2013
Devuelto con honor
Julio de 2013


Devuelto con honor

La autora vive en Nueva York, EE. UU.

No quería ser una ladrona, ni siquiera por accidente.

Imagen

Ilustración por Greg Newbold.

Después de terminar mis clases a últimas horas de la tarde, me detuve en una tiendita de antigüedades antes de emprender mi camino a casa; había algo que quería hacer a pesar de que la lluvia era cada vez más fuerte. Yo era la única persona en la tienda, y la mujer que trabajaba allí me mostró la lámpara que había visto y que quería comprar.

Mientras ella abría una bolsa para colocar la lámpara, vi sobre el mostrador una caja con unos brazaletes de colores brillantes. Me estiré para tomar uno justo cuando ella ponía la lámpara en la bolsa; rozó la caja de brazaletes y prácticamente la mitad de ellos se cayeron ruidosamente al piso (suelo). Parecía un poco nerviosa, pero terminó de cobrarme por la compra. Con el paraguas en una mano y la bolsa de la lámpara en la otra, salí de la tienda.

Caminé hasta mi casa, me quité las botas mojadas y puse algo de música. Al sacar la lámpara, me di cuenta de que había algo en el fondo de la bolsa; era un brazalete rojo. Seguramente se había caído de la caja en el mostrador a mi bolsa. Sonreí al pensar cuánto comenzaba a parecerse ese momento a un relato del viejo manual de las Mujeres Jóvenes: “Entonces Valerie recordó la lección que acababa de tener en la clase de las Laureles”.

Tiré el brazalete sobre la cama y conecté la lámpara; creaba un resplandor cálido en medio de la tarde gris. Miré a través de la ventana; llovía aún más fuerte, y la nieve del suelo estaba convirtiéndose en agua sucia.

Miré el brazalete; era rojo cereza. Me lo puse en la muñeca. Le colgaba la etiqueta con el precio: 20 dólares. Por supuesto que lo devolvería; en ningún momento me había pasado por la mente la idea de no hacerlo. Me lo saqué, lo puse sobre una pila de libros que tenía la intención de guardar y fui al otro cuarto a prepararme una taza de chocolate caliente.

Luego volví a la habitación.

¿Cuánto hacía que venía posponiendo acomodar esos libros? Bastante. ¿Cuánto tiempo pasaría allí el brazalete si demoraba en ir a devolverlo?

Mi intención era devolverlo, pero ¿cuándo lo haría? ¿Demoraría tanto que me sentiría incómoda al ir a devolverlo? ¿Me olvidaría de hacerlo?

Dudé un poco más. Volví a mirar por la ventana. Pensé en que recién se me habían calentado los pies y en mi delicioso chocolate caliente.

Entonces tomé el brazalete, volví a ponerme las botas y salí una vez más.

Cuando llegué a la tienda, la mujer estaba ayudando a otra persona. Me quedé de pie y esperé. Cuando se desocupó, saqué el brazalete del bolsillo de mi abrigo y le expliqué cómo era que yo lo tenía. Parecía sorprendida y un poco confundida; me dio las gracias y nada más; no me ofreció ninguna recompensa por mi honradez ni se excedió en demostrarme agradecimiento. Además, no había nadie cerca como testigo.

Mientras iba caminando a casa, pensé en que siempre me había considerado una persona honrada; ésa es una cualidad que valoro y que busco en los demás. Pero la verdadera honradez, al igual que el amor y la caridad verdaderos, es un atributo que requiere acción. Por más honorables y sinceras que fueran mis intenciones, sólo fui una persona honrada cuando volví a ponerme las botas y llevé a cabo mis intenciones.

Sentí mi muñeca sin ningún accesorio dentro del abrigo y sonreí.