2014
Un milagro de Navidad
Diciembre de 2014


Reflexiones

Un milagro de Navidad

La autora vive en Carolina del Norte, EE. UU.

Aún le late el corazón; no tan bien como antes del ataque cardíaco; pero aún late.

Imagen
Drawing of a sick husband with his wife in a hospital bed

Ilustración por Julie Rogers.

Esta noche siento calidez en el corazón; por cierto, está quebrantado, herido y destrozado, pero se siente bellamente cálido. Siento inmensa gratitud; una gratitud tan profunda y total que parece que en mi alma se ha abierto un nuevo espacio para darle cabida; una gratitud tan profunda y personal que no deja de desbordarse por mis mejillas en silenciosas lágrimas. Mi esposo respira; puedo oír su respiración, profunda y suave.

Hace sólo un par de horas, me acosté en su cama del hospital. Sin prestar atención a los movimientos de nuestro bebé que está a punto de nacer, y entre todos los cables que mi esposo tiene conectados al pecho, encontré un lugar despejado donde recostar la cabeza. El escuchar el latido de su corazón fue una experiencia que quedará grabada para siempre en mi memoria.

Aún le late el corazón; no tan bien como antes del ataque cardíaco; pero aún late.

La luz tenue de las luces de Navidad que cuelgan de un lado al otro de la habitación me brindan un sentimiento acogedor por más de una razón. Su suave resplandor crea un ambiente reconfortante; pero el verdadero sentimiento acogedor viene de saber que verdaderos amigos estuvieron dispuestos a dejar de lado sus planes para la Nochebuena para venir a decorar la habitación cuando Brian salió de la unidad de cuidados intensivos. Cerca de la ventana se encuentra el árbol de Navidad, de un metro de alto, como un símbolo de su amor.

¿Cómo puedo darles las gracias a nuestros amigos? ¿Llegarán a saber algún día lo mucho que los necesitaba y lo agradecida que estoy? Cuando no podía pensar en otra cosa que no fuera mi esposo, ellos brindaron amor a mis hijos, limpiaron nuestra casa, abastecieron el refrigerador con comida, lavaron nuestra ropa, envolvieron nuestros regalos de Navidad, y me proporcionaron su cariño a través de abrazos, cenas, tarjetas de obsequio, dinero en efectivo, llamadas por teléfono, textos, correos electrónicos, mensajes, bolsas llenas de piñas (de pino) con aroma a canela, y una maleta llena de decoraciones. Ellos derramaron lágrimas, oraron y ayunaron conmigo, y al hacerlo, me brindaron el regalo más valioso que podrían haberme obsequiado: su tiempo. ¡Cuánto los amo a todos!

Creo que esta noche dormiré bien, ya que me embarga un sentimiento de gratitud por todos ellos; pero, más que nada, siento gratitud hacia el Señor por la vida de mi esposo, por su respiración profunda, por la sangre que da vida a su corazón, por su cuerpo y su alma que están vivos. Su vida es mi milagro de Navidad.