2010
Cuando las cosas parecían marchar mal
Marzo de 2010


El Evangelio en mi vida

Cuando las cosas parecían marchar mal

Me esforzaba por vivir el Evangelio, entonces, ¿por qué empeoró mi vida?

Todo empezó cuando perdí el Libro de Mormón que cinco años antes me había regalado “mi” misionera, la hermana High. Sabía que podía conseguir otro, pero mi ejemplar estaba lleno de mis marcas y correlaciones. Entre sus páginas guardaba citas preciadas, una nota enternecedora de una amiga y una copia de mi bendición patriarcal. A pesar de que busqué y busqué, no logré encontrarlo en ninguna parte. ¡No podía creer que hubiera sido tan descuidada!

Poco después de ese incidente, me despidieron de uno de mis trabajos, por lo que ahora sólo contaba con la mitad de los ingresos. Les había prometido a mis padres que pagaría mis propios gastos universitarios, pero ¿cómo iba a poder seguir costeándome los estudios?

Había estado guardando los mandamientos al máximo de mi capacidad, entonces ¿por qué las cosas me iban tan mal? Mis amigos de la universidad no desaprovechaban la oportunidad de hacérmelo notar, incluso uno de ellos dijo: “Deberías recortar tu asistencia a la iglesia, ya que así ahorrarías en el pasaje del autobús”. Otro sugirió: “¿Por qué no te tomas un descanso de tu iglesia durante uno o dos meses? Tal vez descubras que no hace la mayor diferencia”.

Por un momento, sus comentarios tuvieron sentido y me empecé a preguntar si mi vida tal vez no sería mejor sin la Iglesia.

Volví a mi dormitorio de la residencia universitaria, donde vi una foto de mi familia que sacamos en el Año Nuevo chino, y pensé en lo mucho que los quiero y en lo feliz que me hacen, y también pensé en mi Padre Celestial, a quien amo y quien me ama. Me di cuenta de que tal vez debía concentrarme en lo que tenía en vez de en lo que me faltaba, pero, incluso así, me preguntaba cómo iba a superar esas pruebas.

Poco tiempo después le confié mis inquietudes a la hermana Ou, mi maestra de instituto, y ella dijo: “Muchos miembros han experimentado la fase en la que termina el período por el que pasan los conversos nuevos donde ‘todo está bien’, y empiezan a enfrentar las pruebas de la fe. En las Escrituras dice: ‘Con todo, el Señor considera conveniente castigar a su pueblo; sí, él prueba su paciencia y su fe’ (Mosíah 23:21).”

“¿Entonces qué debo hacer?”, le pregunté.

“Estudia las Escrituras con más diligencia y ora aun con más ahínco”, dijo. “La verdadera fe viene cuando se tienen pruebas y dolor; tu fe crecerá, tú progresarás y tu testimonio se fortalecerá”.

Decidí seguir su consejo y depositar mi fe en Dios. Me esforcé por hacer lo que se enseña en Alma 38:5: “…en proporción a tu confianza en Dios, serás librado de tus tribulaciones, y tus dificultades, y tus aflicciones, y serás enaltecido en el postrer día”.

Resultó que con el tiempo conseguí otro trabajo, uno que era mejor que el anterior, y lo mejor de todo fue que encontré mi ejemplar del Libro de Mormón.

Aprendí que nuestras desilusiones, angustias y horas tristes nos sirven para crecer y nos pueden proporcionar mucha dicha si es que, como me enseñó la hermana Ou, ponemos nuestra fe y confianza en un amoroso Padre Celestial. ¡Cuán agradecida estoy de que se haya fortalecido mi testimonio de que la Iglesia y el Evangelio son verdaderos!

Ilustraciones por Steve Kropp.

Cuando desapareció la novedad de ser miembro de la Iglesia, me enfrenté a una prueba de mi fe. Por fortuna, mi maestra de instituto me ayudó a ver la dicha que yacía por delante.