2016
Leales a la fe de nuestros antepasados
Julio de 2016


Mensaje de la Primera Presidencia

Leales a la fe de nuestros antepasados

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Familia de pioneros arrodillados en la nieve, por Michael T. Malm.

John Linford tenía cuarenta y tres años cuando, junto con su esposa, María, y tres de sus hijos, tomó la decisión de dejar su hogar en Gravely, Inglaterra, para viajar miles de kilómetros y reunirse con los santos en el Valle del Gran Lago Salado. Dejaron atrás a su cuarto hijo, que estaba sirviendo en una misión; vendieron sus pertenencias y se embarcaron en Liverpool a bordo del buque Thornton.

El viaje por mar a Nueva York, y de allí por tierra hasta Iowa, transcurrió sin incidentes; no obstante, los problemas comenzaron poco después de que la familia Linford y otros Santos de los Últimos Días que habían navegado en el Thornton salieron de la ciudad de Iowa el 15 de julio de 1856, como parte de la desafortunada compañía de carros de mano de James G. Willie.

Las duras condiciones climatológicas y el penoso viaje causaron grandes estragos entre muchos miembros de la compañía, incluso John, quien, al final, estaba tan enfermo y débil que tuvieron que trasladarlo en un carro de mano. Para cuando la compañía llegó a Wyoming, su estado se había deteriorado considerablemente. Un grupo de rescate proveniente de Salt Lake City llegó el 21 de octubre, solo unas horas después de que el viaje terrenal de John llegara a su fin. Había muerto esa mañana, a orillas del río Sweetwater.

¿Se lamentaba John de haber cambiado su bienestar y comodidad por las pruebas, privaciones y dificultades de llevar a su familia a Sion?

“No, María”, le dijo a su esposa justo antes de morir. “Me alegro de que hayamos venido. No viviré para llegar al Lago Salado, pero tú y los muchachos sí, y no me arrepiento de todo lo que hemos pasado si nuestros hijos pueden crecer y criar a su familia en Sion”1.

María y sus hijos acabaron el viaje. Cuando María murió, casi treinta años después, ella y John dejaron atrás un legado de fe, de servicio, de devoción y de sacrificio.

Ser un Santo de los Últimos Días es ser un pionero, porque un pionero se define como “alguien que va delante a fin de preparar o abrir el camino para que otras personas lo sigan”2; y ser un pionero es llegar a conocer el sacrificio. Aunque a los miembros de la Iglesia ya no se les requiere dejar sus hogares para hacer el viaje a Sion, a menudo deben dejar atrás viejos hábitos, antiguas costumbres y amigos queridos. Algunos toman la dolorosa decisión de dejar atrás a familiares que se oponen a que sean miembros de la Iglesia. No obstante, los Santos de los Últimos Días siguen adelante, orando para que sus seres tan queridos entiendan y acepten.

La senda de un pionero no es fácil, pero seguimos los pasos del Pionero supremo, el Salvador, quien fue delante de nosotros mostrándonos el camino a seguir.

“Ven, sígueme”3, invitó Él.

“Yo soy el camino, y la verdad y la vida”4, declaró.

“Venid a mí”5, clamó.

Puede que el camino sea duro. A algunas personas les es difícil soportar el escarnio y los comentarios desagradables de los insensatos que ridiculizan la castidad, la honradez y la obediencia a los mandamientos de Dios. El mundo siempre ha menospreciado la adherencia a los principios. Cuando a Noé se le mandó construir un arca, el pueblo necio miró el cielo sin nubes y se burló y se mofó de él… hasta que llegó la lluvia.

Hace muchos siglos, en el continente americano, las personas dudaron, cuestionaron y desobedecieron hasta que el fuego consumió Zarahemla, la tierra cubrió Moroníah y las aguas sepultaron la ciudad de Moroni (véase 3 Nefi 9:3–5). Desaparecieron el desprecio, la burla, la obscenidad y el pecado; habían sido reemplazados por un silencio sombrío y una densa obscuridad. Se había terminado la paciencia de Dios y se había cumplido Su tiempo.

María Linford nunca perdió su fe a pesar de la persecución en Inglaterra, de las dificultades de su viaje al lugar “do Dios lo preparó”6, ni de las pruebas que posteriormente padeció por su familia y por la Iglesia.

En una ceremonia dedicada a la memoria de María, que tuvo lugar al pie de su sepultura, el élder George Albert Smith (1870–1951) preguntó a la posteridad de ella: “¿Vivirán fieles a la fe de sus antepasados?… Espero que se esfuercen por ser dignos de todos los sacrificios que [ellos] han hecho por ustedes”7.

A medida que procuramos edificar Sion en nuestro corazón, nuestro hogar, nuestra comunidad y nuestro país, recordemos el firme valor y la fe perdurable de aquellos que lo dieron todo para que nosotros pudiéramos disfrutar de las bendiciones del Evangelio restaurado, con la esperanza y la promesa que brinda por medio de la expiación de Jesucristo.

Notas

  1. Véase Andrew D. Olsen, The Price We Paid, 2006, págs. 45–46, 136–137.

  2. Véase The Compact Edition of the Oxford English Dictionary, 1971, “pioneer”.

  3. Lucas 18:22.

  4. Juan 14:6.

  5. 3 Nefi 9:22; véase también Juan 7:37.

  6. “¡Oh, está todo bien!”, Himnos, nro. 17.

  7. Véase Olsen, The Price We Paid, págs. 203–204.