2014
Mantén la vista en la orilla
Julio de 2014


Hasta la próxima

Mantén la vista en la orilla

Mi hijo me enseñó una poderosa lección en cuanto a dónde dirigir la vista, y a cómo perseverar.

Un viaje en canoa a una isla de un parque nacional cercano parecía ser la oportunidad perfecta para acercarme a mi hijo. Los líderes del Sacerdocio Aarónico y los hombres jóvenes de nuestro barrio habían estado planeando el viaje durante meses, y yo pude acompañarlos.

Mi hijo McKay estaba en muy buena condición física pues participaba en tres deportes en la escuela secundaria. Ésa es seguramente una de las razones por la que los líderes nos pusieron en la misma canoa; sabían que podía remar con fuerza si surgía la necesidad. Yo tenía un poco de experiencia guiando canoas, de modo que parecía que formábamos un buen equipo.

Yo también estaba deseoso de tener tiempo en el lago para hablar. Para McKay las cosas habían sido difíciles desde la muerte de su madre, y yo no siempre había podido responder de la mejor manera a sus necesidades e intereses.

Teníamos la capacidad, los chalecos salvavidas, sabíamos nadar y había líderes con experiencia que nos guiaban.

Con lo que no habíamos contado era con el viento. Habíamos remado varios kilómetros, tomando un atajo por en medio del lago y nos estábamos acercando a la orilla cuando se levantó un viento de frente inusualmente fuerte.

Las otras canoas pudieron llegar a la orilla, pero McKay y yo estábamos en la última. Las olas se estaban volviendo más fuertes, y nos estábamos alejando del curso a medida que remábamos y remábamos, intentando avanzar de cualquier manera. Yo estaba exhausto y alarmado. Metí el remo en lo profundo del agua y empujé con todas mis fuerzas, tratando de volver al curso correcto, pero parecía que nos quedábamos exactamente en el mismo lugar.

Corríamos el peligro de volcar; finalmente admití en voz alta que no sabía si tenía la fuerza para continuar. Entonces mi hijo dijo: “Estás mirando las olas, papá, y no vas a llegar a ninguna parte si haces eso. Tienes que mantener los ojos en la orilla. ¿Ves el árbol en la colina? Ésa es nuestra meta; concéntrate en eso, y lo lograremos”.

Tenía razón. Una vez que me concentré en el árbol, me pude mantener en curso. Sentí nueva fuerza en los brazos. McKay marcaba el ritmo: “Empuja. Descansa. Empuja. Descansa”, y así avanzamos en forma constante.

Llegamos a la orilla, otros se acercaron para ayudar, y nos sentamos y recuperamos el aliento. Esa noche conversamos en nuestra tienda, padre e hijo, en cuanto a nuestra experiencia.

Juntos, recordamos lo que el presidente Thomas S. Monson ha enseñado en cuanto al faro del Señor: “Nos guía en las tormentas de la vida, y dice: ‘Éste es el camino a la seguridad; el camino al hogar’”1.

Esa tarde, un árbol en la orilla había sido nuestro faro. Cuando estuve cerca de la desesperación, mi hijo me aconsejó sabiamente a no mirar las olas, sino que mantuviera la vista en la orilla; y lo logramos unidos en el esfuerzo, y en otros aspectos también.

Nota

  1. Thomas S. Monson, “Standards of Strength”, New Era, octubre de 2008, pág. 2.