2010
Y tened compasión de los que dudan
Noviembre de 2010


“Y tened compasión de los que dudan”

La belleza del programa de maestras visitantes es ver las vidas cambiadas, las lágrimas enjugadas, los testimonios que crecen, las personas recibir amor, las familias fortalecidas.

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Barbara Thompson

Mis queridas hermanas, qué bendición es estar con ustedes y sentir su fortaleza y su amor por el Señor. Gracias por el amor y la compasión que comparten con los demás a diario.

Sabemos que, durante las primeras épocas de la Sociedad de Socorro en Nauvoo, las hermanas iban de casa en casa para ministrarse unas a otras, determinar necesidades, llevar alimentos, cuidar a los enfermos y mostrar compasión por cada mujer y su familia1. Esto me recuerda el pasaje de Judas: “Y tened compasión de los que dudan”2. Al meditar en este pasaje y su significado, mis pensamientos se vuelven al Salvador y a las muchas veces que en las Escrituras se habla del amor y la compasión que Cristo tenía por todos.

En el Nuevo Testamento, a menudo leemos que Cristo “tuvo compasión”3 de las personas al responder a sus necesidades. Tuvo compasión cuando vio que estaban hambrientas, y las alimentó; o cuando estaban enfermas, y las sanó; o cuando necesitaban enriquecimiento espiritual, y les enseñó.

Compasión significa sentir amor y misericordia hacia otra persona. Significa sentir compasióny tener el deseo de aliviar el sufrimiento de los demás. Significa mostrar bondad y ternura hacia alguien más.

El Salvador nos ha pedido que hagamos las cosas que Él hizo4, que llevemos las cargas los unos de los otros, consolemos a los que necesitan de consuelo, lloremos con los que lloran5, que alimentemos al hambriento, visitemos al enfemo6, que socorramos a los débiles, que levantemos las manos caídas7 y que nos “enseñ[emos] el uno al otro la doctrina del reino”8. Para mí estas palabras y acciones describen a las maestras visitantes, aquellos que ministran a los demás.

El programa de las maestras visitantes les da a las mujeres la oportunidad de velar, fortalecer y enseñarse unas a otras. Al igual que a un maestro del Sacerdocio Aarónico se le da la responsabilidad de “velar siempre por los miembros de la iglesia” y “estar con ellos y fortalecerlos”9, una maestra visitante muestra su amor al considerar en oración a cada mujer a quien se le ha llamado a servir.

La hermana Julie B. Beck nos recordó: “Debido a que seguimos el ejemplo y las enseñanzas de Jesucristo, valoramos esta asignación sagrada de amar, conocer, servir, comprender, enseñar y ministrar en nombre de Él”10.

Hoy deseo hablar acerca de dos cosas:

  • Las bendiciones que ustedes llevan a otras personas al servir como maestras visitantes, y

  • Las bendiciones que ustedes reciben al servir a los demás.

Las bendiciones que ustedes llevan a otras personas al servir como maestras visitantes

No hace mucho estuve con un grupo de mujeres de Anchorage, Alaska. Había unas doce mujeres en el salón y seis más se unieron mediante el altavoz del teléfono desde ciudades y pueblos de todo Alaska. Muchas de esas mujeres vivían a cientos de kilómetros del lugar de reuniones de la Iglesia. Estas mujeres me enseñaron en cuanto a ser maestras visitantes.

Visitar en persona a todas las hermanas requeriría hacer un viaje en avión, en barco o viajar largas distancias en auto. Obviamente, el tiempo y los gastos hacían que las visitas en las casas fueran imposibles. Sin embargo, estas hermanas se sentían muy unidas porque oraban fervientemente las unas por las otras y buscaban la guía del Santo Espíritu para saber lo que las hermanas necesitaban, aunque no estuvieran allí en persona a menudo. Lograban mantenerse en contacto por teléfono, por internet y por correo. Servían con amor, porque habían hecho convenios con el Señor y deseaban bendecir y fortalecer a sus hermanas.

