2016
Mi investigador desapercibido
Septiembre de 2016


Voces de los Santos de los Últimos Días

Mi investigador desapercibido

Imagen
dad painting the house

Fui bendecida con padres fabulosos. Mi madre era miembro de la Iglesia, y aunque mi padre no lo era, nos apoyaba en lo referente a las actividades de la Iglesia. Desde la infancia yo pedía diariamente en oración que mi padre se uniera a la Iglesia.

Cuando recibí la bendición patriarcal a los dieciséis años, se me prometió que sería una influencia en ayudar a mi padre a unirse a la Iglesia. Yo le hablaba de las cosas que aprendía en Seminario y sobre los pasajes de las Escrituras que indican que era necesario ser bautizado y confirmado para entrar en el Reino de Dios (véase Juan 3:5). Con lágrimas en los ojos, le hablé sobre las bendiciones del templo que harían posible que estuviéramos juntos para siempre.

Yo asistía a un pequeño colegio en el estado de Arizona, EE. UU. Tenía muy buenos amigos en la escuela secundaria aun cuando yo era la única miembro de la Iglesia de mi clase. En ese tiempo, el presidente David O. McKay (1873–1970) era el profeta, y a menudo escuchábamos su consejo de que “todo miembro [debe ser] un misionero” (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: David O. McKay, 2004, capítulo 6). Un verano, mi hermana Marilyn y yo invitamos a algunas amigas a recibir las lecciones de los misioneros. Tomaron dos lecciones, pero después ya no se interesaron. Nos sentimos decepcionadas, pero no dejamos de ser amigas.

Al final de ese verano me fui a otra ciudad a estudiar en la universidad, y durante el semestre de primavera recibí una carta de mi papá. Me escribió: “Ha sido el privilegio más grande que he tenido el ser el jefe de una familia de hijas maravillosas. Gracias al testimonio tan fuerte que ustedes tienen del Evangelio, a las reuniones que tuvieron con otras jóvenes el verano pasado y al interés que mostraron por ellas, realmente comencé a interesarme en la Iglesia. Mientras estaba afuera de la casa pintando, y ustedes y sus amigas estaban adentro en esas charlas, me convencí de que había sido un observador suficiente tiempo. Le he dado gracias a mi Padre Celestial muchas veces por tu mamá, por el hecho de que se crió en la Iglesia y por la forma en que las ha criado a ustedes”.

Al poco tiempo mi papá se bautizó, y un año después nuestra familia fue sellada por esta vida y por la eternidad en el Templo de Mesa, Arizona.

Aun cuando ninguna de nuestras amigas se unió a la Iglesia, la persona más importante de nuestra vida sí lo hizo. Nunca sabemos en qué forma seremos bendecidos cuando seguimos el consejo del profeta.