2010
El mejor regalo
Diciembre de 2010


El mejor regalo

Aquella Navidad no teníamos comida. Sólo podíamos esperar un milagro.

Cuando tenía 12 años, mi familia vivía en Brasil en una granja alejada de la ciudad. Ese diciembre mi hermano y yo cosechábamos frutos secos para el dueño de otra granja cuando de repente empezó a llover y durante días la lluvia cayó de tal manera que no pudimos seguir trabajando.

Casi era Navidad, y a nuestra familia se le estaba acabando la comida. A mi madre le preocupaba que no tuviéramos cena de Navidad, de manera que nos dijo a mi hermano mayor y a mí que fuéramos a pedirle al dueño de la granja el dinero que habíamos ganado. No sería mucho, pero con él compraríamos un poco de comida para la familia mientras que otras personas preparaban sus banquetes navideños.

Mi hermano y yo recorrimos varios kilómetros por un camino enlodado hacia la casa del dueño de la granja. Cuando llegamos, él se sorprendió. “¿Qué los trae por aquí en semejante día tan lluvioso?”, preguntó. Le explicamos nuestra situación, y él dijo: “No tengo dinero en efectivo para pagarles, pero puedo darles un cheque”. Aceptamos y regresamos rápidamente para poder llegar a la ciudad a tiempo de cobrar el cheque y comprar la comida que necesitábamos.

Para cuando llegamos a la ciudad, casi todo el comercio había cerrado por las fiestas navideñas; estábamos agotados y nuestro esfuerzo por cobrar el cheque fue en vano.

Cuando nos presentamos en casa sin alimentos, mi madre y mis ocho hermanos se sintieron muy desilusionados. Todo lo que teníamos era el cheque, el cual en ese momento no representaba ningún valor para nosotros. La víspera de Navidad llegó sin ningún regalo y con poca comida. Cenamos arroz y nos fuimos a dormir.

En la mañana de Navidad nos levantamos al oír la celebración de los vecinos afuera, pero permanecimos dentro, esperando un milagro que trajera comida a nuestra mesa. Para nuestra sorpresa, antes del almuerzo tocaron a la puerta y ahí se encontraba una de nuestras vecinas que sostenía una enorme vasija cubierta con un paño.

“Vine a traerles esto”, dijo. Mi madre aceptó la vasija con gratitud y vimos que estaba llena de comida navideña. Para nosotros eso fue un banquete, ¡un verdadero milagro!

Esa comida de Navidad fue el mejor regalo que jamás haya recibido porque constituyó nuestro alimento en un día muy especial. Aunque nuestra vecina no estaba enterada de nuestras circunstancias, sé que nuestro padre Celestial sí lo sabía y, a través de ella, Él nos alimentó esa Navidad. Sé que cuando no tenemos otra salida, el Señor en Su misericordia y bondad infinitas nos envía grandes milagros. Y así como nuestra familia se dio cuenta aquella Navidad, podemos servir al Señor, como lo hizo nuestra vecina, al permitir que ocurran milagros en las vidas de los demás.

Ilustración por Bjorn Thorkelson.