2015
No juzgues quién está listo
Marzo de 2015


No juzgues quién está listo

Nunca se sabe quién está listo para recibir el Evangelio.

Imagen
Illustration depicting a young man holding a copy of the Book of Mormon.

Ilustración por Katie Payne.

Siempre recordaré la cena de reencuentro del 40º aniversario de graduación de la escuela secundaria. Estaba ansioso por ver a viejos amigos que no había visto por muchos años y saber lo que había sucedido en su vida desde la escuela secundaria.

Al conversar en la mesa con otros 8 o 10 compañeros durante la cena, uno de mis viejos amigos, Greg Link, mencionó que se había bautizado en la Iglesia cuando tenía unos veintitantos años.

Luego hizo una pregunta penetrante: “¿Por qué ninguno de ustedes me ofreció el Libro de Mormón cuando estábamos en la escuela secundaria? ¿No pensaban que yo fuera el tipo de persona que podía ser miembro de la Iglesia?”.

Otro viejo amigo, que no era miembro de la Iglesia, dijo: “Te podrías haber quedado con uno de los míos; ¡a mí me dieron como cincuenta!”.

Quedé atónito. En la escuela secundaria, si alguien me hubiera dicho que Greg se iba a bautizar y que llegaría a ser un motivador profesional, no lo hubiera creído. Greg me caía muy bien; era la clase de amigo fiel con el que uno podía contar si lo necesitaba; pero sabía que le gustaba andar de fiesta en fiesta y que tenía la tendencia a meterse en problemas. Simplemente nunca se me ocurrió que pudiera interesarle saber sobre la Iglesia. Lo gracioso fue que yo había creído que el otro amigo, con quien había compartido el Evangelio y a quien le había obsequiado un ejemplar del Libro de Mormón, algún día se uniría a la Iglesia. Lo cierto es que uno nunca sabe quién está listo para aceptar el Evangelio y quién no.

Me sentí un poco avergonzado después de esa conversación con Greg, porque yo, como muchos otros, no había compartido el Evangelio con él. Le pregunté cómo fue que finalmente se unió a la Iglesia. Ésta es su historia:

Mi familia se mudó a Salt Lake City, Utah, cuando yo tenía unos 11 años, pero no me uní a la Iglesia sino hasta que tenía 24. En retrospectiva, puedo darme cuenta por qué nadie compartió el Evangelio conmigo; a simple vista yo no era un contacto de oro. De hecho, era un joven un tanto revoltoso; con frecuencia me peleaba y me metía en problemas en la escuela.

Tenía varios conocidos SUD, pero sólo uno de ellos me habló alguna vez en cuanto a la Iglesia, y eso fue porque yo lo molestaba porque leía el Libro de Mormón cuando iba a cuidarnos a mis hermanos y a mí.

Sin embargo, sentía curiosidad por ciertas cosas. Mi mamá me llevó a una iglesia cristiana local y una vez les pregunté por qué Jesús no había ido al continente americano. Se burlaron un poco de mí por haber hecho una pregunta como ésa, así que no pregunté más al respecto.

Años después, decidí ir al centro de visitantes de la Manzana del Templo de Salt Lake City. Allí había un maqueta sobre Cristo en el continente americano, y de repente recordé las preguntas que había tenido en cuanto al tema cuando había sido más joven. Fue entonces que sentí el Espíritu y supe que estaba listo para escuchar.

El ejemplo de mis amigos de la escuela secundaria fue algo que permaneció conmigo. De hecho, las personas a las que más respetaba eran SUD. Tanto Randy Ridd como su esposa fueron a la misma escuela que yo, y siempre fueron muy buenos ejemplos y muy buenas personas. Más adelante, eso influyó mucho en mí. Pensé: “Si Randy creía que esto era real, debe ser importante”.

No sé qué hubiera sucedido si hubieran compartido más en cuanto al Evangelio conmigo en ese entonces; quizá yo no hubiera estado listo; pero en retrospectiva, ojalá lo hubieran hecho; sé que habría tenido un impacto en mí.

Estoy muy agradecido de que mi ejemplo haya tenido un impacto positivo en Greg, pero me sentiría mucho mejor si hubiera hecho algo al respecto en ese entonces. Si hubiera compartido el Evangelio o el Libro de Mormón, o si por lo menos hubiera invitado a Greg a una actividad, podría haber cambiado su vida. Quizá se hubiera unido a la Iglesia antes; posiblemente hasta hubiera prestado servicio en una misión.

He aprendido que ser un buen ejemplo es realmente importante, pero también lo es la responsabilidad de compartir el Evangelio. El Señor nos ha mandado hacerlo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15).

De modo que, no tengas miedo de hablar. Es más, no estés tan presto a juzgar quién está listo y quién no; es probable que te sorprenda qué corazón se ha ablandado, aun cuando ese interés esté en un lugar tan profundo que tú no puedas verlo.