2013
Enseñanza significativa en el hogar
Enero 2013


Enseñanza significativa en el hogar

Cuatro maneras en que enseñamos a nuestros hijos las lecciones importantes de la vida.

El aprovechar los momentos propicios para la enseñanza con nuestros ocho hijos ha sido difícil pero a la vez gratificante. Conscientes de que “el hogar es el primer lugar y el más eficaz para que los niños aprendan las lecciones de la vida”1, mi esposa y yo hemos tratado de hacer todo lo posible por ayudar a nuestros hijos a aprender esas lecciones. A continuación aparecen algunos principios que nos han sido útiles.

Hagan las mejores cosas

A medida que nuestros hijos participan en más actividades, se ha hecho cada vez más necesario establecer un orden de prioridad. El élder Dallin H. Oaks, del Quórum de los Doce Apóstoles, nos ha recordado que “el solo hecho de que algo sea bueno no es razón suficiente para hacerlo… Algunas cosas son mejores que buenas, y merecen que les demos prioridad”. Además, dijo: “Los padres deben preservar tiempo para la oración familiar, el estudio de las Escrituras en familia, la noche de hogar y otros valiosos momentos juntos y en forma individual, que unan a la familia y dirijan los valores de los hijos a las cosas de valor eterno. Los padres deben enseñar las prioridades del Evangelio por medio de lo que hacen con los hijos”2.

Esto ha sido un buen consejo para nuestra familia. A medida que mi esposa y yo hemos meditado y orado en cuanto a las actividades que nuestros hijos tienen fuera del hogar, algunas de las cosas que pensábamos que eran importantes resultaron ser innecesarias. Me quedé especialmente sorprendido cuando les pregunté a nuestros hijos si querían participar en un equipo de baloncesto en el que yo fuera el entrenador. Respondieron: “Creo que no”, junto con el comentario: “Papá, tenemos un cesto en el patio, y nos gusta cuando juegas con nosotros y cuando jugamos con los vecinos; ¡así tenemos la pelota en nuestra posesión más tiempo!”.

Estudien las Escrituras y actúen de acuerdo con ellas

Existe una gran diferencia entre leer las Escrituras y estudiarlas. El antiguo profeta Josué enseñó que el éxito en el estudio de las Escrituras se logra cuando “de día y de noche [meditamos] en [ellas]” y “[hacemos] conforme a todo lo que en [ellas] está escrito” (Josué 1:8; cursiva agregada). Durante nuestro estudio de las Escrituras como familia, hemos tenido más éxito cuando damos a nuestros hijos tiempo para meditar sobre preguntas específicas y después les extendemos la invitación de que hagan “conforme a todo lo que en [ellas] está escrito”.

Una noche en que disfrutábamos de un refrigerio fuera de la casa y leíamos en el Libro de Mormón acerca de la caída de los nefitas, tuve la impresión de preguntar a los niños por qué pensaban que los nefitas se habían vuelto tan inicuos. Celeste, de seis años, dijo que ella pensaba que los nefitas y los lamanitas habían dejado de decir sus oraciones todos los días. Todos concordamos en que la caída de los nefitas empezó cuando se olvidaron de orar y de hacer otras cosas que parecían insignificantes. En ese momento, se me ocurrió invitar a los niños a orar con más reflexión y sentimiento.

Al día siguiente les pregunté cómo habían sido sus oraciones, lo cual les dio la oportunidad de compartir sus experiencias y a mí me dio la oportunidad de compartir mi testimonio sobre la oración. No todas las experiencias que hemos tenido relacionadas con el estudio de las Escrituras en familia han resultado tan bien, pero cuando las hemos analizado y hemos hecho invitaciones a actuar como parte de nuestro estudio, las Escrituras han cobrado mayor significado.

Ayuden a los hijos a ser responsables

Hemos descubierto gran poder al dar asignaciones a nuestros hijos y permitirles decidir los detalles por sí mismos. Cuando permitimos que nuestros hijos participen y tomen algunas de las decisiones familiares, es más factible que sean participantes activos; además, desarrollan un sentido de potestad y responsabilidad, y de ese modo aprenden a “hacer muchas cosas de su propia voluntad y efectuar mucha justicia” (D. y C. 58:27). Éstas son algunas de las cosas que han ayudado a nuestros hijos a ser más responsables:

  • Para la noche de hogar, ayúdenlos a preparar una lección, un pasaje de las Escrituras o un talento que ellos prefieran.

  • Permítanles seleccionar un himno para cantarlo durante el estudio de las Escrituras en familia, y después inviten a uno de ellos a decir la oración.

  • Permítanles hacer planes para un viaje familiar y ser responsables por una porción del mismo.

