2009
¿Demasiado santo?
Agosto 2009


¿Demasiado santo?

Ian Caloobanan cambió cuando se unió a la Iglesia. Sus amigos se percataron de ello.

“Eres demasiado santo”.

Ian Caloobanan, de doce años, se sorprendió al escuchar esas palabras de su amigo, ya que él no se consideraba santo.

Su amigo continuó: “Desde que te uniste a los mormones, te has convertido en un aguafiestas; ya no tomas el té con nosotros ni sales a divertirte los domingos; eres demasiado santo”.

Aquellas palabras lo hirieron, pero… ¿qué más podía hacer? Se había bautizado y ahora poseía el Sacerdocio Aarónico. Había cambiado y, a su parecer, había cambiado para bien, pero, ¿santo? Bueno, quizás todavía no.

Ian, que pertenece a la Estaca Las Piñas, Filipinas, se bautizó cuando tenía diez años. Cuando los élderes le enseñaron las charlas, le pidieron que orara para saber que la Iglesia es verdadera, y así lo hizo. “Me sentí feliz y muy ligero”, dice. Más tarde se dio cuenta de que era el Espíritu Santo quien le daba testimonio de la verdad.

Antes de unirse a la Iglesia, Ian tomaba té con sus amigos; los domingos también asistía a los ensayos para dirigir a la sección de animadores de los encuentros deportivos de su escuela; pero dejó de hacer esas cosas y comenzó a asistir a la Iglesia, aunque es la única persona de su familia que lo hace. Su padre lo apoya para que asista a la Iglesia, y su madrastra, que no es miembro, lo lleva a la Iglesia y lo recoge al final de las reuniones.

Cuando le preguntan por qué asiste a la iglesia cuando sería más fácil quedarse en casa, responde de manera sencilla: “Vengo porque quiero que mi fe siga firme”.

“Ian es un buen ejemplo de lo que significa ser un discípulo de Jesucristo”, dice su obispo. “Asiste fielmente a la Iglesia y no pierde la calma; tiene muchos amigos aquí. Se sintió emocionado cuando recibió el sacerdocio y le pidió a su padre que le comprara una camisa blanca para ponérsela cuando repartiera la Santa Cena”.

Es difícil para Ian contener el gozo que siente por encontrar el Evangelio. Obsequió un ejemplar del Libro de Mormón a uno de sus maestros y lo invitó a recibir a los misioneros. Algunos de sus compañeros de clase lo respetan por sus nuevas normas y le han hecho preguntas acerca del Evangelio; otros se burlan de él.

Ian se limita a seguir cumpliendo los mandamientos lo mejor que puede.

Habiendo experimentado cierta medida de gozo, así como de persecución al unirse a la Iglesia, Ian nos da un sabio consejo a todos: “Mantengan la fe; estudien las Escrituras y oren. Confíen en Jesucristo; comprométanse a vivir el Evangelio y cambien para bien”.

¿Acaso no es eso lo que debe aportarnos el hecho de pertenecer a la Iglesia?, ayudarnos a cambiar para bien; ayudarnos, a fin de cuentas, a llegar a ser como Jesús desea que seamos: santos.

Fotografía por Edwin Redfrino.