2010
Para que el matrimonio en el templo tenga prioridad
Abril de 2010


Para que el matrimonio en el templo tenga prioridad

Vitaly y Ekaterina (Katya) Shmakov nacieron en Omsk y Yekaterinburgo, Rusia, respectivamente. Ambos se convirtieron a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días siendo adolescentes y ambos cumplieron una misión: Vitaly en la Misión República Checa Praga, y Katya en la Misión Rusia Novosibirsk. Ellos dicen que su conversión les abrió la comprensión a las posibilidades de tener una vida feliz, confiada y satisfactoria, y que la misión les fortaleció el deseo de formar un hogar centrado en el Evangelio, comenzando por el matrimonio en el templo. Ésta es su historia.

Vitaly: Cuando terminé la misión y después de haber estado en casa unos meses, me llamaron para ser consejero en una conferencia local de jóvenes. Steven C. Smith, Presidente de la Misión Rusia Novosibirsk, me pidió que fuera a su oficina y supuse que sería para darme un llamamiento nuevo o entrevistarme por alguna otra razón; pero lo que me dijo el presidente Smith fue que había una persona que él quería que conociera, una joven que acababa de regresar de la misión en otra parte de Rusia pero que iba a estar en la ciudad para la conferencia.

Nunca había visto a Katya pero cuando llegué a la conferencia, la busqué, me presenté y conversamos unos minutos. Esa noche la invité a bailar, y a la noche siguiente, otra vez.

Katya: De jovencita, no conocía a muchos jóvenes poseedores del sacerdocio pero siempre tenía la esperanza de que el Señor pusiera en mi camino a un joven digno con el cual casarme. No tenía idea de dónde ni de cómo nos conoceríamos, pero confiaba en el Señor y en Sus promesas.

Después de regresar de la misión, me pidieron que ayudara como acompañante en una conferencia de la juventud. Cuando me encontré con Vitaly, de inmediato sentí deseos de conocerlo; en el transcurso de la conferencia, estuvimos en contacto durante tres días maravillosos e inolvidables.

Desde el principio, sentí la fuerte impresión de que Vitaly era el hombre con quien me iba a casar. Por supuesto, no todos experimentarán un sentimiento similar tan pronto en el proceso de conocerse. Entonces, ¿cómo sabemos que estamos bien encaminados? Durante la misión aprendí a reconocer al Espíritu y a seguir Su inspiración sin ninguna duda, así que, cuando recibí esas impresiones de que debía tratar de conocer a Vitaly, decidí seguirlas.

Sé que el Espíritu nos guiará a todos si procuramos Su compañía. Es importante que no comparemos nuestras acciones con las de otras personas, pues quizás el Espíritu no nos guíe a todos de la misma manera; pero si lo seguimos, tendremos confianza en que el camino por el que vamos es el correcto en nuestro caso particular.

Cómo se vencen los obstáculos

Vitaly: Durante aquellos tres días me di cuenta de que había encontrado a una persona especial. Me sentí triste cuando terminó la conferencia y Katya y yo tuvimos que despedirnos. Por suerte, al mes siguiente se efectuaría una conferencia para jóvenes adultos solteros y de inmediato deseé que llegara ese momento.

Esa conferencia fue tan hermosa como yo lo había esperado; Katya y yo dedicamos gran parte del tiempo a conocernos mejor y, al terminar, intercambiamos los números de teléfono y regresamos a nuestras respectivas ciudades.

En las semanas siguientes nos mantuvimos en contacto más que nada con llamadas telefónicas y mensajes de texto. (¡Creo que en un mes aprendí a enviar mensajes de texto por mi celular más rápidamente de lo que la mayoría de la gente puede escribir en la computadora!)

Katya vivía en Yekaterinburgo, que está a once horas de viaje en tren de Omsk, Siberia, donde yo vivía; pero ambos deseábamos tanto volver a vernos que empezamos a hacer esos viajes con regularidad los fines de semana: yo iba una vez a verla y, a las pocas semanas, ella venía a visitarme. Cuando yo viajaba, me quedaba en casa de amigos comunes que vivían en su ciudad y cuando ella lo hacía, también se quedaba en casa de amigos comunes que vivían en la mía. Durante nuestras visitas, muchas veces pasábamos parte del tiempo con esos amigos de la Iglesia.

Katya: Once horas tal vez parezca un largo viaje, pero en Rusia es realmente apenas una caminata. Debido a la gran distancia, nuestros encuentros no eran tan frecuentes como nos hubiera gustado; podíamos reunirnos sólo una vez cada varias semanas y pasar dos o tres días juntos antes de que al que había viajado le llegara el momento de emprender el regreso. Con frecuencia, parecía que nos hacía falta mucho más tiempo y la despedida era siempre difícil; pero precisamente por el hecho de tener que hacer un esfuerzo tan grande por vernos, apreciábamos cada minuto que estábamos el uno con el otro. Al ir progresando nuestra relación, empezamos a contemplar con gran expectativa el día en que no tuviéramos que separarnos más.

Nuestras salidas eran muy interesantes y variadas: andábamos en bicicleta y a caballo, visitábamos museos, leíamos las Escrituras, cocinábamos, caminábamos por los parques (incluso bailamos en uno de ésos) e íbamos a un orfanato a estar con los niños y jugar con ellos.

Cada vez que nos encontrábamos hacíamos algo nuevo, así que nos entreteníamos y divertíamos mucho. Me gustaba ver lo ingenioso que era Vitaly al planear nuestras salidas; las actividades que él elegía en verdad nos ayudaron a conocernos mejor.

