2017
Sanar al país amado: La fe de Julia Mavimbela
Julio de 2017


Sanar al país amado: La fe de Julia Mavimbela

La vida de Julia Mavimbela cambió de repente en 1955, cuando su esposo murió en un accidente automovilístico. Las evidencias del lugar del accidente indicaban que la otra persona implicada, un hombre blanco, había cruzado al carril de John. No obstante, se dictaminó que el hombre no tenía culpa alguna. Además, los oficiales de policía blancos dijeron que las personas de raza negra eran malas conductoras, por lo cual John era culpable del accidente1.

Julia tenía 37 años de edad y cuatro hijos, más otro en camino. El racismo, la policía y el sistema judicial la habían agraviado; sin embargo, con el tiempo, aprendió a no ceder a la amargura; má bien, pasó la vida luchando para sanarse y sanar a su amado país mediante el servicio cristiano. Eso fue posible gracias a su amor por su tierra, su fe en Dios y su dedicación a vivir de conformidad con los principios de su religión.

Julia, la más pequeña de cinco hijos, había nacido en 1917. Su padre falleció cuando Julia tenía cinco años; su madre quedó sola para criar a los hijos por sus propios medios, y buscó trabajo como lavandera y empleada doméstica.

La mamá de Julia era una mujer religiosa que enseñaba a sus hijos con la Biblia. “Mi madre me había enseñado a tolerar los malos tragos de la vida y me había instado a jamás mirar atrás, sino a mirar adelante”, dijo Julia. La madre de Julia también comprendía la importancia de la formación académica y había hecho todo lo posible, dentro de sus limitados medios económicos, para que sus hijos recibieran instrucción formal.

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Julia and John Mavimbela on their wedding day

Fotografías cortesía de Thoba Elizabeth Mavimbela Karl–Holla

Julia recibió capacitación y formación adicional y trabajó como maestra y directora de una escuela hasta que conoció y se casó con John Mavimbela en 1946. John era propietario de una tienda de comestibles y una carnicería. Julia dejó su profesión para trabajar allí y juntos construyeron una casa y tuvieron hijos. A pesar de las restricciones del apartheid, la vida era buena. Sin embargo, todo aquello cambió con la muerte de John.

En la lápida de su esposo, Julia esculpió estas palabras:En

memoria del amado

John Phillip Corlie Mavimbela.

De su esposa y familia.

Aunque el nudo en la garganta permanezca,

que en paz descanse su alma.

Al describir la cuarta línea del epitafio, Julia dijo: “Al momento de escribirlo, el nudo en la garganta que permanecía era odio y amargura; por el hombre que había causado el accidente, por los policías que habían mentido [y] por el tribunal que había considerado a mi esposo culpable del accidente que le quitó la vida”2. Una de sus mayores pruebas fue vencer esa amargura e ira.

Poco después de la muerte de su marido, durante una noche de “turbado sueño”, Julia soñó que John se le aparecía, le entregaba algunos overoles [monos] y le decía: “Ponte manos a la obra”. Al describir el resultado del sueño, Julia dijo: “Hallé una forma de apartarme de las preocupaciones de aquellos años; y fue mediante la ayuda a la comunidad”.

Veinte años después, a mediados de la década de 1970, la reacción de las personas de raza negra al régimen del apartheid había pasado de las manifestaciones pacíficas a los disturbios violentos. Una de las zonas más proclives a la violencia era Soweto, donde vivía Julia; quien dijo: “Soweto se volvió diferente de cualquier otro lugar que hubiéramos conocido. Era como si estuviésemos en un campo de batalla”.

Julia temía que se reabrieran sus heridas de amargura: “Habían transcurrido más de veinte años desde la muerte de John, pero aún podía sentir el dolor de aquel momento”. En un esfuerzo por procurar sanar, tanto para sí misma como para su gente, Julia pensó: “Quizás no todo esté perdido si puedo enseñar a los niños a que amen labrar la tierra”. Fundó una huerta comunitaria que simbolizaba esperanza para personas que solo conocían el temor y la ira.

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Julia working in a community garden

Mientras trabajaba con los niños en la huerta comunitaria, les enseñaba: “Labremos la tierra de la amargura, sembremos una semilla de amor y veamos qué frutos nos brinda… No habrá amor sin perdonar a los demás”.

