2019
El Padre Celestial envió una nota
Febrero de 2019


El Padre Celestial envió una nota

Carol Whitaker

Oregón, EE. UU.

Imagen
sacrament tray

Ilustración por Greg Newbold

Tras 11 años luchando con la demencia, mi esposo murió. Para mí, su fallecimiento fue agridulce. Yo había sido su cuidadora, su amiga, su amada y aunque estaba feliz de que él ya no tendría que sufrir más, lo extrañaba muchísimo. Pensaba que sabía acerca del sufrimiento pero la tristeza y la sensación de pérdida me hicieron sentir cosas que no esperaba.

Para mi sorpresa y preocupación, la negatividad llegó a mi vida. Me sentí ignorada, inútil e invisible con mi familia, mis amigos y los miembros del barrio. Me dejé caer en la auto compasión y sentía resentimiento hacia los demás.

Un domingo, me senté en la parte de atrás de la capilla. Observé a una hermana amigable y extrovertida que se reunía con otros miembros del barrio. Era amable y generosa con todos.

“Pero”, pensé, “¡ella nunca me ha preguntado cómo estoy, nunca me ha ofrecido sus condolencias, nunca ha verificado lo difícil que ha sido para mí el fallecimiento de mi esposo!”.

Estos pensamientos negativos continuaron al comenzar el himno sacramental. Sentí que no podía participar de la Santa Cena con tales sentimientos de resentimiento en el corazón.

“¡Tienes que pedir ayuda para deshacerte de esos sentimientos ya!”, pensé.

Oré para que se disipara la oscuridad. Esa hermana no merecía mi resentimiento en lo más mínimo. Oré para pedir perdón y recibir ayuda para dejar atrás mi resentimiento. En el momento en que un diácono se puso frente a mí con la bandeja, sentí que podía participar de la Santa Cena. A lo largo de la semana siguiente, seguí orando para recibir guía.

El domingo siguiente entré en el vestíbulo y vi a la mujer en la que había centrado mi atención la semana anterior.

“¡Oh, Carol!”, dijo ella. “¡He estado pensando mucho en usted! Me imagino lo difíciles que han sido las cosas para usted. Ha cuidado a su esposo durante mucho tiempo. Este cambio debe ser difícil para usted. ¿Cómo está?”.

Hablamos durante unos minutos y me dio un abrazo maravilloso. ¡Me quedé sin palabras! Me senté en el banco habitual de la capilla con una gran sonrisa. Le di las gracias a mi Padre Celestial inmediatamente. Él había enviado a esa buena hermana una nota para decir las palabras que yo necesitaba oír. De ese momento en adelante, he sentido que el Padre Celestial me tiene presente. Él me ha dado la fortaleza para afrontar la “nueva normalidad” que ha comenzado en mi vida.