2013
Caminando por el Sendero de la Esperanza… juntos
Julio de 2013


Hasta la próxima

Caminando por el Sendero de la Esperanza… juntos

En febrero de 1846, los pioneros Santos de los Últimos Días fueron expulsados de Nauvoo. Con la esperanza de encontrar la paz en Sión, caminaron por la calle Parley Street, la que ahora se llama Sendero de la Esperanza, y cruzaron el río Misisipi.

Era el principio de la primavera en Nauvoo cuando caminé por primera vez por el Sendero de la Esperanza. Recorrí el camino bordeado de árboles en un día de sol resplandeciente y sombras cálidas. Como fotógrafa, me concentraba sólo en la velocidad de obturación, la apertura del diafragma y en la espectacular luz que llenaba el lente de la cámara.

Entonces, en forma gradual, los pensamientos sobre mis antepasados que habían caminado por ese sendero comenzaron a invadir mi corazón. Primero pensé en Jared y Cornelia con su hijo de dos años. Sentí el aire fresco, que no era nada comparado con las condiciones heladas que Jared y su pequeña familia habían pasado durante su éxodo. Cornelia murió en algún lugar entre Nauvoo y Salt Lake. Imaginé a Jared llorando mientras alzaba a su hijo y seguían adelante.

Por temor a que el sentimiento de su presencia desapareciera, no dejé de sacar fotos mientras las lágrimas me nublaban la vista. Luego recordé a la joven Sarah, que había partido con su querida madrastra en el último grupo de santos que salieron de Nauvoo. En determinado momento, un amoroso Padre Celestial había llenado el campamento con codornices para que se alimentaran; después, siguieron penosamente hacia adelante con corazones agradecidos.

Mi corazón rebosaba de emoción; parecía que Sarah estaba junto a mí. Jared, Cornelia y su hijito también estaban allí. Caminamos juntos entre la luz y la sombra, entrelazándose el pasado y el presente en ese sendero, ese sendero de esperanza, ese sendero de lágrimas. De una manera que no puedo explicar, estaban conmigo y despertaron en mí el amor que compartimos por el evangelio de Jesucristo. Me di cuenta de que mi testimonio arde dentro de mí porque había ardido dentro de ellos —transmitido de generación en generación— estableciendo, cada uno de ellos, el fundamento para quienes vendrían después. Lloré de agradecimiento.

Poco después, mi esposo, que había estado sacando fotografías en otro lado, me alcanzó. Me acerqué a él para contarle mi experiencia. Él, al igual que esos santos de Nauvoo, fue el primero de su familia que creyó el Evangelio; y él, al igual que quienes habían caminado por ese sendero hacía más de 150 años, no sería el último en creer. Su testimonio y el mío nutrieron los testimonios que ahora arden en el corazón de nuestros hijos, del mismo modo que los testimonios de Jared, de Cornelia y de Sarah nutrieron el testimonio de miles de sus descendientes.

Olvidándonos de las fotografías, mi esposo y yo caminamos juntos lentamente por el resto del Sendero de la Esperanza, recordando en silencio a quienes ya habían partido.