2016
No era el milagro que deseábamos
Enero de 2016


Reflexiones

No era el milagro que deseábamos

La autora vive en Utah, EE. UU.

A veces pedimos y pedimos en oración el milagro que deseamos hasta que las rodillas nos quedan adoloridas, pero luego Dios nos da el milagro que necesitamos.

Imagen
Close-up of the hands of a couple kneeling by a bed praying together.

En unos pocos meses me graduaría de la universidad y entonces, esperaba, tendría mi primer bebé. Mi esposo tenía tantos deseos como yo de empezar a tener hijos.

Un año y cuatro meses después, tras decenas de pruebas de embarazo negativas, cinco pruebas de ovulación negativas, dos meses horribles tomando medicamento y miles de lágrimas, no teníamos ningún bebé y muy poca esperanza de concebir de forma natural. Cuando llamaron de la oficina del doctor y nos ofrecieron referirnos a un especialista en infertilidad, rechazamos la oferta. Estábamos demasiado estresados como para lidiar con más; necesitábamos un descanso. Antes de colgar, la enfermera me dijo: “Llámanos si sucede un milagro”.

Los milagros son, en efecto, milagrosos. Los hay grandes y pequeños; llegan cuando menos los esperamos y cuando los necesitamos desesperadamente; y a veces pedimos y pedimos en oración el milagro que deseamos hasta que las rodillas nos quedan adoloridas, pero luego Dios nos da el milagro que necesitamos.

Durante mucho tiempo oramos con desesperación pidiendo un hijo, pero los cielos parecían estar en silencio. Con el tiempo, se nos ocurrió que estábamos pidiendo lo equivocado. Dios sabe qué bendiciones necesitamos y cuándo las necesitamos. Él tiene una perspectiva general de las cosas; nosotros solo vemos el ahora. Así que, cambiamos. Dejamos de pedir lo que deseábamos y en vez de ello empezamos a dar “gracias”.

Padre Celestial, te damos gracias por la bendición de tenernos el uno al otro.

Gracias por tener familiares y amigos que se preocupan por nosotros.

Gracias por los niños que nos rodean y que podemos disfrutar hasta que tengamos los nuestros.

Gracias por los doctores y la ciencia que nos ayudan a descubrir lo que funciona y lo que no funciona en nuestro cuerpo.

Y (lo más difícil de decir) gracias por esta prueba.

El dar gracias por lo que nos estaba partiendo el corazón fue difícil; pero sabíamos que el Padre Celestial nos amaba; así que, en alguna parte de esa prueba había bendiciones. Nunca las encontraríamos si permitíamos que la prueba nos ahogara; de modo que decidimos ser agradecidos, y al hacerlo, las bendiciones fueron evidentes:

Dependíamos más el uno del otro, compartíamos más nuestros sentimientos y nos amábamos más.

Confiábamos más en el Señor y orábamos más.

Nos acercamos más al Salvador, sentimos Su presencia con más intensidad y lo amábamos más.

Sentíamos el amor de nuestros familiares y amigos que oraban por nosotros.

Una vez que reconocimos todas esas bendiciones, nos sobrevino la paz más pura y dulce que uno pueda imaginar.

El que no pudiéramos tener hijos en ese momento no quería decir que a Dios no le importara; simplemente necesitábamos confiar en la hora señalada por Él, y necesitábamos Su paz para mantener viva esa confianza. Necesitábamos que Su paz vendara nuestro corazón partido y que nos diera la fe para seguir adelante.

La paz era el milagro que necesitábamos; no era el milagro por el que habíamos estado orando, pero era el que más necesitábamos.