Otro compañerismo dedicado de maestras visitantes de la República Democrática del Congo, caminaba grandes distancias para visitar a una mujer y a su bebé. Las hermanas preparaban un mensaje con oración y deseaban saber cómo podrían influir en la vida de la querida mujer que visitaban. La mujer estaba encantada con su visita, porque su visita era un mensaje del cielo sólo para ella. Cuando las maestras visitantes se reunían en el humilde hogar de la hermana, ella, su familia y las maestras visitantes eran edificadas y bendecidas. La larga caminata no parecía un sacrificio. Estas maestras visitantes tenían compasión, influían para bien y bendecían la vida de esa mujer.

En algunas áreas de la Iglesia, las largas distancias, los gastos y la seguridad hacen que los contactos mensuales en persona sean imposibles; pero, por medio del poder de la revelación personal, las hermanas que realmente procuran amarse, cuidarse y fortalecerse unas a otras encuentran maneras significativas de cumplir este llamado del Señor.

Una presidenta de la Sociedad de Socorro inspirada pide consejo a su obispo y, con oración, realiza las asignaciones de maestras visitantes para ayudarlo a velar y cuidar de cada hermana del barrio. Cuando entendemos este proceso de consejo y revelación, comprendemos mejor nuestra importante responsabilidad de ministrar y podemos depender con más confianza en el Espíritu para que guíe nuestros esfuerzos.

Yo soy una de las que ha visitado a varias mujeres cada mes y luego, con orgullo, he declarado con un suspiro de alivio: “¡terminé las visitas!”. Ahora bien, la parte por la que rindo un informe quizá esté terminada, pero, si ésa es la única razón por la que lo hago, qué lástima.

La belleza del programa de maestras visitantes no está en ver un cien por ciento en el informe mensual; la belleza del programa es ver las vidas cambiadas, las lágrimas enjugadas, los testimonios que crecen, las personas recibir amor, las familias fortalecidas, las personas animadas, los hambrientos alimentados, los enfermos visitados y a aquellos que lloran consolados. La verdad es que la labor de las maestras visitantes nunca termina, porque velamos y fortalecemos siempre.

Otra bendición del programa de maestras visitantes es el aumento de la unidad y el amor. En las Escrituras se nos aconseja cómo lograrlo: “Y les mandó que… fijasen su vista hacia adelante con una sola mira, teniendo una fe y un bautismo, teniendo entrelazados sus corazones con unidad y amor el uno para con el otro”11.

Muchas mujeres han dicho que la razón por la cual regresaron a la actividad en la Iglesia fue que una fiel maestra visitante iba mes tras mes y las ministraba, rescatándolas, amándolas, bendiciéndolas.

En ocasiones el mensaje será lo más importante que compartan en una visita particular. Algunas mujeres no tienen mucho más enriquecimiento espiritual en su vida que el mensaje que ustedes lleven. Los mensajes para las maestras visitantes de la Liahona son mensajes del Evangelio que ayudan a cada mujer a tener más fe, a fortalecer a su familia y a poner énfasis en el servicio caritativo.

A veces la bendición más importante de su visita será simplemente que usted escuche. El escuchar trae consuelo y comprensión, y sana. En otra ocasión quizá deban arremangarse e ir a trabajar en la casa o ayudar a calmar a un niño que llora.

Las bendiciones que ustedes reciben al servir a los demás

Las bendiciones que ustedes reciben al servir a los demás son muchas. A veces he dicho: “¡Ay, tengo que hacer mis visitas!”. (Ésas fueron las ocasiones en que me olvidaba de que estaba visitando y enseñando a mujeres. Ésas fueron las ocasiones en que lo veía como un peso, más que como una bendición.) Sinceramente, puedo decir que, cada vez que hacía las visitas, siempre me sentía mejor; era edificada, amada y bendecida, por lo general mucho más que la hermana a la que yo visitaba. Mi amor aumentaba; mi deseo de servir era mayor; y podía ver qué método maravilloso ha establecido el Padre Celestial para que velemos y nos cuidemos mutuamente.

