2009
El regalo más grande
Diciembre de 2009


El regalo más grande

Lois N. Pope, Utah, EE. UU.

Una mañana, al terminar de leer el Libro de Mormón y meditar acerca de él, caí en la cuenta de que, una vez más, lo terminaría hacia fin de año. El darme cuenta de esto me hizo recordar a mi hermano, a quien en el año 2005 cuidé en mi hogar durante sus últimas semanas de vida con un cáncer terminal.

Oliver estaba decidido a cumplir con la promesa que se había hecho a sí mismo de seguir el consejo del presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) y leer el Libro de Mormón antes de que terminara el año1. Sin embargo, para el otoño, a Oliver todavía le faltaban muchas páginas, y finalmente llegó a estar tan débil que ya ni siquiera podía leer.

Decidido a cumplir con su compromiso, Oliver me preguntó si podría leerle el Libro de Mormón. Yo estaba mucho más adelantada en mi lectura personal, pero fue un placer empezar donde él se había quedado.

Al leerle el Libro de Mormón a Oliver todos los días, pude ayudarlo a alcanzar su meta de terminar el libro antes de fin de año, días antes de su muerte. En esa época ya casi no podía hablar, pero tenía la mente clara y activa. Con gran esfuerzo, muchas veces me expresaba su agradecimiento por el don que le había dado, ya que, según decía, ya podría morir en paz por haber cumplido su promesa.

Yo había leído el Libro de Mormón muchas veces, pero nunca había sentido su influencia con tanto poder ni había entendido sus preceptos con tanta claridad como durante aquellos meses en que la vida de mi hermano decaía. La verdad era que el regalo más grande me lo había dado Oliver a mí.

Nota

  1. Véase Gordon B. Hinckley, “Un testimonio vibrante y verdadero”, Liahona, agosto de 2005, pág. 6.