los convenios que hemos hecho con Él, particularmente en lo que respecta a vestir de forma modesta y apropiada.

El principio de la modestia

Algunos Santos de los Últimos Días quizás piensen que la modestia es una tradición de la Iglesia o que proviene de una conducta conservadora y puritana. La modestia no es una simplemente cuestión de costumbre; es un principio del Evangelio que se aplica a la gente de todas las culturas y edades. De hecho, es una virtud fundamental para ser digno de tener el Espíritu. El ser modesto es ser humilde, y el ser humilde invita al Espíritu a estar con nosotros.

Por supuesto, la modestia no es nada nuevo; se la enseñó a Adán y a Eva en el Jardín de Edén: “Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió” (Génesis 3:21; véase también Moisés 4:27). Lo mismo que a Adán y a Eva, a nosotros se nos ha enseñado que nuestro cuerpo está formado a la imagen de Dios y, por lo tanto, es sagrado.

“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?

“…el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Corintios 3:16–17).

Nuestro cuerpo es el templo de nuestro espíritu. Además, es el medio por el cual podemos traer almas de la presencia de Dios a su estado de seres mortales. Cuando reconocemos nuestro cuerpo como el don que es y entendemos la misión que nos ayuda a cumplir, lo protegemos y lo honramos con nuestra forma de actuar y de vestir.

En la vida cotidiana, la ropa inmodesta como los “shorts” [pantalón corto] que son muy cortos, las minifaldas, la ropa ajustada, las camisas o blusas que no cubren el abdomen y otras prendas reveladoras no son apropiadas. Los hombres y las mujeres —incluso los jóvenes de ambos sexos— deben usar ropa que cubra los hombros y evitar las prendas de escote bajo en el frente o en la espalda o que de cualquier otra forma sean reveladoras. Los pantalones y las camisas o remeras [camisetas] muy ajustados, las prendas demasiado holgadas, la ropa andrajosa y el cabello despeinado no son apropiados. Todos debemos evitar los extremos en la vestimenta, en el peinado y en otros aspectos de nuestra persona. Debemos estar siempre aseados, evitando el desaliño y el descuido en la apariencia1.

La modestia es esencial para ser puro y casto, tanto en pensamiento como en acción. Por consiguiente, debido a que nos guía e influye en nuestros pensamientos, conducta y decisiones, la modestia es una parte central de nuestro carácter. Nuestra vestimenta es más que una forma de cubrir el cuerpo; es un reflejo de lo que somos y de lo que queremos ser, tanto aquí en la tierra como en las eternidades por venir.

La modestia en el vestir para las reuniones de la Iglesia

Cuando asistimos a una reunión de la Iglesia, tenemos el propósito de adorar a nuestro Padre que está en los cielos y a Su Hijo Jesucristo. Nuestra vestimenta debe mostrar la reverencia que sentimos hacia Ellos. No nos vestimos para llamar la atención de los demás, distrayéndolos y haciendo que el Espíritu se retire.

Los padres tienen la responsabilidad de enseñar a sus hijos la forma de vestirse y de prepararse para adorar en las casas del Señor. Las madres y los padres deben enseñarles, prestando especial atención a vestir ellos mismos de tal manera que demuestren ser modestos y reverentes en su apariencia y conducta.

Cuando yo era niño, mi madre me enseñó que debía usar mi “ropa de domingo” —o sea, mi mejor vestimenta— para ir a la iglesia. ¿Qué sucede en su hogar cuando se preparan para las reuniones? Antes de salir, ¿hay un momento en que se detienen para mirarse en un espejo y le piden a un miembro de la familia que les diga qué aspecto tienen?

Demuestren respeto al Señor y a ustedes mismos vistiéndose adecuadamente para las reuniones y actividades de la Iglesia, ya sea el domingo o durante la semana. Si no están seguros de lo que es adecuado, pidan guía a sus líderes.

La modestia en el vestir para asistir al templo

Imagínense que están acercándose al templo, listos para entrar en la Casa del Señor; al hacerlo, ¿llevan puestos jeans [pantalones vaqueros], sandalias y una camiseta, con el pelo algo despeinado? Por supuesto que no. Pero ¿es apropiado usar ropa informal de cualquier tipo para ir al templo? Si van a la Casa del Señor, ¿no deberían llevar puesta su mejor ropa de domingo?

