2011
Nunca estamos desamparados
Enero 2011


Hasta la próxima

Nunca estamos desamparados

La referencia del Salvador a los escritos sagrados me aseguró que nunca estamos desamparados.

Durante Su ministerio, el Señor con frecuencia citaba las Escrituras. De modo que no debería sorprendernos el encontrar versículos en el Antiguo Testamento que el Salvador citó en el Nuevo. Pero un día me sorprendí al leer el primer versículo de Salmos 22: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”.

Nunca había considerado que el Salvador hubiera estado citando Escrituras sagradas cuando pronunció esas palabras en Su agonía en la cruz (véase Mateo 27:46). Esa idea me llevó a una profunda comprensión espiritual.

Casi todos nosotros nos hemos preguntado en algún momento: “Oh Dios, ¿en dónde estás?” (D. y C. 121:1). Esa pregunta ha acudido a mi mente con más frecuencia durante los momentos de incertidumbre o aflicción espiritual.

Por esa razón, las palabras del Salvador parecían exigir la pregunta: ¿Surgía también Su súplica de la incertidumbre, o incluso la duda? ¿Quería decir que había una pregunta para la cual mi Salvador, el Todopoderoso y que todo lo sabía, no tenía respuesta en el mismo momento en que mi salvación dependía de Su poder para proporcionar todas las respuestas y superar todas las cosas?

Leer este salmo me enseñó que, aunque estos versículos expresan de manera verdaderamente desgarradora “la paralizante desesperación de sentir que Dios lo había desamparado”, la cual pudo haber anticipado pero no comprendido en su totalidad, no fueron una señal de duda1.

El hecho mismo de acudir a Su Padre en Su momento de mayor necesidad usando palabras de escritos sagrados no era sólo una evidencia de fe, sino también una profunda oportunidad para enseñar. Aunque Salmos 22 comienza con una pregunta, es una expresión de profunda confianza en que Dios no desampara:

“En ti confiaron nuestros padres; confiaron, y tú los libraste.

“Clamaron a ti y fueron librados; confiaron en ti y no fueron avergonzados” (versículos 4–5).

Usando las experiencias del salmista como presagio del sufrimiento del Salvador, el salmo predice la burla (versículos 7–8), el falso juicio y la tortura venidera (versículos 11–13), Su dolor y sufrimiento (versículo 14), Su sed (versículo 15), las heridas de Sus manos y Sus pies (versículo 16) y el que echaran a suertes y repartieran Sus ropas (versículo 18).

Aunque el Salvador solamente citó el primer versículo, el resto del salmo es otro testimonio de que Él es el Mesías prometido, de que Su sufrimiento cumplió la promesa y de que Él confiaba completamente en Su Padre.

Esta comprensión trajo a mi alma un increíble consuelo de que mi fe no estaba en el lugar equivocado. Pero aun más potente que el darme cuenta de que Jesús no había dudado y que había sido liberado, fue el testimonio de ese salmo para los momentos en que me pregunto si Dios me ha desamparado a , o cuando me preocupo de que no ha escuchado mi súplica.

“Los que teméis a [Dios], alabadle; glorificadle, descendencia toda de Jacob, y temedle vosotros, descendencia toda de Israel.

“Porque no menospreció ni aborreció la aflicción del desvalido, ni de él escondió su rostro, sino que cuando clamó a él, le oyó” (versículos 23–24; cursiva agregada).

Nota

  1. Véase Jeffrey R. Holland, “Nadie estuvo con Él”, Liahona, mayo de 2009, pág. 87.

La oscuridad de la Crucifixión, por Gustave Doré.