2010
El llegar a saber
Julio de 2010


Cómo lo sé

El llegar a saber

Conforme aprendí las doctrinas del Evangelio, mis circunstancias difíciles no cambiaron, pero me sentía más feliz.

Cuando tenía catorce años de edad, unos misioneros Santos de los Últimos Días vinieron a nuestro hogar y nos enseñaron a mi madre y a mí. Pronto nos invitaron a bautizarnos; mi madre declinó la invitación, pero yo la acepté. Al pensar en ello, creo que no estaba convertida, y pienso que, como muchos adolescentes, quería hacer algo fuera de lo normal.

Durante el año siguiente asistía a la Iglesia sola. No sentía que formaba parte del grupo y no comprendía mucho de lo que se enseñaba; no obstante, era activa. Al año siguiente viví fuera de mi hogar y asistí a una escuela de enseñanza secundaria de la Iglesia en la Ciudad de México. Aunque dicha escuela me había agradado mucho durante mi visita inicial y me había esforzado mucho para que se me aceptara en ella (y para convencer a mis padres de que me permitieran asistir), enseguida comprendí que no era sencillo estar sola. Aún no tenía un testimonio. No comprendía realmente quién era José Smith ni lo que el Libro de Mormón enseñaba. Más que nunca sentía que no formaba parte del grupo.

Por supuesto, no se lo dije a mis padres, pues había invertido mucho tiempo en convencerlos de que me permitieran asistir a esa escuela. ¿Cómo podría admitir que después de todo, quizás ése no fuera el lugar para mí? Debido a mi orgullo, simplemente me enfrenté a las dificultades en silencio.

Mi difícil situación empeoró cuando me enteré de que mis padres se estaban divorciando. Sentí como si todo mi mundo se estuviera destruyendo.

Fue en ese momento que mi obispo me llevó aparte y me preguntó cómo estaba. Le relaté todo en cuanto a mis penas y frustraciones. “Siento como si ya no supiera nada”, le dije.

Ese buen obispo comenzó a enseñarme sobre el Evangelio. Empezamos con el modo de comunicarnos verdaderamente con nuestro Padre Celestial. Con el transcurso del tiempo hablamos sobre la Expiación. Él me enseñó las verdades del Evangelio y, por primera vez, sentí que tenía un testimonio. Estaba contenta de tener algo a que asirme en ese periodo de incertidumbre. Aun cuando me sentía incapaz de ayudar a mi familia, pude sentir una sensación de felicidad al estar cerca de nuestro Padre Celestial. Sabía que Él me conocía, y eso lo cambió todo.

Tal vez sea común para los nuevos miembros de la Iglesia sentirse que no forman parte del grupo tal como me sentía yo. Lo que he aprendido es que no importa si no comprendes todas las cosas del Evangelio de inmediato. Lo que importa es que comprendas tu relación con nuestro Padre Celestial y que Él tiene un propósito y un plan para tu vida. Es importante que sepas que el Salvador expió tus pecados y que Él te comprende perfectamente, aun cuando ninguna otra persona lo haga. Una vez que conocí esas doctrinas, otras cosas comenzaron a aclararse.

Gracias al amor de mi obispo y a su paciencia al enseñar, la época de la escuela secundaria llegó a ser un periodo positivo en mi vida. El asistir a la escuela secundaria de la Iglesia cambió la visión que yo tenía de quién era y de lo que mi vida podría ser. Al graduarme permanecí en la Ciudad de México, y lo primero que hice tras haber hallado un sitio donde vivir fue buscar el barrio local de modo que pudiera continuar teniendo un lugar de refugio, un lugar donde podría crecer en el Evangelio.

Poco después de ello, presté servicio misional en la Manzana del Templo, en Salt Lake City. Hallé gran gozo al compartir con otras personas las verdades que me habían proporcionado un fundamento sólido en un tiempo que se consideraría como una época turbulenta de la vida.

Estoy agradecida por ser miembro de la Iglesia. Sé que nuestro Padre Celestial nos tiene presentes a cada uno de nosotros y que tiene un plan para nuestra vida. Ha sido una gran bendición verlo revelar Su plan que tiene para mí.

Fotografía cortesía de Sonia Padilla-Romero; detalle de La Segunda Venida, por Grant Romney Clawson