2017
¡Deseo vivir contigo para siempre!
January 2017


Nuestro hogar, nuestra familia

¡Deseo vivir contigo para siempre!

La autora vive en Santo Domingo, República Dominicana.

La fe de una niña de seis años me ayudó a recuperar mi fe.

Cuando tenía veintidós años, mi vida dio un giro inesperado: mi madre falleció. Ella y mi padre eran personas de gran fe y me habían criado en el Evangelio. Luego de su fallecimiento, mi padre se mudó fuera del país a los Estados Unidos. Con el paso del tiempo, me empecé a sentir muy sola, ya que soy hija única. No tenía aquí en la tierra a mi madre junto a mí y mi padre vivía lejos; solo lo veía tres semanas al año.

Con esos sentimientos fue que empecé a buscar cada vez refugio en mis “amigos” de la universidad y de la oficina donde trabajaba. Poco a poco, empecé a hallar una felicidad falsa en las cosas temporales. Dejé de asistir a la Iglesia y paulatinamente llegué a inactivarme por completo. Más adelante me casé con un hombre joven maravillosos quien, aunque tenía muy buenos principios, no conocía el Evangelio. Tuvimos tres hijos: Leah, Isaac e Ismael.

Imagen
Mother and daughter

Ilustración por Kelley McMorris.

Un mes de octubre, mi padre vino a visitar y a ver al nuevo bebé. Durante su visita, Leah, de seis años, le preguntó al abuelo por qué nunca traía a la abuela. Entonces, mi padre le explicó que la abuela estaba en un lugar muy especial cerca al Padre Celestial. Tan pronto se fue mi padre, Leah me dijo de manera contundente: “Mami, quiero conocer a la abuela. Sé que está en el cielo, pero también quiero que un día estemos juntos allí, la abuela, el abuelo, papi, Isaac, Ismael, tú y yo. Deseo vivir contigo para siempre. ¡Deseo que seamos la misma familia allí que la que somos aquí para que podamos jugar con la abuela!”.

No supe qué decir. Le toqué su hermoso e inocente rostro y luego me fui a mi dormitorio. Me puse de rodillas y lloré hasta que se me acabaron las lágrimas. Le pedí al Padre Celestial que me perdonara. Sabía que había dejado el sendero que nos permitiría vivir juntos como una familia eterna. Había fallado en mi responsabilidad de conducirlos por el sendero correcto y no había hablado con mi esposo sobre el Evangelio.

Cuando pude ponerme de pie, me comuniqué con un líder de la Iglesia y él me puso en contacto con los élderes de mi barrio. La noche siguiente, vinieron y le enseñaron a mi esposo. Desde esa noche en adelante, nuestra vida cambió para siempre. Ahora asistimos a la Iglesia en familia todos los domingos. Tengo un llamamiento que me permite enseñar a las hermanas menos activas. Además, nos estamos preparando para asistir al templo.

A veces el Espíritu de Dios nos guía mediante aquellas personas que menos esperamos. En esa ocasión fue mediante mi hija de seis años. Ahora sé que al ser sellados en el templo podré vivir con mi familia para siempre.