2013
Amadas son las ovejas descarriadas
Junio de 2013


Amadas son las ovejas descarriadas

El presidente James E. Faust fue sostenido como Segundo Consejero de la Primera Presidencia el 12 de marzo de 1995, cargo que desempeñó hasta que falleció el 10 de agosto de 2007. Este discurso, basado en un discurso pronunciado en la conferencia general de abril de 2003, se incluye en este número como uno de varios artículos que tienen que ver con el fortalecimiento de la familia.

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Presidente James E. Faust

A los padres desconsolados que han sido rectos, diligentes y que han orado constantemente para enseñar a sus hijos desobedientes, les decimos que el Buen Pastor cuida de ellos.

Mis queridos hermanos, hermanas y amigos, mi mensaje esta mañana es uno de esperanza y consuelo dirigido a los padres desconsolados que tanto se han esforzado por criar a sus hijos en la rectitud, con amor y dedicación, pero que han perdido la esperanza porque su hijo o hija se ha rebelado o se ha desviado para seguir el camino del mal y de la destrucción. Al considerar su desoladora angustia, recuerdo las palabras de Jeremías: “Voz fue oída en Ramá… Raquel, lamentándose por sus hijos, no quiso ser consolada”. Pero el Señor la consoló de este modo: “Reprime del llanto tu voz… porque salario hay para tu trabajo… y volverán de la tierra del enemigo”1.

Para comenzar, debo testificar que la palabra del Señor a los padres de esta Iglesia se encuentra en la sección 68 de Doctrina y Convenios, en esta notable indicación: “Y además, si hay padres que tengan hijos en Sión o en cualquiera de sus estacas organizadas, y no les enseñen a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años, el pecado será sobre la cabeza de los padres”2. Se manda a los padres “[enseñar] a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor”3. Como padre, abuelo y bisabuelo, yo acepto ese mandato como la palabra del Señor; y como siervo de Jesucristo, insto a los padres a seguir ese consejo con el mayor esmero posible.

¿Quiénes son buenos padres? Aquellos que de manera amorosa, con oración y diligentemente se esfuerzan por enseñar a sus hijos, mediante el precepto y el ejemplo, a “orar y a andar rectamente delante del Señor”4. Eso es verdad aunque algunos de sus hijos sean desobedientes o mundanos. Los niños nacen con un espíritu y una personalidad propia. Algunos hijos “serían un reto para cualquier pareja de padres, bajo cualquier circunstancia… mientras que quizás haya otros que serían una bendición y un gozo para casi cualquier padre o madre”5. Los padres que tienen éxito son aquellos que se han sacrificado y esforzado por dar lo mejor de sí mismos de acuerdo con sus circunstancias familiares.

No se puede medir la profundidad del amor que los padres sienten por sus hijos. No existe otra relación semejante; excede incluso al aprecio por la vida misma. El amor de un padre o de una madre por su hijo es continuo y va más allá de la desolación y el desánimo. Todo padre ruega y anhela que sus hijos tomen decisiones sabias. Aquellos hijos que son obedientes y responsables constituyen para sus padres una fuente inagotable de orgullo y de satisfacción.

Pero, ¿y si los hijos que han sido instruidos por padres fieles y amorosos se han rebelado o se han descarriado? ¿Hay esperanza? El dolor de un padre por un hijo rebelde es casi inconsolable. Absalón, el tercer hijo del rey David, mató a uno de sus hermanos, promovió una rebelión en contra de su padre y fue asesinado por Joab. Al oír de la muerte de su hijo, el rey David lloró y expresó su tristeza: “¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién me diera haber muerto yo en tu lugar, Absalón, hijo mío, hijo mío!”6.

Ese amor paternal está también presente en la parábola del hijo pródigo. Cuando el hijo rebelde regresó a casa después de haber malgastado su herencia en una vida desenfrenada, el padre mandó matar el becerro gordo y celebró su regreso, diciendo a su hijo obediente pero resentido: “…era menester hacer fiesta y regocijarnos, porque éste, tu hermano, muerto era y ha revivido; se había perdido y ha sido hallado”7.