Otras bendiciones de ser maestras visitantes son que llegamos a conocer y a hacernos amigas de personas que quizá no habríamos conocido bien de otro modo. A veces nos permite ser una respuesta a las oraciones de alguien. Además, la revelación personal y las experiencias espirituales están íntimamente relacionadas con el programa de maestras visitantes.

He tenido algunas de las experiencias de mi vida más espirituales, gozosas y que me han hecho sentir más humilde, sentada en los hogares de mujeres de mi propio barrio y alrededor del mundo. Nos hemos enseñado el Evangelio mutuamente, hemos llorado juntas, reído juntas, resuelto problemas juntas, y yo he sido edificada y bendecida.

Una noche, cerca del final del mes, estaba preparándome para salir de la ciudad y todavía no había visitado a una de mis hermanas. Era tarde por la noche; no había fijado una cita; no había llamado por teléfono; no tenía compañera. Pero decidí que era importante visitar a mi amiga Julie. La hija de Julie, Ashley, había nacido con osteogénesis imperfecta. Aunque Ashley ya tenía casi seis años, era muy pequeña y no podía hacer casi nada además de mover los brazos y hablar. Pasaba todo el día y todos los días sobre una manta de piel de cordero. Ashley era una niña feliz y alegre y a mí me encantaba estar con ella.

Esa noche en particular, cuando llegué a la casa, Julie me invitó a pasar y Ashley en voz alta dijo que quería mostrarme algo. Entré y me arrodillé en el piso a un costado de Ashley; su madre se encontraba al otro lado. Ashley dijo: “¡Mira lo que puedo hacer!”. Entonces, con un poco de ayuda de su madre, Ashley pudo ponerse de costado y volver a su posición original. Le había llevado casi seis años alcanzar esa maravillosa meta. Mientras aplaudíamos, vitoreábamos, nos reíamos y llorábamos juntas en aquella ocasión especial, agradecí al Padre Celestial por haber hecho esa visita y no haberme perdido esa gran ocasión. Si bien hace muchos años de esa visita y la dulce Ashley ya ha fallecido, agradeceré eternamente haber tenido esa experiencia especial con ella.

Mi querida madre fue una maestra visitante maravillosa y dedicada por muchos años. Siempre estaba pensando en formas en que podía bendecir a las familias que visitaba. Les prestaba especial atención a los hijos de las mujeres que visitaba con la esperanza de fortalecer a las familias. Recuerdo a un niño de cinco años que corría hasta donde estaba mi madre en la capilla y decía: “Tú eres mi maestra visitante. ¡Te quiero!”. El ser parte de la vida de maravillosas mujeres y sus familias fue una bendición para mi madre.

No todas las experiencias relacionadas con las maestras visitantes son agradables y maravillosas. A veces es difícil, como cuando visitamos un hogar donde en realidad no somos bienvenidas, o cuando es difícil visitar a una hermana con una vida muy ocupada. Quizá lleve más tiempo llegar a tener una buena relación con algunas hermanas; pero, cuando realmente procuramos amar, cuidar y orar por la hermana, el Espíritu Santo nos ayudará a encontrar el modo de velar por ella y fortalecerla.

El presidente Thomas S. Monson es un ejemplo de ministrar como el Salvador lo hizo. Constantemente lo encontramos visitando y ayudando a los demás. Él ha dicho: “Estamos rodeados de personas que necesitan nuestra atención, nuestro estímulo, apoyo, consuelo y bondad… Nosotros somos las manos del Señor aquí sobre la tierra, con el mandato de prestar servicio y edificar a Sus hijos. Él depende de cada uno de nosotros”12.

“Y nadie puede ayudar en ella a menos que [ella] sea humilde y llen[a] de amor, y tenga fe, esperanza y caridad, y sea moderad[a] en todas las cosas, cualesquiera que le fueren confiadas”13.

Las mujeres a quienes visitamos han sido confiadas a nuestro cuidado. Tengamos amor y compasión para así influir en la vida de quienes nos han sido confiadas.

Hermanas, las amo. Ruego que sientan el amor de nuestro Padre Celestial y nuestro Salvador Jesucristo. Les testifico qur el Salvador vive, en el nombre de Jesucristo. Amén.