2011
Cómo hallar paz en tiempos difíciles
Septiembre de 2011


Hablamos de Cristo

Cómo hallar paz en tiempos difíciles

Tomado de “Descanso para vuestra alma”, Liahona, noviembre de 2010, págs. 101–102.

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).

Imagen
Elder Per G. Malm

En el centro de Gotemburgo, Suecia, hay un ancho bulevar bordeado de árboles hermosos en ambos lados. Un día vi un agujero en el tronco de uno de esos grandes árboles; entonces, por curiosidad, miré adentro y vi que el árbol estaba completamente hueco.

Me sorprendió que el árbol siguiera en pie. Alcé la vista y vi una ancha banda de acero rodeando la parte superior del tronco. Unidos a la banda había varios alambres de acero que a su vez estaban amarrados a edificios cercanos. A la distancia, se parecía a los demás árboles; sólo al mirar en su interior se detectaba que estaba hueco en lugar de tener un tronco sólido y fuerte. Con el tiempo, el árbol no se pudo salvar y tuvieron que derribarlo. Así como un el árbol joven crece poco a poco hasta llegar a ser fuerte, nosotros también podemos crecer paso a paso en nuestra capacidad hasta ser fuertes y sólidos de adentro hacia afuera, en contraste al árbol hueco.

Es a través de la sanadora expiación de Jesucristo que podemos tener la fortaleza para permanecer firmes y fuertes, y para que nuestra alma se llene de luz, comprensión, gozo y amor.

La fe en Jesucristo y el seguir Sus enseñanzas nos dan una esperanza firme, la cual llega a ser un ancla sólida para nuestra alma. Podemos llegar a ser constantes e inmutables; podemos tener paz interior duradera; podemos entrar en el descanso del Señor. Sólo si nos apartamos de la luz y la verdad, una profunda sensación de vacío, como el del árbol, ocupará los recintos más íntimos de nuestra alma.

Enfoquémonos en lo que mantendrá una paz duradera en la mente y el corazón, entonces nuestra “confianza se fortalecerá en la presencia de Dios” (D. y C. 121:45). La promesa de entrar en el descanso del Señor, de recibir el don de la paz, dista mucho de ser una satisfacción mundana y pasajera. Es, en verdad, un don celestial: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo” (Juan 14:27). Él tiene el poder de sanar y fortalecer el alma; Él es Jesucristo.

“Y vino a él mucha gente que tenía consigo cojos, ciegos, mudos, mancos y muchos otros enfermos; y los pusieron a los pies de Jesús, y él los sanó;

“de manera que la gente se maravillaba viendo a los mudos hablar, a los mancos quedar sanos, a los cojos andar y a los ciegos ver; y glorificaban al Dios de Israel” (Mateo 15:30–31).

Se restaura la vista, por J. Kirk Richards.