2016
Me sentía inepta
Julio de 2016


Me sentía inepta

Nombre omitido, Estocolmo, Suecia

Imagen
women-sitting-on-the-couch

Ilustración por Allen Garns.

Cuando me llamaron como presidenta de la Sociedad de Socorro, era una madre joven y ocupada. Había crecido en la Iglesia y vivía de acuerdo con sus enseñanzas, pero también sabía que no era perfecta y me preocupaba mi capacidad para ayudar a las hermanas de mi barrio que estaban pasando dificultades.

Un domingo me sentí especialmente desanimada en la capilla. Me había pasado todo el día hablando con hermanas que necesitaban mi ayuda; algunas necesitaban ayuda de bienestar, mientras que otras solo necesitaban que las escuchara. Entonces, cuando comenzó la reunión sacramental, el Espíritu me inspiró a no entrar al salón sacramental y, para mi asombro, me encontré con una hermana menos activa en el vestíbulo que necesitaba consuelo y ayuda, y no podía esperar hasta el final de la reunión.

Cuando terminaron las reuniones, ¡estaba agotada! Una vez en el auto, lloré todo el camino a casa. En la mente me resonaban las palabras: “¡Habla con el obispo!”. Sentía que el obispo podría decirme algo sabio en cuanto a qué hacer para no sentirme tan apesadumbrada por mi llamamiento, pero no quería molestarlo al final de un largo día en la Iglesia. Había decidido posponer la llamada, cuando sonó el teléfono. Era el obispo; había sentido que tenía que llamarme.

Le conté al obispo lo agotador que había sido tener tantas cosas que resolver al mismo tiempo y lo triste que me sentía por no poder ayudar a más hermanas. Me escuchó con paciencia. También hablamos sobre algunas de las preguntas de bienestar que habían surgido durante el día y me sentí mejor.

Al final de la conversación, dije: “Pensé que quizá tendría algo sabio para decirme sobre lo que puedo hacer para no sentirme tan abrumada”, a lo cual respondió que desearía tener algo así para decirme, pero que lamentablemente no lo tenía.

Aunque no obtuve una respuesta a mi pregunta, me sentía feliz al colgar el teléfono; sentí que el Señor había respondido a mi necesidad de guía y apoyo.

Durante las semanas siguientes volvieron mis sentimientos de inseguridad y oré para comprender qué debía hacer a fin de llegar a ser mejor presidenta de la Sociedad de Socorro. Un día, mientras escuchaba los discursos de una conferencia general, me llamaron la atención algunas palabras y el Espíritu habló con claridad a mi corazón. Comprendí que la razón por la cual me había sentido tan inepta era porque yo sola era inepta.

Por medio de su ejemplo, el obispo me había mostrado cuán importante es escuchar al Espíritu Santo, ya que la clave para nuestros llamamientos en la Iglesia es el Espíritu, no nuestros talentos y aptitudes personales. Por primera vez en mucho tiempo, sentí paz y confianza.

Todavía me falta experiencia y sigo estando tan ocupada con mi familia como antes, pero ya no pienso que debo ser perfecta en mi llamamiento. El Padre Celestial puede darme lo que necesito a fin de cumplir con Su voluntad, y Él puede magnificar nuestra labor, siempre y cuando guardemos Sus mandamientos.