2010
No tenía la recomendación para el templo
Enero 2010


No tenía la recomendación para el templo

Anne-Mette Howland, Utah, EE. UU.

Cuando tenía diecisiete años, abrigaba un fuerte deseo de ver un templo de los Santos de los Últimos Días. Vivía en Dinamarca con mi familia, y en aquella época no teníamos templo allí. Para los santos que vivían en Dinamarca, los templos más cercanos eran los de Suiza e Inglaterra. No conocía a nadie en esos países, así que descartaba completamente la idea de viajar allí yo sola.

Sin embargo, como tenía familiares en Utah, decidí ahorrar dinero para visitar el Templo de Salt Lake y llevar a cabo bautismos por los muertos allí. Escribí a mi tía y a mis primos de Utah para ver si podría ir a visitarlos, y se quedaron encantados al saber de mis planes.

Un año más tarde, ya había ahorrado suficiente dinero para el viaje tan esperado. Unos días después de mi llegada a Utah, mi tía me llevó al Templo de Salt Lake. Me encantó verlo en persona y me sentí muy emocionada por efectuar bautismos por los muertos. No obstante, cuando llegué a la entrada, un obrero del templo me pidió que le enseñara mi recomendación para el templo. ¡Nadie me había dicho nunca nada sobre una recomendación para el templo! El obrero me explicó amablemente de qué se trataba y me dijo que mi obispo podría proporcionármela.

El corazón se me vino abajo; tendría que conformarme con visitar a mis familiares y ver el templo desde afuera.

Al domingo siguiente, durante la reunión de ayuno y testimonios, sentí que tenía que compartir mi testimonio; le dije a la congregación que eran muy bendecidos por vivir tan cerca de un templo. También dije que me habría gustado entrar en él, pero que no podía porque no tenía la recomendación, aunque siempre se me había enseñado a llevar una vida digna. Para terminar, alenté a los miembros a asistir al templo con la mayor frecuencia posible.

Después de las reuniones de la Iglesia, el obispo de mis familiares se me acercó y me dijo que intentaría conseguirme una recomendación para el templo y fijamos una entrevista. Durante ella, me preguntó si mi obispo hablaba inglés. Le dije que no, a lo que él contestó: “Y yo no hablo danés”. Una vez más, me sentí descorazonada.

Entonces dijo el obispo: “Has llegado hasta este punto; no nos demos por vencidos todavía. Sé que el Señor nos ayudará, sólo tenemos que tener fe”.

Entonces me pidió el número de teléfono de mi obispo en Dinamarca, el que por casualidad llevaba conmigo. Me sorprendí al oír al hijo del obispo contestar el teléfono; me dijo que acababa de regresar de su misión en Inglaterra. Cuando se lo dije al obispo estadounidense, dijo: “Perfecto, él puede traducir para nosotros”.

No tardamos en entrar en comunicación los cuatro: mi obispo, quien me hacía la entrevista para la recomendación y su hijo, quien traducía para el obispo estadounidense. No tardé en conseguir mi recomendación y finalmente pude entrar en el templo. No puedo expresar con palabras el gozo que sentí al saber que el Señor me había preparado el camino.

Con el tiempo, me casé en el templo y he sido bendecida con cuatro hijos preciosos. Me siento sumamente agradecida a mi Padre Celestial por habernos dado templos y siento gratitud por saber que estoy sellada a mi familia y que, si vivimos rectamente, podremos estar juntos para siempre.