La próxima vez que se acerquen al templo, deténganse a mirar los alrededores. ¿Se han preguntado alguna vez por qué el templo está rodeado de hermosas plantas, fuentes serenas y bella arquitectura? Todo eso presenta un aspecto agradable y evoca en los concurrentes un sentimiento especial que los prepara para las ordenanzas sagradas que los esperan en sus recintos. Aunque el templo se encuentre en el centro de una gran ciudad, sus alrededores hacen que el edificio se distinga de las estructuras que lo rodean.

Nuestra vestimenta es asimismo importante; es el “panorama” con que presentamos nuestro cuerpo como un templo. Del mismo modo que los terrenos del templo ilustran el carácter sagrado y reverente de lo que tiene lugar dentro del edificio, nuestra ropa ilustra la belleza y la pureza de nuestro interior. La forma en que nos vestimos indica si tenemos o no el respeto adecuado por las ordenanzas del templo y los convenios eternos, y si estamos o no preparándonos para recibirlos.

En el conocido cuento de hadas, Cenicienta llevó puesto un magnífico vestido al baile real; hasta los zapatos reflejaban la importancia del acontecimiento. Habría sido inconcebible que se presentara allí con su ropa de trabajo. De hecho, nadie llegó al baile con vestimenta impropia ni informal, sino que todos estaban elegantemente vestidos para la ocasión.

En la vida de ustedes, no habrá día más significativo que el de su boda. Su casamiento será uno de los acontecimientos más sagrados de su existencia y es de esperar que tenga lugar en el santo templo, el edificio más sagrado de nuestro Padre Celestial aquí en la tierra. Si realmente han comprendido la naturaleza de los convenios que harán allí, eso se reflejará en su vestimenta. Ustedes, las novias, habrán elegido para el templo un vestido blanco con la parte superior modesta y mangas apropiadas para usar con el gárment del templo; lo harán así por la ceremonia de la investidura y los convenios que hicieron con el fin de prepararse para su ceremonia de sellamiento. Novios, su ropa y apariencia será modesta y aseada; no usarían en el templo una camisa llena de arrugas ni pantalones demasiado anchos.

Cuando les llegue ese día, harán convenios sagrados con el Padre Celestial; al arrodillarse reverentemente en el altar ante Dios, querrán presentar su mejor aspecto.

Padres, así como el hada madrina de Cenicienta le ayudó a prepararse, ustedes también pueden ayudar a sus hijos e hijas. Háganles comprender el significado y la importancia de los convenios que harán. El honrar nuestros convenios, empezando con los del bautismo, influye en quiénes somos y en lo que hacemos, incluso en el vocabulario que empleemos al hablar, en la música que escuchemos y en la ropa que usemos. Cuando hacemos convenios y los guardamos, salimos del mundo y entramos en el reino de Dios. Nuestra apariencia debe reflejar eso.

Antes de asistir al templo, sea para casarse, para recibir la investidura o para hacer obra por los muertos, deténganse un momento para contestarse estas preguntas: “Si el Señor estuviera en el templo hoy, ¿cómo me vestiría? ¿Qué aspecto me gustaría tener para presentarme ante Él?” Por supuesto, la respuesta es clara: querrían tener la mejor apariencia y los mejores sentimientos.

Háganse las mismas preguntas cuando se preparen para asistir a la iglesia el domingo en el centro de reuniones local. Allí renovarán sus convenios bautismales al tomar la Santa Cena. Recuerden que van a una casa del Señor que ha sido dedicada para adorarlo.

Nuestra apariencia: los mensajes que enviamos a través de ella

Imaginen que están mirando una obra de teatro en la que aparece en escena un actor vestido de payaso y comienza a actuar en el papel dramático principal. A ustedes tal vez se les ocurriría pensar que hay algo fuera de lugar, que algún error se ha cometido en la vestimenta o en la asignación del papel.

Ahora piensen en lo impropio que es salir al mundo o ir a la iglesia vestido con prendas que no representen quiénes son ustedes realmente en espíritu. Nuestra apariencia y nuestra conducta comunican mensajes. ¿Qué mensaje estamos enviando? ¿Que somos hijos de Dios? Cuando vamos a la iglesia o al templo, es importante que nos vistamos de tal forma que demostremos estar preparados para adorar al Señor e indicar que mental y espiritualmente estamos listos para invitar al Espíritu a estar siempre con nosotros.

