2014
Una bendición para mamá
Junio de 2014


Una bendición para mamá

El autor vive en Utah, EE. UU.

“Su sacerdocio Dios al mundo restauró. Habló a la tierra y Su poder de nuevo al hombre dio”, (Canciones para los niños, pág. 60).

La Primaria había terminado y Rubén, que tenía 10 años, estaba buscando a los misioneros; iban a caminar con él a casa. El élder Sánchez y el élder Rojas habían enseñado las lecciones misionales a Rubén y a su hermano mayor, Diego, y los habían bautizado y confirmado. Ahora Rubén los consideraba sus mejores amigos.

Rubén miró por la ventanilla de la puerta cerrada de un salón de clases; ¡ahí estaban! ¿Pero qué estaban haciendo? Tenían las manos puestas sobre la cabeza de un hombre del barrio y parecía que estaban diciendo una oración, como cuando a él lo habían confirmado.

Cuando salieron del salón, les preguntó a los misioneros: “¿Qué estaban haciendo?”.

“Le estábamos dando una bendición del sacerdocio al hermano Mendoza”, dijo el élder Sánchez. “Es como una oración especial, y puede dar consuelo, ayudar a alguien que no sabe cómo resolver un problema, o incluso sanar a alguien que esté enfermo”.

El siguiente domingo, Rubén volvió a buscar a los misioneros después de la Iglesia. “¿Pueden ir a mi casa y darle una bendición a mi mamá?”, preguntó. “Le duele mucho la espalda”.

Todos se apresuraron a la casa. El élder Sánchez y el élder Rojas hablaron con la mamá de Rubén, que era miembro de la Iglesia pero que no había asistido por mucho tiempo.

“Tenemos entendido que no se siente bien, hermana García”, dijo el élder Rojas.

“La espalda me ha estado doliendo mucho por varias semanas”, les dijo. “He ido a muchos doctores, pero no me han podido ayudar”.

“Rubén nos pidió que viniéramos y le diéramos una bendición del sacerdocio”, dijo el élder Sánchez. “¿Le gustaría que lo hiciéramos?”.

“Ay, sí, por favor”, dijo la mamá.

Conforme los misioneros le colocaban las manos sobre la cabeza y le daban una bendición, las lágrimas rodaban por las mejillas de la mamá. Cuando terminaron, Rubén la abrazó. “Sé que la bendición te ayudará”, le dijo él.

Tres días más tarde, los misioneros regresaron para ver cómo se encontraba la mamá de Rubén. “Estoy muy feliz de verlos”, les dijo. “El dolor de espalda comenzó a desaparecer después de que me dieron la bendición, ¡y ahora ha desaparecido por completo!”.

“El Padre Celestial la sanó, hermana García”, dijo el élder Sánchez. “Y Él permitió que la ayudáramos al usar nuestra autoridad del sacerdocio para bendecirla”.

El domingo siguiente, y todos los domingos después, la mamá fue a la Iglesia con Rubén y con Diego. Sabía que el poder del sacerdocio era real, y Rubén también lo sabía.

Ilustración por Simini Blocker.