2014
Yancy
Diciembre de 2014


Yancy

“Y ahora quisiera que fueseis humildes, que fueseis sumisos y dóciles” (Alma 7:23).

Mis hermanos y yo siempre quisimos un caballo. Cuando yo tenía unos 9 o 10 años, mi padre compró una preciosa yegua negra; la llamamos Yancy. Estábamos entusiasmados de tener esa yegua, pero no había sido entrenada para montar. Éramos demasiado jóvenes para hacer todo el trabajo arduo que requiere entrenar a un caballo, de modo que mi papá le pidió a un amigo que sabía mucho de caballos, que lo ayudara a entrenar a Yancy.

A menudo, salíamos al pastizal a ver a Yancy. No veíamos la hora de poder montarla; pero no importaba cuánto lo intentaran, nadie podía entrenar a Yancy; era demasiado terca; nunca pudimos montarla.

Un día, el amigo de mi papá intentó montarla en un desfile. Cuando Yancy y el jinete iban por la calle, Yancy lo tiró y comenzó a galopar por la ciudad. Yancy corrió tan alocadamente que se cortó una pata con una boca de riego (hidrante). Yo la perseguí y la encontré tirada en la calle, con mucho dolor.

Me sentía triste; queríamos mucho a Yancy. Si ella hubiera sido obediente al entrenador, podría haber llegado a ser una yegua feliz con una vida maravillosa; pero Yancy no escuchaba ni seguía a su maestro. Debido a ello, ahora estaba herida y tirada en medio de la calle.

La historia de Yancy me enseñó en cuanto a las bendiciones que se reciben al seguir al Maestro, nuestro Salvador Jesucristo. Cuando somos amables, gentiles y humildes, podemos ser felices si dejamos que el Salvador nos dirija.