  • Lleven a cabo con ellos un consejo familiar sobre asuntos monetarios y permítanles ayudar a tomar decisiones sobre ciertas compras.

  • Enséñenles la forma de hacer un trabajo específico y pónganlos a cargo de ese trabajo durante una semana.

  • Lleven a cabo un proyecto de servicio como familia cada mes y permítanles decidir a quién prestarán servicio.

  • Permítanles que se turnen para escoger a quién visitar un determinado domingo.

  • Déjenlos escoger una actividad familiar para una noche particular durante el mes.

Guíenlos

Ha habido ocasiones en las que mi esposa y yo hemos sentido que somos pastores que acorralan a los hijos para efectuar la oración o el estudio de las Escrituras; pero otras veces hemos sentido el dulce espíritu que se siente cuando en verdad hemos guiado y cuidado a nuestro pequeño rebaño. Si no tenemos cuidado, fácilmente podemos pasar por alto esos momentos en los que podemos brindar dirección.

Uno de esos momentos se presentó mientras acostaba a los niños; uno de ellos preguntó: “Papá, ¿qué cosas son una tentación para ti?”.

La pregunta me sorprendió.

Entonces dijo: “Hemos estado hablando acerca de las cosas que son tentaciones para nosotros, y nos preguntábamos qué cosas son tentaciones para ti”.

Sabía que ése sería el momento perfecto para enseñarles, pero estaba exhausto por un largo día de trabajo. No me sentía con ganas de tener una conversación seria con dos niños tan tarde por la noche, especialmente cuando al día siguiente irían a la escuela.

Sin embargo, acudió a mi mente la historia del Salvador en el pozo. Incluso después de haber caminado 48 kilómetros, o tal vez más, Él se tomó el tiempo para enseñar a la mujer de Samaria (véase Juan 4). Decidí que tal vez ése sería uno de esos momentos en el “pozo”, de modo que me senté y les pregunté si pensaban que el ser tentado fuera un pecado. Hubo una larga pausa, y luego comenzamos a hablar y a escucharnos los unos a los otros. Les enseñé acerca del encuentro que el Salvador tuvo con Satanás (véase Mateo 4) y di mi testimonio de las bendiciones que se reciben al resistir la tentación.

Fue uno de esos momentos especiales que uno tiene como padre. Nos acostamos un poco más tarde que de costumbre, pero el gozo que sentí bien valió cualquier sacrificio de tiempo sin dormir.

“Una de nuestras oportunidades apremiantes es responder a un niño cuando pregunta seriamente, teniendo presente que los niños no siempre preguntan, que no siempre son dóciles para la enseñanza y que no siempre escuchan”, enseñó el élder Richard L. Evans (1906–1971), del Quórum de los Doce Apóstoles. “Y muchas veces tenemos que hacerlo bajo sus condiciones, en el momento que ellos quieren, y no siempre bajo nuestras condiciones, ni cuando nosotros queremos… Si ellos se dan cuenta de que pueden confiar en nosotros con sus preguntas triviales, tal vez más tarde nos confíen las más serias”3.

Elegidos y apoyados por el Señor

La responsabilidad de velar por los hijos de Dios es muy pesada. Siempre que me siento incompetente como padre, me acuerdo de algo que el élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo en una ocasión: “El mismo Dios que colocó aquella estrella en la órbita precisa muchos años antes de que apareciera sobre Belén, en celebración del nacimiento del Niño, ha prestado por lo menos igual atención al colocarnos a cada uno de nosotros en las órbitas humanas precisas a fin de que, si lo deseamos, podamos iluminar el paisaje de nuestras vidas, para que nuestra luz no sólo guíe a los demás, sino para que también les dé calor”4.

Esa declaración me infunde ánimo cuando me siento desanimado; nos brinda a mi esposa y a mí confianza en nuestras habilidades como padres, con el conocimiento de que nuestros hijos han sido colocados dentro de nuestra “órbita” por una razón, y que nuestro Padre Celestial confía en nosotros.

Ruego que Él bendiga a su familia a medida que aprenden el Evangelio juntos, ayudan a sus hijos a ser responsables y aprovechan esos valiosos momentos propicios para la enseñanza.

Notas

  1. Véase David O. McKay, en Noche de Hogar, Manual, 1975, pág. 3.

  2. Dallin H. Oaks, “Bueno, Mejor, Excelente”, Liahona, noviembre de 2007, págs. 104, 105.

  3. Richard L. Evans, “The Spoken Word”, Ensign, mayo de 1971, pág. 12.

  4. Neal A. Maxwell, That My Family Should Partake, 1974, pág. 86.

Ilustración fotográfica por Cody Bell © IRI.

La oveja perdida, por Del Parson.