2015
Vivir con verdadera intención
October 2015


Vivir con verdadera intención

De un devocional mundial para jóvenes adultos, “Vivir con un propósito: la importancia de la verdadera intención”, pronunciado en la Universidad Brigham Young–ldaho, el 11 de enero de 2015. Para escuchar el discurso completo, vaya a devotionals.lds.org.

Tener verdadera intención significa hacer lo correcto por la razón correcta.

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Gold stars

Fotografía por Jupiterimages/Stockbyte/Thinkstock.

Aprendí la importancia de la verdadera intención cuando era un joven alumno de seminario. Nuestro maestro nos dio el desafío de leer el Libro de Mormón y, para ayudarnos a dar seguimiento a nuestro progreso, creó una gráfica con nuestros nombres en un lado y los nombres de los libros en la parte superior. Cada vez que leíamos un libro, colocaba una estrella junto a nuestro nombre.

Al principio no me esforcé mucho en leer, y en poco tiempo empecé a quedar más y más retrasado en la lectura. Incentivado por un sentimiento de vergüenza y por mi espíritu competitivo innato, empecé a leer. Cada vez que conseguía una estrella, me sentía bien; y cuantas más estrellas tenía, más motivado estaba para leer: entre clases, después de la escuela, en cada minuto libre que tenía.

Esa sería una gran historia si les dijera que, gracias a mis esfuerzos, acabé el primero de la clase; pero no fue así. También sería aceptable si pudiera decirles que conseguí algo mejor que ser el primero: un testimonio del Libro de Mormón; pero tampoco fue así. No obtuve un testimonio; lo que obtuve fueron estrellas. Obtuve estrellas porque esa fue la razón por la que lo leí; en las palabras de Moroni: esa fue mi “verdadera intención”.

Moroni fue claro cuando describió la manera de saber si el Libro de Mormón es verdadero: “Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaros a que preguntéis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo” (Moroni 10:4; cursiva agregada).

Las razones correctas

En retrospectiva, puedo ver que el Señor fue totalmente justo conmigo. ¿Por qué habría yo de esperar algo más que lo que estaba buscando? Tener verdadera intención significa hacer lo correcto por la razón correcta, y yo estaba leyendo el libro correcto por la razón incorrecta.

No fue sino hasta varios años después que leí el Libro de Mormón con verdadera intención. Ahora sé que el Libro de Mormón cumple su divino propósito de testificar de la vida y la misión de Jesucristo, porque lo he leído con verdadera intención.

La lección que aprendí acerca de la verdadera intención y el Libro de Mormón se aplica a todos nosotros y a todos los aspectos de la vida. Con demasiada frecuencia seguimos, de forma pasiva, patrones y hábitos que se han desarrollado con los años; cumplimos con las formalidades sin considerar detenidamente a dónde nos llevan. Vivir con verdadera intención da enfoque y propósito a nuestra vida y puede marcar toda la diferencia. Vivir con verdadera intención significa entender el “porqué”, los motivos que hay detrás de nuestros actos. Sócrates dijo: “Una vida que no se examina no merece ser vivida”1. Mediten en cómo pasan el tiempo y pregúntense con regularidad: “¿Por qué?”. Eso les ayudará a desarrollar la capacidad de ver más allá del momento. Es muchísimo mejor mirar hacia adelante y preguntarse: “¿Por qué hacer eso?”, que mirar hacia atrás y decir: “Oh, ¿por qué, por qué hice eso?”.

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A man looking at a wall with different types of gears on it.

Ilustración fotográfica por Sergey Nivens/iStock/Thinkstock.

¿Qué quiere el Señor que hagan?

Cuando era joven, había decidido no servir en una misión. Después de un año en la universidad y otro en el ejército, conseguí un buen trabajo como radiólogo en un hospital local. La vida parecía irme bien y la misión no me parecía necesaria.

Un día, el doctor James Pingree, uno de los cirujanos del hospital, me invitó a almorzar. Durante nuestra conversación se enteró de que yo no tenía pensado ir a la misión y me preguntó por qué. Le dije que era un poco mayor y que tal vez fuera demasiado tarde. Me respondió que esa no era una razón muy buena y que él había ido a la misión después de haber terminado sus estudios de medicina. Entonces me dio su testimonio de la importancia de su misión.

Su testimonio tuvo en mí un gran efecto y me impulsó a orar como jamás había orado antes: con verdadera intención. Podía pensar en muchas razones para no ir a la misión: era tímido, tenía un trabajo que me gustaba, tenía la posibilidad de lograr una beca que no estaría disponible después de la misión, y lo más importante: tenía una novia que me había esperado mientras estuve en el ejército, ¡y sabía que no me iba a esperar otros dos años! Oré para recibir la confirmación de que mis razones eran válidas y de que estaba en lo correcto.