Yo creo en la consoladora declaración del élder Orson F. Whitney [1855–1931] y la acepto:

“El profeta José Smith dijo —y jamás enseñó una doctrina más consoladora— que el sellamiento eterno de padres fieles y las divinas promesas que se les hayan hecho por su valiente servicio en la Causa de la Verdad los salvarían no sólo a ellos, sino también a su posteridad. Aunque algunas ovejas se descarríen, el ojo del Pastor está sobre ellas, y tarde o temprano sentirán los brazos de la Divina Providencia extenderse hacia ellas y acercarlas de nuevo al rebaño. Ellos volverán, ya sea en esta vida o en la vida venidera. Tendrán que pagar su deuda a la justicia; sufrirán por sus pecados y tal vez anden por caminos espinosos; pero si esto finalmente los conduce, como al hijo pródigo, al corazón y al hogar de un padre amoroso que perdona, la dolorosa experiencia no habrá sido en vano. Oren por sus hijos negligentes y desobedientes; aférrense a ellos mediante su fe. Continúen con esperanza y confianza hasta que vean la salvación de Dios”8.

Un principio que hay en esa declaración y que generalmente se pasa por alto es el de que deben arrepentirse plenamente, “[sufrir] por sus pecados” y “[pagar] la deuda a la justicia”. Sé que éste es el tiempo de prepararse para “comparecer ante Dios”9; pero si un hijo descarriado no se arrepiente en esta vida, ¿es posible que los lazos del sellamiento sean lo bastante fuertes para que aún puedan arrepentirse? En Doctrina y Convenios se nos dice:

“Los muertos que se arrepientan serán redimidos, mediante su obediencia a las ordenanzas de la casa de Dios,

“y después que hayan padecido el castigo por sus transgresiones, y sean lavados y purificados, recibirán una recompensa según sus obras, porque son herederos de salvación”10.

Recordemos que el hijo pródigo malgastó su herencia y cuando lo hubo perdido todo regresó a casa de su padre; allí se lo recibió bien, pero su herencia se había gastado11. La misericordia no robará a la justicia, y el poder sellador de unos padres fieles sólo reclamará a los hijos perdidos bajo la condición de que se arrepientan y mediante la expiación de Cristo. Los hijos descarriados que se arrepientan disfrutarán de la salvación y de todas las bendiciones que acompañan a ésta; pero la exaltación es mucho más: hay que ganarla en toda su medida. La decisión de quién será exaltado debe dejarse al Señor en Su misericordia.

Hay muy pocos cuya rebelión y malas obras son tales que “han pecado más allá del poder del arrepentimiento”12. Ese juicio también debe quedar en las manos del Señor. Él nos dice: “Yo, el Señor, perdonaré a quien sea mi voluntad perdonar, mas a vosotros os es requerido perdonar a todos los hombres”13.

Tal vez no se nos permita entender completamente en esta vida lo perdurables que son los vínculos del sellamiento de padres rectos con sus hijos. Puede que haya más fuentes de ayuda obrando de lo que creamos14. Creo en la existencia de un gran poder en las familias como lo es la influencia que nuestros amados antepasados ejercen desde el otro lado del velo.

El presidente Howard W. Hunter [1907–1995] observó que “el arrepentimiento no es sino una añoranza del alma, y la atención ininterrumpida y atenta de un padre es el ejemplo más claro en la tierra del inagotable perdón de Dios”. ¿No es la familia la analogía más cercana que el Salvador anheló establecer a través de Su misión?15.

Gran parte de nuestra preparación como padres la aprendemos de nuestros propios progenitores. El amor que tengo por mi padre crecía cuando él era paciente, amable y comprensivo. Cuando estropeé el auto de la familia, él se mostró amable e indulgente; pero sus hijos podían esperar una disciplina férrea si no decían toda la verdad o si seguían quebrantando las reglas, y especialmente si no trataban a su madre con respeto. Mi padre falleció hace casi medio siglo, pero aún echo terriblemente de menos el poder acudir a él en busca de su sabio y amoroso consejo. Admito que en ocasiones cuestioné sus palabras, pero jamás dudé de su amor por mí; jamás quise decepcionarlo.

Un elemento importante para dar lo mejor de nosotros mismos como padres es proporcionar una disciplina amorosa pero firme. Si no disciplinamos a nuestros hijos, la sociedad lo hará de una forma desagradable para nosotros y para ellos. Parte de disciplinar a los hijos consiste en enseñarles a trabajar. El presidente Gordon B. Hinckley ha dicho: “Uno de los valores más importantes… es la virtud del trabajo honrado. El conocimiento sin trabajo es estéril, mas el conocimiento con trabajo incrementa el intelecto”16.

Las asechanzas de Satanás van en aumento y, debido a ello, la crianza de los hijos es cada vez más difícil. Por tanto, los padres deben hacer lo mejor posible y utilizar la ayuda que pueden proporcionar el servicio y la actividad en la Iglesia. Si los padres obran mal y se alejan, aunque sea por un tiempo, algunos de sus hijos tal vez se consideren justificados en seguir ese ejemplo.

