2017
La voz del Espíritu
Febrero de 2017


La voz del Espíritu

Escuchar con atención al Espíritu Santo me ayuda a determinar si me encuentro en el camino correcto o si necesito cambiar el curso.

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clock

Fotografía de iStock/Thinkstock.

Cuando era joven, mi padre tenía un negocio en el que vendía y reparaba relojes de pared y de pulsera. Dado que nuestra casa estaba en la parte de atrás del negocio, crecí escuchando todo tipo de relojes.

Al final de cada día, mi padre llevaba algunos de los relojes de pared en los que había trabajado durante el día y los colgaba en el interior de la casa, en las paredes cerca de los dormitorios. Yo no entendía por qué lo hacía ni por qué teníamos que dormir con todo ese ruido; pero, con el pasar del tiempo, el sonido de los diferentes relojes se tornó algo familiar en las silenciosas noches.

Un par de años más tarde, comencé a trabajar con mi padre en el negocio, aprendiendo con él a reparar relojes. Una mañana dijo algo que abrió mi mente y me ayudó a entender por qué colgaba los relojes en las paredes cerca de nuestros dormitorios en lugar de dejarlos en el negocio.

“¿Podrías traerme el reloj de pared que colgué anoche cerca de tu dormitorio?”, me pidió. “Durante la noche estuve escuchando su sonido y me parece que no funciona bien; tengo que volver a examinarlo”.

¡Ese era el motivo! En el silencio de la noche, él había escuchado el sonido del reloj de la misma manera en que un médico escucha el latido del corazón de un paciente. Debido a que había reparado todo tipo de relojes de pared y de pulsera durante toda su vida, había entrenado los oídos para determinar, mediante el sonido, si un reloj funcionaba debidamente o no.

Después de esa experiencia, comencé a prestar atención al sonido de los relojes durante la noche, tal como mi padre lo hacía; al hacerlo, aprendí a detectar si un reloj funcionaba correctamente o si necesitaba un ajuste.

Al crecer y adquirir un entendimiento de los principios del Evangelio, comencé a comparar esa experiencia con la influencia positiva que el Espíritu Santo puede tener en nuestra vida. Comencé a comparar los momentos de reflexión y meditación espiritual con las horas de silencio de la noche durante mi niñez, y empecé a comparar el sonido de los relojes con la voz del Espíritu que me advertía, me guiaba y me hablaba de tanto en tanto.

Importantes cualidades espirituales

Esa experiencia me ayudó a reconocer la veracidad de las experiencias que Nefi tuvo con los susurros del Espíritu Santo. En el Libro de Mormón aprendemos lo que Nefi dijo a su hermano Sam: “… las cosas que el Señor [le] había manifestado por medio de su Santo Espíritu” (1 Nefi 2:17; cursiva agregada).

Nefi estaba bien familiarizado con la influencia del Espíritu Santo; su vida estaba llena de sentimientos de amor que provenían del Padre y del Hijo, los cuales le eran manifestados por el Espíritu Santo. Si repasamos la vida de Nefi, podemos ver claros ejemplos del amor de Dios que se manifiesta mediante respuestas a oraciones y guía espiritual. Como ejemplos figuran:

Durante su niñez y probablemente con la ayuda del ejemplo de sus padres, Nefi desarrolló una sensibilidad hacia la voz del Espíritu; cultivó esa capacidad ejerciendo las siguientes e importantes cualidades espirituales:

  • El deseo: “Y sucedió que yo, Nefi… [tuve] grandes deseos de conocer los misterios de Dios, clamé por tanto al Señor” (1 Nefi 2:16). “… después que hube deseado conocer las cosas que mi padre había visto” (1 Nefi 11:1; véase también el versículo 3).

  • La fe: “… creí todas las palabras que mi padre había hablado” (1 Nefi 2:16).

  • La constancia en la oración: “Y yo, Nefi, subía con frecuencia al monte y a menudo oraba al Señor; por lo que el Señor me manifestó grandes cosas” (1 Nefi 18:3).

  • La obediencia: “Y sucedió que yo, Nefi, dije a mi padre: Iré y haré lo que el Señor ha mandado, porque sé que él nunca da mandamientos a los hijos de los hombres sin prepararles una vía para que cumplan lo que les ha mandado” (1 Nefi 3:7).

