2016
Felicidad para aquellos a quienes amamos
Enero de 2016


Mensaje de la Primera Presidencia

Felicidad para aquellos a quienes amamos

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Product Shot from January 2016 Liahona
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A couple and their son walking in the rain along a street in Buenos Aires, Argentina.

Todos nosotros deseamos la felicidad para aquellos a quienes amamos, y el menor sufrimiento posible para ellos. Cuando leemos los relatos de felicidad —y sufrimiento— en el Libro de Mormón, se nos conmueve el corazón al pensar en nuestros seres queridos. Este es un relato verídico de una época de felicidad:

“Y ocurrió que no había contenciones en la tierra, a causa del amor de Dios que moraba en el corazón del pueblo.

“Y no había envidias, ni contiendas, ni tumultos, ni fornicaciones, ni mentiras, ni asesinatos, ni lascivias de ninguna especie; y ciertamente no podía haber un pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios”.

Luego leemos:

“¡Y cuán bendecidos fueron! Porque el Señor los bendijo en todas sus obras; sí, fueron bendecidos y prosperaron hasta que hubieron transcurrido ciento diez años; y la primera generación después de Cristo había muerto ya, y no había contención en toda la tierra” (4 Nefi 1:15–16, 18).

Los amorosos discípulos de Cristo oran y se esfuerzan por tal bendición para otras personas y para sí mismos. Por los relatos del Libro de Mormón y, para muchos de nosotros, por experiencia propia, sabemos que el don de la felicidad se puede alcanzar. Sabemos que el sendero que conduce a la felicidad está bien señalado. También sabemos que conservar la felicidad no es fácil, a menos que, como con los nefitas tras la visita del Salvador, “el amor de Dios” more en nuestro corazón.

Ese amor estaba en el corazón de los nefitas porque ellos obedecían la ley que lo hacía posible. En las oraciones de la Santa Cena, que comienzan con una sincera súplica a nuestro amoroso Padre Celestial, se encuentra un resumen de esa ley. Oramos con el corazón lleno de fe en nuestro Salvador personal, y con un profundo amor por Él. Nos comprometemos con verdadera intención a tomar Su nombre sobre nosotros, a recordarle y a guardar todos Sus mandamientos. Finalmente, ejercemos la fe en que el Espíritu Santo, el tercer miembro de la Trinidad, esté siempre con nosotros, testificando del Padre y de Su Hijo Amado a nuestro corazón (véase D. y C. 20:77, 79).

Con la compañía del Espíritu Santo, nuestro corazón puede cambiar para que deseemos y recibamos el amor de nuestro Padre Celestial y del Señor Jesucristo. La manera de recibir el amor de Dios en nuestro corazón es sencilla, al igual que lo es el perder ese sentimiento de amor. Por ejemplo, tal vez alguien elija orar al Padre Celestial con menos frecuencia, o no pagar un diezmo íntegro, o dejar de deleitarse en la palabra de Dios, o ignorar al pobre y al necesitado.

Cualquier decisión de no guardar los mandamientos del Señor puede hacer que el Espíritu se aparte de nuestro corazón y, con esa pérdida, la felicidad disminuye.

La felicidad que deseamos para nuestros seres queridos depende de sus decisiones. Por mucho que amemos a un hijo, a un investigador o a nuestros amigos, no podemos obligarlos a guardar los mandamientos a fin de que reúnan los requisitos para que el Espíritu Santo conmueva y transforme su corazón.

De modo que, la mejor ayuda que podemos brindar es lo que guíe a aquellos a quienes amamos a velar por sus propias elecciones. Alma lo hizo con una invitación que ustedes podrían extender:

“… sino que os humilléis ante el Señor, e invoquéis su santo nombre, y veléis y oréis incesantemente, para que no seáis tentados más de lo que podáis resistir, y así seáis guiados por el Santo Espíritu, volviéndoos humildes, mansos, sumisos, pacientes, llenos de amor y de toda longanimidad;

“teniendo fe en el Señor; teniendo la esperanza de que recibiréis la vida eterna; siempre teniendo el amor de Dios en vuestros corazones para que en el postrer día seáis enaltecidos y entréis en su reposo” (Alma 13:28–29).

Ruego que aquellos a quienes aman puedan aceptar una inspirada invitación a elegir el sendero que conduce a la felicidad duradera.