2012
Cuéntanos de tu Iglesia
Octubre de 2012


Cuéntanos de tu Iglesia

Shauna Moore, Virginia, EE. UU.

En un viaje que hice para visitar a mi hermano, iba sentada en el fondo del avión, donde se sientan las azafatas. Las dos filas de asientos que hay allí están situadas frente a frente.

Me presenté a las personas que estaban sentadas a mi alrededor y luego mencioné que asistiría a la Universidad Brigham Young. Un hombre que iba sentado frente a mí dijo que su hija tenía un buen amigo que acababa de partir para servir en una misión de tiempo completo. Su hija sabía un poco sobre la Iglesia, pero él no sabía casi nada. La azafata en seguida declaró que ella no querría pertenecer a “esa iglesia” porque estaba en contra de las mujeres. El hombre dijo que él había escuchado algo similar: que las mujeres Santos de los Últimos Días eran consideradas inferiores a los hombres, que no podían tener el sacerdocio ni presidir reuniones y que los hombres dominaban la Iglesia.

Entonces, volviéndose a mí, preguntó: “¿Qué piensas al respecto?”. Las siete personas me miraron y se quedaron esperando.

El corazón me empezó a latir con fuerza. De pequeña había memorizado los Artículos de Fe precisamente para una ocasión como ésta, y cuando era adolescente y joven adulta había practicado expresar mi testimonio de la visión de José Smith y del Libro de Mormón. Sin embargo, no tenía ni la más remota idea de cómo responder a la pregunta de ese hombre. Oré en silencio al Padre Celestial para que me guiara.

Entonces dije las primeras palabras que me vinieron a la mente: “Es que ustedes no saben acerca de la Sociedad de Socorro”. La expresión en sus rostros indicaba que no lo sabían.

“El sacerdocio funciona conjuntamente con las mujeres, y todas ellas pertenecen a la Sociedad de Socorro”, expliqué. “Hay una presidenta de la Sociedad de Socorro que dirige las actividades de las mujeres de la Iglesia en todo el mundo. La responsabilidad de las mujeres es brindar afecto y caridad a la vida de los miembros, y en especial a la vida de sus familias”.

Las personas a mí alrededor me escucharon con atención.

“Vivimos en una época extraña en que las mujeres quieren actuar, pensar y ser como los hombres. Sin embargo, nosotros creemos que Dios divide las tareas. Nosotros esperamos que las mujeres sean líderes entre las mujeres y que compartan el liderazgo de su hogar. Los hombres se apoyan plenamente en el consejo de ellas en esas áreas. Éste es un equilibrio justo; es lo que hace que las organizaciones de nuestra Iglesia tengan éxito, al igual que nuestros hogares. Y realmente creemos que ni el hombre es sin la mujer, ni la mujer es sin el hombre ante el Señor (véase 1 Corintios 11:11). Nosotros creemos que uno no está completo sin el otro; no creemos que hayamos sido creados para competir unos con otros, sino para complementarnos mutuamente”.

Al terminar, me sentí bendecida. Sabía que las palabras que había pronunciado eran del Espíritu. Todos parecían satisfechos con mi explicación; entonces el hombre dijo: “Cuéntanos más acerca de tu Iglesia”.

Fue así que, durante las dos horas que siguieron, tuve la gozosa oportunidad de hablar sobre la Restauración, contestar preguntas y dar testimonio del Evangelio que amo.