Ahora bien, no hay que olvidar la otra cara de la moneda. Ruego a los hijos que se hayan distanciado de sus padres que vuelvan a ellos, aun cuando sus padres no hayan estado a la altura de lo que debieron haber sido. Los hijos que critican a sus padres harían bien en recordar el consejo de Moroni cuando dijo: “No me condenéis por mi imperfección, ni a mi padre por causa de su imperfección, ni a los que han escrito antes de él; más bien, dad gracias a Dios que os ha manifestado nuestras imperfecciones, para que aprendáis a ser más sabios de lo que nosotros lo hemos sido”17.

Cuando Moroni visitó al joven profeta José Smith en 1823, citó el siguiente pasaje sobre la misión de Elías: “Y él plantará en el corazón de los hijos las promesas hechas a los padres, y el corazón de los hijos se volverá a sus padres”18. Espero que todos los hijos terminen por volver sus corazones a los de sus padres y madres.

De joven conocí a un maravilloso matrimonio que tenía un hijo rebelde que se distanció de la familia, pero que en sus últimos años se reconcilió con ella y fue el más solícito y atento de los hijos. A medida que nos hacemos mayores, la influencia de los padres y de los abuelos que están al otro lado del velo también se incrementa. Qué experiencia tan grata es cuando recibimos su visita en nuestros sueños.

Es muy injusto y cruel juzgar a padres concienzudos y fieles por el hecho de que algunos de sus hijos se hayan vuelto rebeldes o se hayan alejado de las enseñanzas y del amor de sus progenitores. Qué afortunados son los matrimonios cuyos hijos y nietos les brindan consuelo y satisfacción. Debemos ser considerados con los padres dignos y rectos que luchan y sufren por causa de sus hijos desobedientes. Uno de mis amigos solía decir: “Si nunca has tenido problemas con tus hijos, espera y verás”. Nadie puede afirmar con certeza qué harán sus hijos en determinadas circunstancias. Cuando mi prudente suegra veía a otros niños portarse mal, solía decir: “Nunca digo que mis hijos jamás harían tal cosa, ¡pues puede que la estén haciendo en este mismo instante!”. Cuando los padres se lamentan por sus hijos rebeldes y descarriados, nosotros debemos, con compasión, evitar “[ser] el primero en arrojar la piedra”19.

Una hermana miembro de la Iglesia escribió en forma anónima sobre el pesar constante que su hermano ocasionaba a sus padres por causa de las drogas. Se resistía a todos los esfuerzos de control y disciplina; era embustero y desafiante y, a diferencia del hijo pródigo, ese hijo errante no regresó a casa por su propia voluntad. La policía lo detuvo y no le quedó más remedio que hacer frente a las consecuencias de sus hechos. Durante dos años, los padres de Bill lo apoyaron en el programa para su tratamiento, el cual logró su recuperación de las drogas. En resumen, la hermana de Bill escribió: “Creo que mis padres son extraordinarios. Su amor por Bill no vaciló jamás, aunque no estaban de acuerdo con su conducta y hasta les repugnaba lo que se estaba haciendo a sí mismo y a su vida en familia. Pero tenían la suficiente dedicación a su familia para apoyar a Bill en lo que hiciera falta, para ayudarlo en los momentos difíciles y llevarlo a un terreno más firme. Pusieron en práctica el evangelio de Cristo de un modo más profundo, más consciente y más extenso al amar al que se había descarriado”20.

No seamos arrogantes, antes bien, estemos humildemente agradecidos si nuestros hijos son obedientes y respetuosos con nuestras enseñanzas sobre los caminos del Señor. A los padres desconsolados que han sido rectos, diligentes y que han orado constantemente para enseñar a sus hijos desobedientes, les decimos que el Buen Pastor cuida de ellos. Dios conoce y comprende sus grandes pesares. Hay esperanza. Busquen consuelo en las palabras de Jeremías: “…salario hay para tu trabajo” y sus hijos “volverán de la tierra del enemigo”21. De ello testifico y así lo ruego; en el nombre de Jesucristo. Amén.

Detalle de El hijo pródigo, por Wilson Ong, cortesía del Museo de Historia de la Iglesia.

El hijo pródigo, por Wilson Ong, cortesía del Museo de Historia de la Iglesia; ilustración fotográfica por Cody Bell.

Hijo Pródigo, por Clark Kelley Price © 1989 IRI; ilustración fotográfica por Cody Bell.

ILUSTRACIÓN POR Paul Mann; ilustración fotográfica por Matthew Reier.