Julia dijo: “Sabía desde el fondo del corazón que araba la tierra de mi propia amargura conforme perdonaba a quienes me habían hecho daño”. La amargura que permanecía tras la muerte de John comenzó a desaparecer.

En 1981, Julia conoció la Iglesia. Los misioneros, que efectuaban servicio comunitario en Soweto, hallaron un centro para niños con gran necesidad de reparaciones. Durante varias semanas, limpiaron el lugar3.

Cierto día, se le pidió a Julia que prestara servicio en el mismo club de niños. Cuando llegó, se asombró al ver a “dos muchachos blancos hendiendo palas con fuerza en la rojiza tierra”. Los misioneros le preguntaron si podían ir a su casa a compartir un mensaje. Tres días después, los élderes David McCombs y Joel Heaton aparecieron ataviados con ropa y placa de misioneros.

Julia dijo que las primeras dos lecciones misionales le “entraron por un oído y le salieron por el otro”. No obstante, en la tercera visita, los misioneros le preguntaron sobre una fotografía de Julia y John que colgaba en la pared. Ella mencionó que su esposo había fallecido y los misioneros se sintieron inspirados a hablarle acerca del Plan de Salvación y del bautismo por los muertos. Julia dijo: “Entonces comencé a escuchar —a escuchar de verdad— con el corazón… Mientras los misioneros me enseñaban el principio de los lazos eternos, sentí que esa era la manera de estar con mis padres y mi esposo”. Se bautizó cinco meses después.

Un mes después del bautismo, Julia habló en una conferencia de estaca. “Cuando subí al estrado”, dijo, “creo que casi todos se asombraron. Era la primera vez que veían que una persona de raza negra hablara en una conferencia; para algunos tal vez fuera la primera vez que oyeran a una persona negra dirigirse a una audiencia”. Se sintió inspirada a hablar sobre la muerte de su esposo y los años difíciles que había pasado. Describió su amargura y cómo “finalmente había hallado la Iglesia que podía [enseñarle] a perdonar de verdad”.

Sin embargo, su lucha contra la incomprensión y los prejuicios no había terminado, incluso después que concluyera el régimen de segregación racial apartheid en 1994.

El élder Dale G. Renlund, del Cuórum de los Doce Apóstoles, en su mensaje de la Conferencia General de abril de 2015 “Los Santos de los Últimos Días siguen intentándolo”, relató un incidente en que Julia y su hija Thoba sintieron que “algunos miembros de raza blanca no las trataron muy cordialmente”. Thoba se quejó de dicho trato. Lo que podría haberse vuelto fácilmente una excusa para dejar la Iglesia, llegó a ser una invaluable oportunidad de enseñanza. Julia contestó: “¡Ay, Thoba!, la Iglesia es como un hospital grande, y todos estamos enfermos de alguna manera. Vamos a la Iglesia para que se nos ayude”4.

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Julia in native Zulu dress and in temple dress

A la derecha: Julia con su traje tradicional zulú y prestando servicio en el Templo de Johannesburgo, Sudáfrica.

Fotografía de Julia como obrera del templo cortesía de la Biblioteca de Historia de la Iglesia

Julia descubrió que la sanación era posible por medio del evangelio de Jesucristo, no solo para sí misma, sino también para su nación. Su servicio en el Templo de Johannesburgo, Sudáfrica, le ha enseñado que en el templo “no hay diferencia con el afrikáner. No hay inglés, ni situ, ni zulu. conoces el sentimiento de unidad”.

Julia Mavimbela falleció el 16 de julio de 2000.

Notas

  1. Salvo que así se indique, las citas se han tomado de Laura Harper, “‘Mother of Soweto’: Julia Mavimbela, Apartheid Peace-Maker and Latter-day Saint”, manuscrito no publicado, Biblioteca de Historia de la Iglesia, Salt Lake City.

  2. En el texto de Harper, se emplea la palabra lámpara en vez de la expresión nudo en la garganta. Sin embargo, Thoba confirmó que la expresión grabada en la lápida era nudo en la garganta.

  3. De David Lawrence McCombs, entrevista con el autor, 25 de agosto de 2015.

  4. Dale G. Renlund, “Los Santos de los Últimos Días siguen intentándolo”, Liahona, mayo de 2015, págs. 57–58.