2010
¿Quién será el regalo?
Diciembre de 2010


¿Quién será el regalo?

Ana Márcia Agra de Oliveira, Pernambuco, Brasil

En 1982, la segunda Navidad después de que nos casamos, Cleto y yo decidimos establecer tradiciones familiares. Como éramos los primeros miembros de la Iglesia de nuestras respectivas familias, nuestras celebraciones navideñas anteriores, aunque nos trajeran gratos recuerdos, carecían de compasión y servicio genuinos. Además, nuestro primer bebé, Diego, que tenía ocho meses, era razón suficiente para que progresáramos en ese sentido.

Estábamos bastante ocupados con los estudios universitarios, las tareas domésticas, los llamamientos de la Iglesia y nuestro curso acelerado para padres primerizos, pero seguimos dedicándonos a prepararnos para una ocasión especial. Utilizamos cada noche de hogar de diciembre para hacer decoraciones y llegar a comprender mejor los símbolos y colores que veíamos por todas partes. También planeamos preparar una cena sencilla y pensamos en regalos útiles y poco costosos. Al comenzar a seguir un programa de estudio de las Escrituras, nos dimos cuenta de que el auténtico cambio en nuestra manera de celebrar el nacimiento de Cristo consistiría en escoger un regalo para el Salvador.

Nos preguntábamos: “¿Qué se le puede dar a alguien que tiene el cielo y la tierra a Su disposición?”. Las Escrituras dan la respuesta, declarando que todo lo que hagamos “a uno de éstos, mis hermanos más pequeños” (Mateo 25:40), a Él se lo hacemos. Dado que la Navidad es una época de amistad y de amor, deseábamos invitar a un miembro de la Iglesia a experimentar la calidez y el dulce espíritu que sentíamos en nuestro hogar. Buscamos mucho para encontrar a alguien que necesitara un poco de ánimo y que con nuestra ayuda se convirtiera en nuestro regalo de Navidad para el Salvador.

Cada vez que invitábamos a un hermano o una hermana del barrio o de la estaca a nuestro hogar, teníamos la alegría de descubrir que esa persona ya estaba comprometida para otras actividades, pero la Nochebuena llegó pronto y todavía no habíamos encontrado a nadie con quien compartir nuestra Navidad.

Resignados a nuestro fracaso, nos estábamos preparando para la cena cuando sonó el timbre de la puerta. Cuando abrí, me llevé la enorme alegría de encontrar a un amigo que hacía tiempo que no veíamos. Avelar había sufrido recientemente la decepción de una difícil separación; estaba triste y solo y había sentido un gran deseo de estar con nosotros.

Lo recibimos con amor, y él nos dijo que había encontrado el ambiente que necesitaba para ser consolado en medio de sus pruebas. Le hablamos de nuestros preparativos para servir y ayudar a una persona necesitada, a fin de que se diera cuenta de que el Señor lo conocía y lo amaba.

Para todos nosotros, fue maravilloso darnos cuenta de que el Salvador nos había enviado a alguien que no pudimos encontrar por nosotros mismos: nuestro amigo Avelar. Comprobamos la importancia decisiva de los vínculos de amistad entre los hijos y las hijas de nuestro Padre Celestial. Por ese motivo, en las Navidades siguientes, nuestros tres hijos y nosotros siempre recordamos que el propósito de esas fiestas es fortalecer los lazos de unidad, amor y amistad.

Resignados a nuestro fracaso, nos estábamos preparando para la cena cuando sonó el timbre de la puerta.