2015
Confiar en la certeza que nos brinda el Señor
Junio de 2015


Confiar en la certeza que nos brinda el Señor

Puede que no siempre seamos librados de nuestras pruebas, pero al procurar recibir la certeza del Señor, podremos saber que todo está bien, aun en los tiempos difíciles.

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Mongolian young woman standing by a curtained window looking out.

Estaba sentada en el salón celestial del templo contemplando el rumbo de mi vida; un rumbo muy diferente de lo que había planeado. Como le sucede a muchos jóvenes adultos solteros, mi mente estaba llena de preocupaciones: ¿Cómo podía mantener un equilibrio entre sacar buenas notas y tener una vida social? ¿Debía renunciar a mi trabajo? ¿Buscar un empleo adicional? ¿Cómo podría ahorrar si no tenía dinero? ¿Por qué todavía no me había casado? Un sinfín más de preguntas me martirizaban. Había ido al templo en busca de consuelo, pidiendo en oración la certeza de que mi vida estaba en las manos del Padre Celestial. “¿Saldrá todo bien en mi vida?”, pregunté. En seguida y sin lugar a dudas, vino la respuesta a mi mente: “Todo está bien”.

En ese instante, entendí que pese a que mi vida no transcurría como la había planeado, aun así iba de acuerdo con Su plan, y que Él estaba al mando. Esa dulce certeza de que Él está al tanto de mí y que me cuida, aun cuando no siempre me libre de mis pruebas, me ha permitido prevalecer en muchas de mis dificultades. Al entender, procurar y esperar esas afirmaciones, llegamos a saber que el Señor nos sostiene aun en medio de las pruebas que tenemos que sobrellevar.

La certeza versus la liberación

Está claro que el Señor no siempre contesta nuestras súplicas con una liberación inmediata de nuestras pruebas. En lugar de ello, quizás nos bendiga con momentos inestimables de certeza mediante la revelación personal: la seguridad de que Él guía nuestra vida y que Él nos librará de nuestras dificultades. Puede que esas afirmaciones no nos libren de nuestras pruebas, pero quizás nos otorguen la fortaleza que necesitamos para librarnos a nosotros mismos, aun cuando la liberación simplemente se trate del consuelo del Espíritu Santo. He encontrado muchos ejemplos en las Escrituras donde el Señor envía afirmaciones antes de conceder la liberación.

Cuando Helamán guiaba a sus 2.060 jóvenes guerreros y a otros ejércitos nefitas, recibieron la certeza del Señor. Tras varios meses de esperar provisiones y refuerzos, se hallaban al borde de la inanición cuando finalmente llegó un pequeño ejército con víveres. Temiendo que esos escasos refuerzos no fueran suficientes, se volvieron al Señor y “[derramaron sus] almas a Dios en oración, pidiéndole que [los] fortaleciera y [los] librara”. Helamán narra que después de orar, “el Señor nuestro Dios nos consoló con la seguridad de que nos libraría; sí, de tal modo que habló paz a nuestras almas, y nos concedió una gran fe, e hizo que en él pusiéramos la esperanza de nuestra liberación” (Alma 58:10–11). Esa seguridad brindó a Helamán y a sus guerreros la fortaleza para perseverar y triunfar sobre sus enemigos.

José Smith también recibió la afirmación del Señor mientras se hallaba prisionero en la cárcel de Liberty. Al orar con fervor, se le dijo:

“Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento;

“y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltará; triunfarás sobre todos tus enemigos” (D. y C. 121:7–8).

Esa certeza dio a José el valor y la fuerza para seguir adelante en medio de dificultades casi imposibles.

En estos ejemplos y en muchos más (véase, por ejemplo, Mosíah 24:8–16), el Señor no procedió simplemente a liberar a los fieles de sus dificultades de inmediato; en vez de ello, Él les brindó la certeza de que los iba a librar en Su propio tiempo. Esas afirmaciones, en palabras del élder Richard G. Scott , del Quórum de los Doce Apóstoles, son como “haces de luz espiritual” que el Padre Celestial coloca a nuestro paso para iluminar nuestro camino1. En ocasiones, esa certeza es todo lo que necesitamos para perseverar en nuestras pruebas, sabiendo que finalmente habrá una liberación.

Procurar la certeza

La vida es difícil. Hay momentos en los que dudamos; nos falta confianza en nosotros mismos y en nuestra capacidad para triunfar sobre la adversidad, o perdemos la esperanza. Con frecuencia parece que nuestras pruebas no acabarán nunca. Aunque algunas afirmaciones vienen sin que hayamos hecho esfuerzo alguno, usualmente tenemos que ir en busca de la certeza que nos confirme que seremos rescatados de nuestras pruebas.

La certeza del Señor a menudo viene por medio de la voz de Sus siervos: los líderes locales, los maestros de instituto y de la Escuela Dominical, y en especial, de Sus profetas y apóstoles. Carol F. McConkie, Primera Consejera de la Presidencia General de las Mujeres Jóvenes, nos recordó que “en sus palabras oímos la voz del Señor y sentimos el amor del Salvador”2.

