2013
Un televisor y un espíritu elevados
Julio de 2013


El prestar servicio en la Iglesia

Un televisor y un espíritu elevados

La autora vive en Misisipi, EE. UU.

Mi esposo es completamente sordo, pero está profundamente dedicado al Evangelio; sin embargo, muchos años de luchar por entender lo que se decía en las reuniones semanales de la Iglesia lo hicieron renuente a asistir a otras reuniones y transmisiones del sacerdocio. Aunque los miembros del barrio eran cordiales y le daban ánimo, su falta de conocimiento en cuanto a la ayuda técnica que él necesitaba a fin de participar en las reuniones muchas veces hacía que mi marido se sintiera solo y frustrado.

Éramos nuevos en el barrio cuando llegó la época de la conferencia general. Mi esposo, de mala gana, se preparó para ir a la reunión general del sacerdocio, preguntándose con qué problemas se enfrentaría al tratar de ver la transmisión. Cuando llegó, no encontró a nadie que supiera cómo instalar los subtítulos en el proyector de techo, de modo que llevaron un televisor sobre un carrito de ruedas y lo colocaron en un rincón del salón. Pero había un leve problema: sin querer, habían conectado al proyector el cable que se necesitaba para el televisor, por lo que no se podía utilizar el televisor. Mi esposo, que está acostumbrado a ese tipo de situaciones, fue a la biblioteca y empezó a buscar el cable del proyector; después de buscar en varias cajas y en los gabinetes, lo encontró.

Debido a que la transmisión estaba a punto de empezar, nadie quería ni desconectar ni modificar nada. El cable que mi marido encontró era demasiado corto para llegar al televisor que estaba encima del carrito de ruedas, así que había que ponerlo en una mesa más baja. Él sacó el carro del salón sacramental y lo puso en uno de los salones cercanos y empezó a desconectar los cables del televisor pensando si alguien se ofrecería a ayudarlo a levantar el aparato. En ese momento, escuchó que alguien entraba en el cuarto; era el obispo. Mi esposo se sintió mejor cuando entre los dos colocaron el televisor sobre la mesa, y prendió el televisor mientras el obispo agarraba una silla y la colocaba frente a la pantalla.

Mi esposo le agradeció la ayuda y le tendió la mano; entonces el obispo se dirigió hacia la puerta. Para sorpresa de mi esposo, el obispo siguió de largo y se dirigió hacia donde estaban las sillas apoyadas contra la pared; agarró una y fue a sentarse junto a mi esposo. Los dos permanecieron sentados lado a lado durante toda la sesión.

Hoy en día mi esposo asiste con entusiasmo a las reuniones. El acto sencillo de bondad del obispo elevó el espíritu de mi esposo y permitió que su corazón se llenara de gratitud. Aunque aún surgen algunos problemas, ya no se siente solo ni fuera de lugar. Su perspectiva ha cambiado para siempre debido a las acciones inspiradas de uno de los pastores de Cristo.