Para frustración mía, no podía obtener la fácil respuesta de “sí o no” que esperaba. Entonces me vino el pensamiento: “¿Qué quiere el Señor que hagas?”. Tuve que reconocer que Él quería que sirviera en una misión; y ese se convirtió en un momento decisivo de mi vida. ¿Iba a hacer lo que yo quería hacer, o iba a hacer la voluntad del Señor? Esa es una pregunta que sería bueno que todos nos hiciéramos a menudo.

Afortunadamente, decidí servir en una misión y se me asignó la Misión México Norte.

Consecuencias eternas

Treinta y cinco años después, mi hijo me animó a visitar México con él. Teníamos la esperanza de encontrar a algunas de las personas a las que había enseñado. Asistimos a la reunión sacramental en el pueblito donde empecé la misión, pero no reconocí a nadie. Después de la reunión, conversamos con un miembro y le preguntamos si reconocía a alguien de mi lista de personas a las que había enseñado años antes. Repasamos la lista sin éxito hasta que llegamos al último nombre: Leonor López de Enríquez.

“Ah, sí”, dijo el hombre. “Esta familia está en otro barrio, pero asisten a la Iglesia en esta capilla. La reunión sacramental de ellos es la siguiente”.

No tuvimos que aguardar mucho para ver a Leonor entrar al edificio. Aunque tenía setenta y tantos años, la reconocí de inmediato, y ella a mí. Nos dimos un largo abrazo, con lágrimas en los ojos.

Ella me dijo: “Hemos orado durante treinta y cinco años por su regreso, para que pudiéramos darle las gracias por traer el Evangelio a nuestra familia”.

A medida que entraban más miembros de la familia a la capilla, compartimos abrazos y lágrimas. No tardé en descubrir que el obispo del barrio era uno de los hijos de Leonor, el pianista era un nieto, la directora de música era una nieta, así como varios de los jóvenes del Sacerdocio Aarónico. Una de las hijas estaba casada con un consejero de la presidencia de la estaca; otra estaba casada con el obispo de un barrio cercano. La mayoría de los hijos de Leonor habían servido en misiones, y ahora tiene nietos que también han servido en misiones.

Descubrimos que Leonor fue una misionera mucho mejor que yo. Hoy en día sus hijos recuerdan con agradecimiento sus incansables esfuerzos por enseñarles el Evangelio. Les enseñó que las decisiones pequeñas, con el tiempo, resultan en una vida plena, recta y feliz; y ellos les han enseñado lo mismo a otras personas. Al final, más de quinientas personas se unieron a la Iglesia gracias a esta maravillosa familia;

y todo empezó con una simple conversación durante un almuerzo. Con frecuencia pienso que si el doctor Pingree hubiera estado más centrado en su carrera profesional o en otras cosas del mundo, quizás nunca me hubiese preguntado por qué no quería servir en una misión; pero su enfoque estaba en los demás y en hacer avanzar la obra del Señor. Él sembró una semilla que creció y dio fruto, y sigue multiplicándose de manera exponencial (véase Marcos 4:20). La misión me enseñó las consecuencias eternas de una decisión individual de hacer la voluntad del Señor.

Recuerden su propósito eterno

A menudo he hecho una retrospección de mi vida y me he preguntado por qué me fue tan difícil tomar la decisión de ir a la misión. Fue difícil porque me distraje; perdí de vista mi propósito eterno, la verdadera intención de por qué estamos aquí.

Mis deseos y mi voluntad no estaban alineados con la voluntad del Señor; de lo contrario, la decisión habría sido más fácil. ¿Y por qué no estaban alineados? Iba a la capilla los domingos y participaba de la Santa Cena, pero no me concentraba en su significado. Oraba, pero mayormente lo hacía de forma automática; leía las Escrituras, pero solo esporádicamente y sin verdadera intención.

Los aliento a vivir de manera centrada y deliberada, aun cuando no lo hayan hecho consistentemente en el pasado. No se desanimen con los pensamientos de lo que ya han hecho o no han hecho; dejen que el Salvador haga en ustedes “borrón y cuenta nueva”. Recuerden lo que Él ha dicho: “… cuantas veces se arrepentían y pedían perdón, con verdadera intención, se les perdonaba” (Moroni 6:8; cursiva agregada).

Empiecen ya. Vivan la vida con propósito, entendiendo por qué hacen lo que hacen y a dónde los conducirá; al hacerlo, descubrirán que el porqué más importante detrás de todo lo que hagan es que aman al Señor y reconocen el amor perfecto de Él por ustedes. Ruego que encuentren gran gozo en su búsqueda de la perfección y al entender y hacer Su voluntad.

Nota

  1. Véase de Sócrates en Platón, Apology, 2001, pág. 55.