2013
El momento oportuno
Agosto 2013


Nuestro hogar, nuestra familia

El momento oportuno

La forma en que una gran historia de amor por fin llegó al templo… de manera sorprendente.

Al contemplar pensativa el bosque que está más allá de su casa en Alaska, Vinca Gilman piensa con cariño en su esposo, que falleció ya hace mucho tiempo. Ward Kepler Gilman era un hombre fuerte y apuesto, veterano de la Segunda Guerra Mundial, doctor y fiel esposo. No obstante, se requirió una travesía de fe y una nueva oportunidad en el Evangelio para que Vinca y Ward se unieran eternamente.

La historia de Vinca Helen Gilman comienza en Dinamarca; nació cerca de Vordingborg, una ciudad que se encuentra en la misma isla que Copenhague. Se crió en una familia de siete hijos, incluyendo tres hijos varones adoptivos.

Más adelante se desató la Segunda Guerra Mundial. Mediante la misericordia de Dios, ella y sus padres sobrevivieron el holocausto y tres años de encarcelamiento en campamentos de prisioneros, una experiencia que ahora preferiría olvidar.

Al concluir la guerra, la familia rehízo su vida. Un día, Vinca y sus padres se estaban hospedando en una casa de verano en Aarhus, Jutlandia, donde conocieron a un par de misioneros que estaban buscando un lugar donde quedarse. Los jóvenes fueron muy amables y cordiales, y los padres de Vinca accedieron a que se hospedaran en los cuartos de huéspedes.

“Asistí a la Iglesia con ellos por un tiempo”, recuerda Vinca, “pero mi familia no estaba interesada para nada en religión. Mi padre descendía de judíos y mi madre era luterana, pero no se nos crió en ninguna religión; poco después tuve que volver a la escuela”.

Más adelante, los misioneros la visitaron brevemente en Copenhague, y aunque Vinca disfrutó la visita, aún no estaba lista para aceptar el Evangelio.

“Me mudé a Salt Lake City aproximadamente en 1950”, dice Vinca. “Era enfermera, pero tuve que revalidar mi certificado a fin de poder ejercer en los Estados Unidos”.

El traslado le permitió aprender inglés mejor y le brindó otra oportunidad para saber más acerca de la Iglesia. Vivía en la Casa de la Colmena y trabajaba en el consultorio de un doctor al otro lado de la calle; también tocaba el violoncelo en la Orquesta sinfónica de Utah, y se hizo de un buen número de amigos.

“También asistía a la Iglesia con ellos, y todos los días caminaba por la Manzana del Templo durante la hora del almuerzo; pero aún pensaba que la religión era algo que uno podía decidir hacer parte de su vida a su antojo”.

Después de vivir dos años en Salt Lake, Vinca se mudó a Sacramento, California, EE. UU., y durante un tiempo vivió con la familia de uno de los misioneros que le había enseñado el Evangelio en Dinamarca. Cuando ahorró suficiente dinero como enfermera quirúrgica para mantenerse, se fue a vivir sola. Ella y el misionero empezaron a salir juntos y con el tiempo se comprometieron.

“Las cosas no resultaron entre nosotros”, recuerda Vinca, y cuando rompieron el compromiso, ella siguió su vida y perdió contacto con los miembros de la Iglesia.

Al poco tiempo, Vinca conoció a Ward, un cirujano dentista que nació y se crió en Sacramento. Era un hombre fornido y apuesto que había sido oficial naval durante la guerra. Aunque era once años mayor que Vinca, ella se enamoró de él y se casaron en 1954.

Compraron una casa cerca de donde él tenía su consultorio. Aunque no pudieron tener hijos, tuvieron un matrimonio maravilloso y feliz. Trabajaron, viajaron; él pintaba y ella seguía tocando música. La vida fue placentera por muchos años.

Ward falleció en 1985. Vinca vivió en la misma casa hasta 1999, cuando empezó a sentir el deseo de mudarse. La casa era muy grande, más de lo que necesitaba, y sintió el deseo de un cambio. Descubrió un pequeño pueblo que le gustó en Haines, Alaska; fue a ese lugar después de jubilarse y, así hubieran quedado las cosas si los misioneros no hubieran ido a tocarle la puerta una vez más en 2006.

Por fin, después de muchas oportunidades y muchos años, era el momento oportuno.

“En realidad nunca había sabido mucho acerca de religión”, afirma Vinca, “pero sabía algunas cosas que me hacían dudar, cosas que me decepcionaban o me parecían extrañas.

“Cuando conocí este Evangelio, todo parecía lógico: el Plan de Salvación, lo que se espera de nosotros, lo que se promete, el Libro de Mormón. Me gusta especialmente la doctrina de la Iglesia sobre la obra del templo por los que mueren sin tener conocimiento del Evangelio. Me sentí muy cómoda con ello; era algo que podía aceptar porque era claro y lógico para mí; era como volver a casa.

“Por fin hice lo que debí haber hecho hacía mucho tiempo. No sé por qué me tomó tanto tiempo. Había conocido a mucha gente maravillosa, y todos influyeron de alguna manera en mi decisión de unirme a la Iglesia. Me tomó años, pero el ser bautizada es lo mejor que he hecho en mi vida”.

Vinca se bautizó el 4 de octubre de 2006, el día del cumpleaños de su esposo. Exactamente un año después, asistió al templo por primera vez y fue sellada a Ward (por medio de un representante) por esta vida y por toda la eternidad. Para Vinca, la experiencia de asistir al templo y de ser sellada al amor de su vida “fue increíblemente bella”.

Al haber recibido la sublime bendición de ser sellada a su amado esposo, ahora Vinca tiene el deseo de compartir las bendiciones del templo con sus parientes. Aunque ya tiene 86 años y tiene problemas renales, tiene una motivación.

“Espero que mi esposo, sus padres, mis padres y mis propios hermanos y hermanas acepten el Evangelio. Tengo mucha obra del templo que llevar a cabo.

“Ahora uno de mis proyectos principales en la vida es efectuar toda la obra del templo que me sea posible, toda la genealogía que pueda. Creo que existe una razón por la que estoy con vida. Aun si viviera hasta los 100 años, está bien; tengo cosas que hacer ahora. Verdaderamente me hace sentir bien poder hacerlo”.

Al volver la mirada hacia la casa para dirigirse hacia adentro, Vinca se siente llena de la esperanza que se recibe mediante el evangelio de Jesucristo. El ser miembro de esta Iglesia “ha sido una bendición de incontables maneras; uno siente paz; se siente más fuerte. Cuando las cosas son absolutamente bellas, uno siente: ‘Esto es el cielo’. Hace que uno esté agradecido de vivir”.

Vinca vive con un corazón agradecido porque en su interior arde la llama del Evangelio y la esperanza de las eternidades con su amado esposo.