La labor del Espíritu Santo

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Nephi praying

Nefi estaba bien preparado para hablar sobre el tercer miembro de la Trinidad; había aprendido a escuchar la voz del Espíritu, tanto en aguas tranquilas como en mares agitados, y sus experiencias lo llevaron a escribir acerca de “la labor del Espíritu Santo”1 (véase 2 Nefi 31–32). De Nefi, y de otros profetas, aprendemos que:

El Espíritu Santo revela: “Ningún hombre puede recibir el Espíritu Santo sin recibir revelaciones. El Espíritu Santo es un revelador”2 (véase 1 Nefi 10:17–19; 2 Nefi 32:5; Moroni 10:5).

El Espíritu Santo inspira: Él nos da ideas, sentimientos y palabras, ilumina nuestro entendimiento y dirige nuestros pensamientos (véase 1 Nefi 4:6).

El Espíritu Santo testifica: Él testifica del Padre y del Hijo (véase 2 Nefi 31:18; 3 Nefi 28:11; Éter 12:41).

El Espíritu Santo enseña: Él aumenta nuestro conocimiento (véase 2 Nefi 32:5).

El Espíritu Santo santifica: Después del bautismo podemos ser santificados mediante la recepción del Espíritu Santo (véase 3 Nefi 27:20).

El Espíritu Santo recuerda: Él nos trae a la memoria cosas aprendidas en el momento en que más las necesitamos (véase Juan 14:26).

El Espíritu Santo consuela: En épocas de tribulación o desesperación, el Espíritu Santo puede elevar nuestro espíritu y darnos esperanza (véase Moroni 8:26), enseñarnos “las cosas apacibles del reino” (D. y C. 36:2), y ayudarnos a sentir “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7)3.

La influencia del Espíritu Santo

En el primer capítulo del Libro de Mormón aprendemos que Lehi “fue lleno del Espíritu del Señor” (1 Nefi 1:12). En el último capítulo del Libro de Mormón, Moroni nos promete que Dios “[nos] manifestará la [veracidad del Libro de Mormón] por el poder del Espíritu Santo” (Moroni 10:4).

Desde el principio hasta el final de este inspirado libro de Escritura, el Espíritu Santo participa de forma activa en la vida del pueblo de Dios. Esa poderosa influencia se extiende y conmueve a todos los lectores del Libro de Mormón que oran, muestran fe y tienen un deseo sincero de saber la verdad (véase Moroni 10:4–5).

¿Cómo podemos reconocer al Espíritu Santo y ejercer el derecho que tenemos en calidad de miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días de recibir Su influencia en nuestras vidas? El élder Craig C. Christensen, de la Presidencia de los Setenta, enseñó: “Todos tenemos experiencias con el Espíritu Santo, aun cuando puede que no siempre las reconozcamos. Cuando nos llegan pensamientos inspirados a la mente, sabemos que son verdaderos por las impresiones espirituales que nos llegan al corazón4.

A fin de aumentar nuestra capacidad para recibir la influencia y la guía del Espíritu Santo en nuestra vida, nosotros, al igual que Nefi, necesitamos cultivar el deseo de recibir, ejercer la fe en el Señor Jesucristo, “orar siempre, y no desmayar” (2 Nefi 32:9) y obedecer los mandamientos.

El presidente Thomas S. Monson nos ha pedido que hagamos algo más: “Abran el corazón, abran el alma misma al sonido de esa voz especial que testifica de la verdad… Ruego que siempre estemos a tono, que podamos escuchar esa voz consoladora que nos guía y que nos mantendrá a salvo”5.

De mi padre aprendí la lección de escuchar de una manera práctica: al trabajar con relojes de pared y de pulsera. Hoy en día valoro la lección que me enseñó. De hecho, el Espíritu Santo aún me trae esa lección a la mente y al corazón, y me recuerda la promesa de las cosas buenas por venir.

Esa experiencia me ha ayudado a buscar momentos de quietud en los que pueda escuchar la voz del Espíritu. Escuchar con atención al Espíritu Santo me ayuda a determinar si me encuentro en el camino correcto o si necesito cambiar el curso, para que pueda estar en sintonía con los deseos del Padre Celestial.

Notas

  1. Robert D. Hales, “El Espíritu Santo”, Liahona, mayo de 2016, pág. 105.

  2. Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 139.

  3. Para saber más sobre las funciones del Espíritu Santo, véanse David A. Bednar, “Siempre retendréis la remisión de vuestros pecados”, Liahona, mayo de 2016, págs. 59–62; Robert D. Hales, “El Espíritu Santo”, págs. 105–107.

  4. Véase de Craig C. Christensen, “Un inefable don de Dios”, Liahona, noviembre de 2012, pág. 14; cursiva agregada.

  5. Thomas S. Monson, “Guarden los mandamientos”, Liahona, noviembre de 2015, pág. 84.