2009
Nuestro corazón rebosaba de caridad
Julio de 2009


Nuestro corazón rebosaba de caridad

Tenía la impresión de que mis hijas, de ocho y diez años, se alejaban cada vez más la una de la otra. Como madre, me dolía ver sus riñas y las amargas miradas que intercambiaban.

Durante este tiempo, oraba intensamente para que el Señor me ayudara a vencer mis propias debilidades. Le rogué que me ayudara a aprender lo que necesitaba aprender acerca de la caridad, y me guió hacia unos hermosos pasajes de las Escrituras.

Una noche, las cosas llegaron a un punto crítico con mis hijas; perdí los estribos y, tras vociferar y regañarlas, salí de la casa para tranquilizarme y pensar. Después de unos minutos, el Espíritu comenzó a ablandarme el corazón y me susurró que entrara y le pidiera disculpas a mi hija mayor, en quien había recaído lo peor de mi enojo.

Al entrar en su dormitorio, vi a mi hija de diez años arrodillada junto a la cama, llorando. Me miró con lágrimas en los ojos y dijo: “No sé qué hacer”. Me dijo que deseaba orar y leer las Escrituras para sentirse mejor, pero que no podía hacerlo porque se sentía muy mal.

Cuando me dijo lo mucho que lamentaba lo que había hecho para causar nuestra riña y que yo no había hecho nada malo, me sentí completamente avergonzada. Hablamos un rato y acudimos a las Escrituras, donde le leí acerca de la caridad, “el amor puro de Cristo” (Moroni 7:47), y compartí algunas de las cosas que yo había aprendido. En un momento dado, su hermana menor se asomó a la habitación y la invitamos a acompañarnos. Entonces le expliqué, en términos que una niña de ocho años pudiese entender, lo que habíamos leído acerca de la caridad.

Una vez que hube terminado, las dos niñas se volvieron hacia mí con los ojos abiertos de par en par y expresaron su deseo de ser llenas de este gran amor del que se habla en las Escrituras. Entonces nos arrodillamos y, siguiendo el consejo de Mormón, humildemente le pedimos al Padre que nos llenara de ese amor (véase Moroni 7:48).

Emocionadas por el Espíritu, no pudimos evitar llorar. Nos pusimos de pie, nos abrazamos y expresamos nuestro amor las unas por las otras. En aquel momento vi que comenzaría a florecer una hermandad y amistad eternas entre mis hijas, y me sentí consolada.

Desde entonces están cada vez más unidas; tienen un mayor deseo de superar sus diferencias, demuestran más paciencia y comparten sus cosas. Me siento agradecida por sus deseos y esfuerzos justos.

Siempre atesoraré aquella experiencia, y ruego que disfrutemos de otras como ésa a medida que sigamos fortaleciendo los lazos de caridad y amor en nuestro hogar.