2017
Mi regalo al Salvador
Diciembre de 2017


Mi regalo al Salvador

La autora vive en Idaho, EE. UU.

Como misionera, me sentía incompetente. ¿Qué podía hacer para dejar de centrarme en mí misma y empezar a centrarme en el Salvador?

Imagen
gift to the Savior

Ilustración por Dinara Mirtalipova.

Rusia es muy frío en el invierno y por lo general nublado, lo que hacía que los días fueran grises y un tanto deprimentes. Eran los últimos días de noviembre y, además del clima deprimente, me sentía sola, incompetente e incapaz de ser una buena misionera. Se me acababa de dar la asignación de capacitar a una nueva compañera y, aun cuando la hermana Hart era magnífica, ahora me sentía muy presionada a aprender mejor el idioma, a ser un ejemplo y a encontrar a alguien —a cualquiera— a quien pudiéramos enseñar.

Nos acababan de avisar que nuestro nuevo presidente de misión iba a llevar a cabo una conferencia de zona en Ekaterimburgo, a cinco horas de nuestra área de Perm. Muy temprano en una mañana fría de diciembre, la hermana Hart y yo fuimos a la estación de tren.

Mientras esperábamos, medité sobre los sentimientos que había estado teniendo. Pensé en los días de fiesta que se aproximaban y en el anhelo que tenía de estar con mi familia. La emoción de estar en el campo misional se había disipado y ahora sentía que no había logrado mucho como misionera en los nueve meses que había estado allí. Finalmente anunciaron que nuestro tren había llegado, de modo que abordamos y nos sentamos, y empecé a pensar en el Salvador. Cerré los ojos y pedí en oración que pudiera hallar la manera de hacer a un lado esos sentimientos y de centrarme mejor en Él.

En la conferencia de zona al día siguiente, el discurso del presidente Rust fue hermoso y sincero. Cuando la hermana Rust se levantó a hablar, compartió una historia sencilla de cómo el Salvador es el pastor que iría a buscar a la oveja que se había apartado para traerla de nuevo al redil. Habló de los sacrificios que el Salvador ha hecho por nosotros y finalmente dio un potente testimonio de la oportunidad que nosotros, como misioneros, tenemos de servirle al traer a Sus ovejas perdidas al redil. La hermana Rust nos desafió a pensar en un regalo que le pudiéramos dar al Salvador esa Navidad.

Cuando nos dio el desafío, tuve la fuerte impresión de que el regalo que yo debía darle al Salvador era el de simplemente hablar con más personas. Hasta ese momento me había sentido aterrorizada de comenzar una conversación con personas completamente extrañas, ¡especialmente en ruso! No quería que pensaran que era tonta porque no les entendía, así que era simplemente más fácil no decir nada. Sin embargo, en ese momento supe exactamente lo que debía hacer. Tenía que dejar de pensar en mí y comenzar a pensar en mis hermanos y hermanas. Me puse la meta de hablar con alguien sobre el Evangelio en todo vehículo de transporte que tomara durante el resto del mes y de dedicar eso como mi regalo de Navidad al Salvador.

Cuando la hermana Hart y yo abordamos otro tren de regreso a Perm la siguiente mañana, comencé con mi meta de hablar con las personas que estaban sentadas a mi lado. No les interesó mucho lo que les compartí, pero ¡por lo menos intenté!

El dar mi regalo al Salvador fue una lucha diaria, pero poco a poco me di cuenta de que estaba más feliz y tenía más confianza, y sentí que estaba cumpliendo mejor con mi llamamiento como misionera. La Navidad llegó y pasó, pero decidí que seguiría hablando con las personas. Empecé a hablar con ellas no solo cuando estábamos en algún transporte público, sino también en la calle, en la tienda, en la biblioteca y en todo lugar al que íbamos.

El que yo hablara más con las personas no hizo que encontráramos a alguien a quien enseñar; sin embargo, siento que planté semillas del Evangelio. Hicimos nuevos amigos con conductores de autobuses, con personas en la tienda de comestibles y con otras personas. Lo mejor era que cuando veíamos a alguien de nuevo, a menudo los veíamos sonreír, y eran ellos los que nos saludaban primero. Tengo fe de que esas semillas que plantamos algún día florecerán cuando surjan nuevas oportunidades para que esas personas aprendan sobre el Evangelio. El Padre Celestial trabaja en formas pequeñas y sencillas, y a veces comienza con un simple “hola”.

Ahora que pienso en ese momento que estaba en el tren rumbo a Ekaterimburgo, me doy cuenta de que el Padre Celestial contestó mi oración. Me ayudó a ver que la obra misional no se trata de mí, sino de los demás, y que cuando ponemos a los demás por encima de nosotros y nuestras propias preocupaciones y pesares, encontramos la felicidad que todos estamos buscando. Me maravilla lo generoso que es el Salvador, porque aun cuando nos esforzamos por darle todo cuanto podamos a Él, nos bendice y nos regresa cien veces más.