Hace años, siendo yo padre y obispo en la Iglesia, no podía entender qué razonamiento seguían los jovencitos que se vestían con colores llamativos y modas provocativas para demostrar su desafiante independencia de las reglas y tradiciones de la vestimenta modesta y conservadora. Al mismo tiempo observaba que, irónicamente, la rígida adhesión de aquellos jóvenes a sus estrafalarias reglas de vestir les exigían mucha más obediencia y conformidad a las presiones de sus compañeros que lo que la sociedad entera podría desear.

Cuando nos vestimos para llamar la atención del mundo, no estamos invitando al Espíritu a estar con nosotros y nos comportamos de forma diferente. Más aún, lo que llevemos puesto influirá en la conducta de los demás hacia nosotros.

Consideren el motivo por el que los misioneros se visten sobriamente con un traje con camisa blanca y corbata, y las misioneras con falda y blusa. ¿Cómo reaccionaría la gente ante un misionero medio despeinado, vestido con jeans, sandalias y una camiseta impresa con algún mensaje indecente? Tal vez se preguntarían: “¿Es éste un representante de Dios?”. Con un misionero así, ¿por qué habría de querer alguien tener una conversación seria sobre el propósito de la vida o la restauración del Evangelio?

Naturalmente, no tenemos por qué vestirnos siempre como misioneros; en realidad, hay veces en que es apropiado llevar ropa informal y modesta. Lo importante es esto: La forma en que nos vestimos influye en el modo en que la gente nos trate. Además, también manifiesta en dónde quieren estar realmente nuestro corazón y nuestro espíritu.

Lo que sentimos en nuestro interior se refleja en nuestro exterior. Por nuestra actitud, manera de hablar y vestimenta, demostramos amor y respeto hacia nosotros mismos y hacia los demás. Al expresarnos, vestirnos y comportarnos de un modo que no atraiga sobre nosotros atención inadecuada, demostramos amor y respeto por los líderes de la Iglesia y por los miembros del barrio o la rama. Cuando nuestro lenguaje, ropa y conducta no son provocativos ni indebidamente informales, manifestamos amor y respeto por amigos y compañeros. Y con una vestimenta y una conducta humildes, expresamos amor y respeto hacia el Señor. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35).

Debemos ponernos “toda la armadura”

Si sabemos quiénes somos —hijos de Dios— y comprendemos que nuestro aspecto exterior influye en nuestra espiritualidad y termina por afectar nuestra conducta, demostraremos respeto hacia Dios, hacia nosotros mismos y hacia los que nos rodean, siendo modestos en la vestimenta y en el comportamiento.

Cuando yo era niño, mi padre, que era pintor, me ayudó a entender ese concepto dibujando un caballero con armadura y poniendo el nombre de los elementos esenciales de “toda la armadura de Dios” que se describen en las Escrituras (véase Efesios 6:11–17; D. y C. 27:15–18). Esa lámina estuvo colgada en mi cuarto y se convirtió en un recordatorio constante de lo que debemos hacer para permanecer verídicos y fieles a los principios del Evangelio.

De la misma manera en que debemos vestirnos con toda la armadura de Dios, debemos vestirnos con nuestra ropa como una protección para nosotros y para los demás. El vestirnos con ropa y cualidades modestas —misericordia, benignidad, humildad, paciencia y caridad— invitará al Espíritu a ser nuestro compañero e influirá positivamente en todos los que nos rodeen (véase Colosenses 3:12, 14).

¿Estamos empeñados en ser santos en el reino de Dios o nos sentimos más cómodos con las costumbres del mundo? Al final, la forma en que nos vistamos influirá mucho en nuestra obediencia a los mandamientos y en nuestra devoción a los convenios. El hecho de vestirnos modestamente guiará nuestra actitud y comportamiento en la vida cotidiana. Con el tiempo, nuestra vestimenta puede incluso determinar los amigos y compañeros que tengamos, decidiendo así si vamos o no a ser dignos de disfrutar de las bendiciones de felicidad en este mundo y en la eternidad.

Mi ferviente ruego es que nos aferremos a nuestros convenios y que seamos modestos en la forma de vestir y en el comportamiento al asistir a la iglesia, al ir al templo o al conducirnos en la vida diaria. Al hacerlo, demostraremos respeto hacia nosotros mismos, hacia nuestros padres, hacia nuestros líderes de la Iglesia y hacia los demás, y manifestaremos reverencia hacia nuestro Padre Celestial e invitaremos al Espíritu a estar siempre con nosotros.

NOTA

  1. Véase Para la fortaleza de la juventud, 2001, “El modo de vestir y la apariencia”.