Vitaly: Como yo estaba estudiando, no podía gastar mucho en diversiones. Gastaba la mayor parte del dinero en los viajes para ir a ver a Katya y en pagar la cuenta del teléfono; pero el hecho de estar limitado de fondos no tenía porqué hacer aburridas ni infructuosas nuestras salidas. En realidad, algunas de las mejores no nos costaron ni un centavo.

Quizás parezca una tontería, pero yo quería ver cómo se comportaba Katya con los niños y por eso fuimos al orfanato. Muchas de nuestras salidas eran así; estábamos haciendo todo lo posible por saber cada vez más el uno del otro.

Vivimos a la manera del Señor

Vitaly: En Rusia, como en muchos otros lugares, es costumbre que las parejas vivan juntas antes de casarse. Después de que le propuse matrimonio a Katya, algunos amigos me preguntaron cómo podía casarme con ella sin saber antes si nuestras personalidades eran compatibles; afirmaban, así como lo hacían muchas de las amistades de ella, que la única forma de saber si era la compañera apropiada para mí era que viviéramos juntos durante un tiempo considerable.

Les aseguré que no hay necesidad de vivir con una persona para llegar a conocerla; además, traté de explicarles a mis amigos, de modo que pudieran entender, que había orado y recibido una respuesta de que Katya era la mujer con quien debía casarme. Después de orar sobre mi decisión, no tenía temores de la vida de casado; al contrario, me sentía entusiasmado y como si toda una nueva vida se desplegara ante mí. Nadie se opuso ni me criticó nunca por tener esa postura; de hecho, me apoyaron en la decisión.

Katya: Cuando Vitaly me propuso matrimonio, mis padres trataron de convencerme de que no debía casarme pues pensaban que era demasiado pronto para comprometernos y que debía conocerlo mejor. Mi jefe en el trabajo me dijo lo mismo, y después agregó: “Deben vivir juntos antes de tomar una decisión como ésa”.

Me entristece ver que la gente piense de esa manera sobre el matrimonio y la familia; no creo que esas personas entiendan lo felices que pueden ser las parejas que se casan y se sellan en el templo. El gran amor y la felicidad que Vitaly y yo sentimos cuando nos casamos se hicieron aún más fuertes por saber que estamos sellados para la eternidad.

Vitaly: Katya y yo nos casamos en Omsk, el 25 de febrero de 2006 (las leyes de Rusia, así como las de muchos otros países, exigen el matrimonio civil antes del religioso). A la mañana siguiente salimos en el viaje hacia el Templo de Estocolmo, Suecia; fuimos en avión en un vuelo de tres horas desde Omsk a Moscú, donde nos quedamos el resto de ese día; luego tomamos un tren nocturno hasta San Petersburgo y, una vez allí, subimos a un autobús con otros Santos de los Últimos Días para viajar a Helsinki, Finlandia. La última parte de nuestra jornada fue de once horas en un ferry que nos condujo a Estocolmo.

Al fin llegamos al templo. Para

algunas personas, tal vez ese viaje tan largo parezca muy difícil, pero en muchos aspectos ese recorrido que hicimos a través de Europa fue para nosotros una gran luna de miel.

El día de nuestro sellamiento, el 1º de marzo de 2006, fue muy hermoso: un día de paz y de certidumbre. Yo sabía que la persona cuya mano estaba en la mía era aquella con la cual iba a compartir la eternidad; sólo esa idea me llenaba de gozo y gratitud hacia el Padre Celestial por confiarme a Su hija para que fuera mi esposa. Me sentí más cerca de Él que nunca.

Buscamos características como las de Cristo

Katya: Ahora Vitaly y yo tenemos una hijita maravillosa. Quiero que algún día ella se case en el templo, y la mayor influencia que podemos ofrecerle consiste en ser compañeros y padres cariñosos.

Espero que pueda encontrar un digno poseedor del sacerdocio que tenga muchos de los atributos de Cristo. Lo que contribuyó a que supiera que podía casarme con Vitaly fue ver en él esos atributos.

¿Y qué me atrajo a él? Por supuesto, es un hombre bien parecido e inteligente y sabe cómo cortejar a una mujer; pero ésa no fue la norma por la que lo juzgué. Tenía lo que di en llamar “los ojos de un discípulo de Cristo”, y percibí en él una cierta luz. Es un recto poseedor del sacerdocio.

Vitaly: Naturalmente, es maravilloso estar casado con una persona a la que se sienta atraído; pero si nos concentramos solamente en las características físicas, inevitablemente nos privaremos de ver las más importantes: la personalidad, la espiritualidad y otras cualidades que son esenciales en un matrimonio perdurable.

Me doy cuenta de que para algunos jóvenes adultos tal vez sea difícil encontrar un cónyuge en la Iglesia debido a que no haya muchos Santos de los Últimos Días en el lugar donde viven, y siento empatía por ellos. No obstante, sé que sean cuales sean nuestras circunstancias, si hacemos nuestra parte y nos preparamos para sellarnos en el templo, el Padre Celestial abrirá el camino.

Izquierda: Los Shmakov en 2006, el día de su sellamiento; el viaje que hicieron hasta el Templo de Estocolmo, Suecia, les llevó unas treinta horas.

Derecha: Actualmente, los Shmakov tienen una hijita. Katya dice: “Quiero que algún día ella se case en el templo, y la mayor influencia que podemos ofrecerle consiste en ser compañeros y padres cariñosos”.

Fotografías de la familia, cortesía de los hermanos Shmakov.