2016
¡Hurra!
Junio de 2016


Reflexiones

¡Hurra!

El autor vive en Oregón, EE. UU.

Un niño de cuatro años me ayudó a apreciar la Santa Cena de una nueva manera.

Imagen
hooray

Ilustración por Carolyn Vibbert.

Mis pensamientos estaban concentrados en el Salvador mientras la congregación terminaba de cantar el himno sacramental; pero al empezar a cerrar el himnario, la música continuó. Ese día, la congregación numerosa requirió que la organista tocara dos estrofas más mientras los presbíteros terminaban de partir el pan. Me sentí agradecido por el tiempo extra, ya que me daba otro momento de meditación reverente antes de las oraciones sacramentales.

Durante las oraciones, seguí detenidamente las palabras de los presbíteros a medida que bendecían los emblemas del sacrificio de Cristo por nosotros. Justo al terminar la oración final, y en el momento en el que la congregación expresaba su acuerdo, surgió, en medio de los “amenes”, la voz de un niño de cuatro años que estaba dos filas detrás de mí.

“¡Hurra!”, exclamó.

Su expresión espontánea fue lo suficientemente fuerte para causar que varios niños a su alrededor se rieran. Confieso que también trajo una sonrisa burlona a mis labios.

“¿Hurra?”, pensé. Esa era una reacción extraña a las oraciones sacramentales; por cierto, era una respuesta que nunca había oído y que es posible que nunca vuelva a oír, ya que, después de todo, terminamos nuestras oraciones con “amén”.

Tal vez ese pequeño haya percibido la verdad más que yo.

Hurra comunica entusiasmo; es una exclamación de gozo, por lo general por una victoria. A veces se exclama para demostrar aprobación por alguien que ha terminado bien una tarea difícil1.

De inmediato, mi mente captó la idea. Sí, pensé, ¡hurra porque Jesucristo venció la muerte a fin de que todos resucitáramos! ¡Hurra porque a causa de Su expiación, Él puede perdonar nuestros pecados!; y de manera más específica, ¡Él puede perdonar mis pecados! ¡Hurra porque mediante Su gracia es posible que yo regrese a mi Padre Celestial y tenga la esperanza de la vida eterna! ¡Sí! ¡Hurra!

Al exclamar en silencio esas alabanzas de agradecimiento a mi Padre Celestial, el Espíritu Santo me llenó el corazón con un gozo que casi hizo que se me saltaran las lágrimas. Ese día, un niño me había guiado (véase Isaías 11:6); y me regocijé con una visión renovada de las bendiciones de la expiación del Salvador en mi vida.

Nota

  1. Véase Merriam Webster’s Collegiate Dictionary, 11º edición, 2003, “hooray”.