2017
La parábola de la abeja imprudente
Febrero de 2017


Hasta la próxima

La parábola de la abeja imprudente

Véase Liahona, febrero de 2003, pág. 36.

¿Somos nosotros mucho más sabios que la abeja imprudente?

Imagen
Bee

Fotografía © iStock/Thinkstock.

En ocasiones, las obligaciones del trabajo requieren tranquilidad y reclusión… Mi retiro favorito se halla en un cuarto superior de la torre de un gran edificio… El acceso al cuarto es bastante complejo, de manera que el lugar queda relativamente seguro contra los intrusos humanos…

Sin embargo, no siempre carezco de visitas, especialmente en verano, pues a veces, cuando me encuentro sentado en aquel lugar con las ventanas abiertas, los insectos llegan volando y comparten el cuarto conmigo…

Una vez entró al cuarto una abeja salvaje procedente de las colinas cercanas, y a ratos, durante una hora o más, oía el agradable zumbido de su vuelo. Esta pequeña criatura cayó en la cuenta de que era prisionera; sin embargo, todos sus esfuerzos por hallar la salida a través de la pequeña abertura de la ventanilla fracasaron. Cuando estuve listo para cerrar el cuarto e irme, abrí la ventana de par en par e intenté en primer lugar guiar y luego forzar a la abeja hacia la libertad y la seguridad, sabiendo que si se quedaba en el cuarto, moriría como los demás insectos así atrapados habían muerto en el seco ambiente del recinto; pero cuanto más intentaba echarla, con mayor determinación se oponía y se resistía a mis esfuerzos. Su anteriormente agradable zumbido se convirtió en un rugido furioso y su rápido vuelo se tornó amenazante y hostil.

Fue entonces que me tomó desprevenido y me picó en la mano, la mano que la habría guiado a la libertad. Finalmente se posó en un colgante unido al techo, lejos de donde podía llegar para ayudarla o lastimarla. El agudo dolor del poco amable aguijón provocó en mí más lástima que ira. Conocía la pena inevitable de su errada oposición y desafío, y tuve que abandonar la criatura a su destino. Tres días más tarde, regresé al cuarto y hallé sobre el escritorio el cuerpo seco y sin vida de la abeja. Su vida había sido el precio de su terquedad.

Para la abeja falta de visión y su egoísta malentendido, yo era un enemigo, un perseguidor persistente, un enemigo mortal determinado en su destrucción; mientras que en realidad era su amigo, un amigo que le ofrecía la forma de salvar la vida que ella había perdido debido a su propio error; que se esforzaba por redimirla, a pesar de sí misma, de la cárcel y de la muerte y restaurarla al aire exterior de la libertad.

¿Somos nosotros mucho más sabios que la abeja como para que no exista analogía entre su vuelo imprudente y nuestra vida? Somos propensos a contender, a veces con vehemencia e ira, contra la adversidad que, después de todo, podría ser la manifestación de una sabiduría superior y de un cuidado amoroso, dirigidos contra nuestra comodidad temporaria pero en beneficio de nuestra bendición permanente. En las tribulaciones y los padecimientos de la vida terrenal existe un ministerio divino que solo el alma que no cree en Dios no puede llegar a discernir por completo. Para muchos, la pérdida de la riqueza ha sido un gran favor, un medio providencial para conducirlos desde los confines de la autosatisfacción hasta la luz de un nuevo día, donde oportunidades sin límite aguardan al que se esfuerza. La decepción, el pesar y la aflicción pueden ser la manifestación de la bondad de un Padre omnisciente.

¡Piensen en la lección de la abeja imprudente!