2010
El poder de una pregunta
Enero 2010


El poder de una pregunta

Mi amiga me preguntó por qué mi hermano y yo no participábamos en las clases de religión. Esa pregunta me dio la oportunidad de hablarle acerca del Evangelio.

Cuando tenía catorce años, me hice amiga de Kerstin. Aunque íbamos a la misma escuela y la conocía desde hacía mucho tiempo, no la había tratado personalmente porque ella tenía doce años.

Nos conocimos mejor cuando las dos nos presentamos a la audición para la obra teatral de la escuela y, a pesar de que yo le llevaba dos años, en seguida llegamos a ser buenas amigas. Al poco tiempo empezamos a reunirnos por la tarde para salir a caminar y charlar. Una tarde de primavera, durante una de nuestras caminatas, me hizo una pregunta que cambió su vida para siempre.

Kerstin se preguntaba por qué mi hermano y yo no participábamos de la clase de religión de la escuela como la mayoría de los estudiantes de Austria. Le hablé acerca del evangelio de Jesucristo y de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Luego expresé mi testimonio y la invité a ir a una actividad de los jóvenes. Más adelante, le di un ejemplar del Libro de Mormón y de la revista Liahona.

Desde entonces, Kerstin ha participado en todas las actividades de la Iglesia y asiste a las reuniones todos los domingos; incluso ha participado en la conferencia para la juventud. Siempre que podemos, vamos hasta un pequeño río cercano a leer las Escrituras y trabajamos en el Progreso Personal de las Mujeres Jóvenes.

Lamentablemente, Kerstin no se puede bautizar hasta que cumpla los dieciocho años. Sus padres no quieren provocar discusiones con los demás familiares, pero a pesar de ese obstáculo, ella ya ha logrado que su madre asista a la Iglesia.

Kerstin también trabaja con los misioneros. A todas las personas que conoce les habla de la Iglesia y ha logrado que su padre se entusiasme con el programa de historia familiar, a pesar de que a él no le interesa la religión.

Para mí, Kerstin es un ejemplo de lo sencillo que es hablar del Evangelio con otras personas, y de la forma en que nuestro Padre Celestial prepara a las personas para oír Su palabra. Lo único que tenemos que hacer es abrir la boca y tener fe; lo demás se arreglará por sí solo.

ilustración por Amy Thompson.