2017
Rescatada en el vestíbulo
Abril de 2017


Voces de los Santos de los Últimos Días

Rescatada en el vestíbulo

Imagen
mother with children in the foyer

Ilustración por Allen Garns.

A menudo mi esposo tiene que trabajar los domingos, por lo que yo me encargo de llevar sola a nuestros cuatro hijos a la Iglesia. Un domingo en particular, durante la reunión sacramental, mis dos niños pequeños no se estaban llevando bien. Si conseguía que uno se interesara en un libro, su hermano lo quería. Intenté darles golosinas, juguetes o que colorearan, pero nada funcionó. Me sentía abrumada con mis hijos, quienes al parecer simplemente no podían estar tranquilos ni siquiera una hora.

Saqué un pequeño juguete de mi bolso y se lo di a mi hijo de un año; inmediatamente se dejó oír un grito de mi hijo de tres años, Tyson, que se abalanzaba sobre su hermano menor para tratar de quitarle el juguete. Me sentí avergonzada por tener que llevar a dos niños pequeños gritando y peleando hacia el vestíbulo.

Las lágrimas me humedecieron el rostro de inmediato. ¿Por qué tenía que ser tan difícil? Estaba haciendo lo que el Padre Celestial quería que hiciera al llevar a mi familia a la Iglesia, ¿no?, pero no podía hacerlo más. Era agotador y vergonzoso luchar cada semana sola con mis niños en la reunión sacramental; no quería regresar jamás.

Tuve esos pensamientos solo unos 15 segundos cuando una hermana a quien casi no conocía salió al vestíbulo tras de mí; era la hermana Beus. Por lo general se sentaba sola, ya que su esposo servía en el obispado y sus hijos ya eran mayores. Me dijo: “Siempre está aquí sola, y veo que se esfuerza mucho. ¿Puede sentarse Tyson conmigo?”. ¡Ni siquiera podía pensar en una respuesta! Solo asentí con la cabeza mientras ella lo tomaba de la mano y lo llevaba, tranquilo y feliz, de vuelta al salón sacramental.

Sequé mis lágrimas, cargué a mi bebé y regresé humildemente al salón sacramental para disfrutar el resto de la reunión en paz.

El siguiente domingo, al entrar a la reunión sacramental, Tyson buscó a su nueva amiga. Por la noche él oraba y decía: “Gracias, Padre Celestial, por la hermana Beus; ¡la quiero mucho!”.

Han pasado más de tres años y Tyson todavía busca a la hermana Beus en la capilla. El año pasado la llamaron para ser la maestra de Tyson en la Primaria; era el niño más feliz del mundo.

Estoy muy agradecida por la hermana Beus y por su buena disposición de amar y servir a los demás. Sé que podemos bendecir la vida de otras personas cuando servimos como lo hizo el Salvador.