2011
Lo que me enseñó la natación
Junio de 2011


Lo que me enseñó la natación

La natación me enseñó que no toda la presión de grupo es mala; algunas veces te ayuda a tener éxito.

Yo tenía 7 años y no sabía nadar, así que mi mamá me inscribió en clases de natación por las tardes junto con mi amiga Angie. Al final de cada clase, la maestra nos llevaba al centro de la piscina para practicar las brazadas. Siempre estábamos seguras en el medio de la piscina ya que la maestra nos sostenía por el estómago y llevábamos puestas “burbujas flotantes” en la espalda.

La presión de grupo en la piscina

Un día Angie y yo no teníamos puestos los flotadores, por lo que nos aferramos al borde de la piscina. Angie decidió intentar nadar desde la esquina hasta la pared adyacente, como 1,2 metros de distancia. Al principio yo estaba indecisa, pero ella me desafió; así que, aunque tenía miedo, tomé todo el aire que pude y me sumergí en el agua, con la esperanza de llegar al otro lado. En vez de flotar con facilidad como lo había hecho antes con el flotador en la espalda, empecé a hundirme. Me entró pánico; sabía que me ahogaría. Entonces recordé lo que mi maestra me había dicho unas semanas antes: “Si pierdes el control cuando estés nadando, saca un brazo del agua y levántalo y alguien irá a ayudarte”.

Con ese pensamiento, estiré el brazo en la dirección que consideré que era hacia arriba, pero no sentí el aire; estiré el brazo en todas las direcciones pero nunca salí a la superficie. En ese momento pegué con la cabeza contra el lado de la piscina donde Angie estaba esperándome. Supongo que no se había dado cuenta de que yo me estaba “ahogando”.

Unas semanas después me encontraba en un lago con mi familia. Como aún no sabía nadar bien me metí en el agua a poca profundidad. Llevaba allí unos 10 minutos cuando vi a una de mis amigas meterse al lago; quedé horrorizada. “¿Y si Estefany se entera de que no sé nadar?”, pensé; me daría tanta vergüenza. Así que rápidamente me puse de rodillas y fingí que nadaba: caminé con los brazos mientras movía los pies en el agua. Estefany saltó al agua y empezó a nadar de veras; eso me hizo sentir más avergonzada. Después de un rato se me acercó y me habló; luego se sumergió y nadó en otra dirección dejando la estela de sus movimientos perfectos y coordinados; yo volví a fingir que nadaba y me sentí como una tonta.

Después de unos minutos, decidí dejar de tener miedo e intentar nadar. Como estaba en la parte poco profunda, levanté los brazos y empecé a nadar estilo perrito. ¡Funcionó! Floté; fue sólo por unos pocos segundos, pero floté. Lo hice una y otra vez a lo largo de la tarde y para cuando llegó el momento de irnos, ya podía nadar estilo perrito a través de todo el lago.

La presión de grupo es poderosa

Cuando recuerdo esas dos experiencias, me asombra el poder que tiene la presión de grupo. Un día, por poco me hace ahogar; pero otro día me motivó a aprender a nadar. Eso es lo que pasa con la presión de grupo: puede ser negativa o positiva, pero siempre es poderosa.

Una de las razones por las que los fariseos no creyeron en las palabras de Cristo fue por la presión de grupo: “Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios” (Juan 12:43). Lehi vio en su sueño a personas que se avergonzaron del Señor a causa de los que se mofaban y los señalaban con el dedo desde el edificio grande y espacioso (véase 1 Nefi 8:26–28).

Conozco ese aspecto negativo de la presión de grupo, el que hace que las personas se aparten de lo que saben que es correcto. He sido objeto de burla debido a mis normas Santo de los Últimos Días; he tenido amigas que han querido que yo robase ropa de las tiendas, hiciese trampa en los exámenes o que fuese cruel con otras personas. En vez de querer que flotase y que tuviese éxito, era como si fueran anclas que me arrastraban hacia abajo tratando de ahogarme.

Pero también he tenido amigas que me han motivado a hacer cosas buenas, cosas que han hecho mi vida mejor, no peor. Cuando cursaba el octavo grado, mi amiga Ali me convenció de que tratara de conseguir entrar al equipo de gimnasia rítmica del siguiente año escolar. No era una tarea fácil, ya que la idea de presentarme a una prueba para una actividad como estudiante nueva en una escuela secundaria grande me aterraba. Ali me convenció de que hiciera algo que mereció la pena y que quizás nunca hubiera hecho sin el aliento de una amiga; y gracias a esa presión de mi amiga, mi adaptación a la escuela secundaria fue mucho más fácil.

Las buenas amigas me animaron durante la escuela secundaria y en la universidad, dándome el valor de postularme para el consejo estudiantil, de esforzarme por obtener buenas calificaciones y de fortalecer mi testimonio del Evangelio. Esas amigas fueron una influencia positiva en mi vida; deseaban que yo tuviera éxito y me ayudaron a progresar.

Estas experiencias me han enseñado que no toda la presión de grupo es mala, como muchas personas tienden a pensar. Depende de la clase de presión y de quién proviene. He aprendido que cuando me rodeo de las influencias correctas, es menos probable que caiga en los caminos del mundo. La presión positiva de la Iglesia y de los amigos con normas elevadas es la fuerza que ha actuado como el salvavidas que me ha mantenido a flote en la vida.

Ilustraciones por Steve Kropp.