2010
La bolita de caramelo
Enero 2010


La bolita de caramelo

“Hablaré a tu mente y a tu corazón por medio del Espíritu Santo” (D. y C. 8:2).

Rachel se despertó con hambre; saltó de la cama y fue corriendo hasta el armario de la despensa. Abrió la puerta y examinó el estante más alto; allí estaba: ¡el frasco con caramelos! Dentro del frasco, resplandecientes como canicas brillantes, estaban sus caramelos preferidos. Eran bolitas rojizas e irresistibles que tenían un delicioso centro de chocolate.

Rachel echó un vistazo a su alrededor para ver si mamá o papá la estaban viendo. Aunque oía sus voces, no los veía por ninguna parte. Con cuidado, arrimó un banco hasta la despensa y se subió sobre él; luego se estiró para alcanzar el frasco de caramelos y desenroscó la tapa. Tomó un puñado de caramelos, volvió a enroscar la tapa y corrió hacia su habitación, pero cuando se oyeron más cerca las voces de sus padres, se metió en el baño y cerró la puerta.

Mientras Rachel miraba con hambre los caramelos, se preguntaba: “¿Podría lanzar uno al aire y atraparlo con la boca?”. Entonces, sin pensarlo dos veces, lanzó el caramelo al aire, el cual le voló por encima de la cabeza, le cayó directamente en la boca bien abierta y se le quedó atrapado en la garganta. ¡No podía respirar!

Intentó gritar, pero no pudo emitir ningún sonido. “¡Papá, ayúdame!”, exclamó en su corazón. “Padre Celestial, por favor, ¡ayúdame!”, rogó. Las lágrimas le corrían por las mejillas mientras luchaba por respirar; se sentía indispuesta y mareada.

Entonces su padre entró de golpe en el baño; alzó a Rachel, tomándola por atrás y, rodeándola con los brazos, la apretó con fuerza. ¡Plop! El caramelo salió disparado y cayó en el lavabo. Rachel tomó grandes bocanadas de aire. Su papá la bajó y la abrazó fuerte. “Todo está bien, Rachel”, dijo suavemente. “Ahora vas a estar bien”.

“Gracias, papi”, dijo. “Perdón por haber tomado los caramelos sin pedir permiso. Te quiero mucho”.

Su mamá entró en el baño. “¿Qué sucedió”, preguntó.

“Oí una voz”, dijo el papá. “Me dijo: ‘¡Tu hija está en problemas! ¡Ve a buscarla!’. Encontré a Rachel en el baño, pero no sabía qué sucedía. Entonces la voz dijo: ‘¡Álzala!’. Eso fue lo que hice y un caramelo le salió disparado de la boca”.

La mamá abrazó fuerte a Rachel.

Ese día, Rachel pensó mucho; pensó en los caramelos y en ser honrada; pensó acerca de lo lindo que era respirar; pensó en cuánto amaba al Padre Celestial y a su mami y a su papi. Pero, más que nada, pensó en el Espíritu Santo. Su papá había evitado que se ahogara gracias a que había escuchado; ella quería ser como su papá y escuchar siempre al Espíritu Santo.

Ilustración por Matt Smith.