2009
Andar por la fe, no por la vista
marzo de 2009


Andar por la fe, no por la vista

Daggi Ramírez de Vargas ha estado ciega desde hace quince años, pero en muchos sentidos goza de una visión muy nítida. “La vista física es muy entretenida”, dice esta mujer de setenta años, “pero puede obstaculizar nuestra visión espiritual”.

La hermana Daggi, como se la conoce, perdió la vista cuando se le desprendieron las retinas tras una operación de cataratas en ambos ojos.

“Al principio me preguntaba cómo podría hacer todo lo que debía hacer”, dice, “pero lo cierto es que me las arreglo bastante bien: plancho la ropa, coso y cocino. Cuando cocino, nadie se me acerca”, dice entre risas, “utilizo unos cuchillos grandísimos”.

A la hermana Daggi le inquietaba mucho mantener su independencia física, pero tuvo una firme determinación de permanecer espiritualmente autosuficiente al vivir a la luz de su testimonio personal de Cristo más bien que depender de otros para obtener el conocimiento de la verdad.

La luz del Evangelio

Antes de unirse a la Iglesia en 1962, la hermana Daggi, actualmente miembro del Barrio Miraflores, Estaca Archupallas, Viña del Mar, Chile, acababa de casarse y se preguntaba qué iglesia tenía la verdad.

Una noche tuvo un sueño en el que vio a personas de todo el mundo, y vio ropa extraordinariamente blanca. Al día siguiente, en la casa en la que trabajaba para ayudar con la limpieza, reconoció la misma ropa que se secaba en el tendedero.

La persona que la había contratado le dijo que la ropa guardaba relación con los templos de la Iglesia Mormona. La hermana Daggi no tardó en comenzar a reunirse con los misioneros que provenían de otros lugares del mundo para abrirle a ella los ojos espirituales y que viera la luz del Evangelio.

Un camino iluminado por la palabra

A la hermana Daggi le encanta el evangelio de Jesucristo, y solía leer las Escrituras diligentemente hasta que se quedó ciega.

“Cuando perdí la vista, rogué al Señor que me permitiera conservar Su palabra”, recuerda. Ella le daba mucha importancia a conservar Su palabra, como símbolo de su visión espiritual.

Aunque ahora tiene que estudiar el Evangelio de otras maneras, ella cree en las palabras: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmos 119:105). Ella es un ejemplo viviente de la promesa del Salvador: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).

Según su marido, Juan, el Señor honró la sincera petición de ella. “Su mente capta bien las cosas; podría dar un discurso que durara horas”, dice mientras sonríe con aire bromista.

“Si pedimos, recibiremos”, responde ella. “Mi espíritu sigue teniendo una visión estupenda”.

La manifestación de las obras de Dios

Las experiencias que la hermana Daggi ha tenido en su esfuerzo por mantener su autosuficiencia, tanto física como espiritual desde que quedó ciega, nos recuerdan al hombre ciego que aparece en el Evangelio de Juan, de quien los discípulos preguntaron: “Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?”

El Salvador respondió: “No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él” (Juan 9:2–3).

Las obras de Dios se han manifestado en la vida de la hermana Daggi. A pesar de no gozar de la vista, ha presenciado muchos milagros y puede testificar de que “por fe andamos, no por vista” (2 Corintios 5:7).

Un domingo por la noche, la familia recibió la visita de los maestros orientadores. En ese momento la familia sufría por causa del desempleo, y aquella noche sólo tenían media taza de arroz, un poco de aceite para cocinarlo y dos pequeños tomates. No obstante, agradecida por sus fieles maestros orientadores, les preguntó si les gustaría quedarse a cenar.

“Mi hija me preguntó cómo podía haber hecho eso”, recuerda la hermana Daggi. Le pidió a la hija que pusiera la mesa y después se dirigió a la cocina y suplicó: “Señor, Tú alimentaste a cinco mil; yo sólo te pido para siete”.

“Aquel arroz dio de comer a siete personas”, testifica.

Gratitud por Su maravillosa luz

La hermana Daggi sabe que aunque su visión física se ha oscurecido, existe una luz mayor por medio de la cual se puede ver.

Isaías enseñó: “El sol nunca más te servirá de luz para el día, ni el resplandor de la luna te alumbrará, sino que Jehová te será por luz perpetua, y el Dios tuyo por tu gloria” (Isaías 60:19).

“Jesús habló de las personas que veían pero eran ciegas. En nuestros días sucede lo mismo”, se lamenta la hermana Daggi. “Estamos rodeados de milagros, pero hay muchos que no los ven”.

La hermana Daggi se siente agradecida por las muchas bendiciones que disfruta y se esfuerza por vivir de acuerdo con la admonición de Pablo: “que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9).

“Estoy satisfecha. El Padre Celestial me dio un maravilloso compañero. Fuimos al templo y nos sellamos”, dice. “Mi vida está llena de milagros. Espiritualmente, tengo una visión estupenda”.

Izquierda: fotografía © Comstock.com; derecha: fotografía por Adam C. Olson.

Jesús sanando al ciego, por Carl Heinrich Bloch, cortesía del museo histórico nacional de Frederiksborg en Hillerød, Dinamarca.