Esa certeza también se recibe por la voz del Espíritu cuando nos comunicamos sinceramente con el Padre Celestial en ferviente oración, al leer y meditar las Escrituras, al asistir al templo y a las reuniones de la Iglesia, al servir a los demás y al tratar de hacer lo justo. En resumen, la certeza del Señor viene cuando la “[buscamos] con todo [nuestro] corazón y con toda [nuestra] alma” (Deuteronomio 4:29), y obedecemos Sus mandamientos.

Helamán y sus ejércitos recibieron la certeza después de muchas oraciones sinceras; José Smith la recibió después de orar y meditar. En ambos casos, el Señor probó su paciencia y fe antes de concederles la certeza, lo cual es un buen recordatorio de que durante las pruebas debemos aferrarnos a nuestra fe y ejercer la paciencia.

En espera de la certeza

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Como sucede con otras pruebas de la paciencia, puede que no recibamos la certeza del Señor de la manera ni en el tiempo que esperemos. Quizás necesitemos orar para tener “ojos para ver” (Ezequiel 12:2) la mano del Señor y Sus afirmaciones en nuestra vida. El élder David A. Bednar, del Quórum de los Doce Apóstoles, habló acerca de la forma en que las entrañables misericordias del Señor pueden incluir esa certeza, y dijo que éstas “no ocurren al azar ni por pura casualidad. La fidelidad y la obediencia nos permiten recibir esos importantes dones y, con frecuencia, el horario del Señor nos ayuda a reconocerlos”3.

Por lo general, el esperar la liberación o la certeza de la liberación nos exige más paciencia de la que creemos poseer. Puede que debamos experimentar pruebas severas antes de recibir cualquier tipo de certeza. Tal como explicó el élder Scott, los “haces de luz espiritual” que el Señor proporciona, “surgen muchas veces después de las pruebas más grandes como demostración de la compasión y del amor de un Padre que todo lo sabe; indican la senda hacia una felicidad y comprensión mayores, y fortalecen [nuestra] determinación de aceptar Su voluntad y obedecerla”4. Al permanecer fieles y obedientes en nuestras pruebas, recibiremos la certeza del Señor para que nos ayude a continuar siéndolo.

Nuestra mayor certeza

Al final, sin importar cuántas veces recibamos la certeza de que el Padre Celestial está al tanto de nosotros y conoce nuestra situación, no serán suficientes para ayudarnos a perseverar hasta el fin si no tenemos fe y esperanza en Jesucristo. Mediante Su expiación podemos tener la esperanza absoluta de que algún día seremos librados de todas nuestras pruebas. También podemos saber que nuestro Salvador está ahí y nos entiende perfectamente, porque Él “descendió debajo de todo, por lo que comprendió todas las cosas” (D. y C. 88:6). Él entiende nuestras pruebas y nuestros pesares porque sufrió “dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases… a fin de que… sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las enfermedades de ellos” (Alma 7:11–12).

El élder Jeffrey R. Holland, del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo: “La gran seguridad en el plan de Dios es que se nos prometió un Salvador, un Redentor que, mediante nuestra fe en Él, nos levantaría triunfantes por encima de esas pruebas y dificultades… Sólo el apreciar ese amor divino es lo que hará que nuestro propio sufrimiento, en menor escala, sea, en primer lugar soportable, luego comprensible y finalmente redentor”5. El aprender de Él y de Su expiación, constituye en sí mismo una seguridad y certeza.

Todo está bien

Si entendemos, procuramos y esperamos las afirmaciones del Señor, con toda seguridad las recibiremos. Debemos recordar esos invaluables momentos, anotarlos y pensar en ellos con frecuencia. Más importante aún, debemos confiar en ellos y creer, tal como Helamán, sus hombres y el profeta José creyeron, que el Señor cumplirá las promesas que Él nos ha hecho. Él nos recuerda esas promesas por medio de Sus afirmaciones, y aun cuando ellas quizás no hagan desaparecer nuestras pruebas, podremos saber que el Padre Celestial está allí, con nosotros, para apoyarnos y sostenernos en cualquier circunstancia.

Después de mi experiencia en el templo aquel día, mis pruebas no han disminuido; no obtuve buenas notas de repente, ni tuve más dinero ni salí con muchos jóvenes; pero lo que sí tuve fue una apacible certeza de que, a pesar de mis pruebas, yo iba a estar bien porque el Señor aún se proponía guardar Su promesa de librarme. Con esa certeza, sé que todo está bien.

Notas

  1. Véase de Richard G. Scott, “La confianza en el Señor”, Liahona, enero de 1996, pág. 18.

  2. Carol F. McConkie, “Vivir de acuerdo con las palabras de los profetas”, Liahona, noviembre de 2014, pág. 78.

  3. David A. Bednar, “Las entrañables misericordias del Señor”, Liahona, mayo de 2005, pág. 100.

  4. Véase de Richard G. Scott, “La confianza en el Señor”, pág. 18.

  5. Véase de Jeffrey R. Holland, “Como una vasija quebrada”, Liahona, noviembre de 2013, pág. 40.

Los “haces de luz espiritual… surgen muchas veces después de las pruebas más grandes como demostración de la compasión y del amor de un Padre que todo lo sabe; indican la senda hacia una felicidad y comprensión mayores”.