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Capítulo 18: Mosíah 1–3


Capítulo 18

Mosíah 1–3

Introducción

Con la ayuda de los santos profetas que había entre su pueblo, el rey Benjamín trabajó “con todas las fuerzas de su cuerpo y las facultades de su alma entera” para “establec[er] la paz en el país” (Palabras de Mormón 1:18). Cerca del final de su vida, Benjamín convocó al pueblo para que se reuniera en el templo, y, al estar allí congregados, dio un informe sobre su reinado, nombró a su hijo Mosíah como su sucesor, enseñó acerca del evangelio y la expiación de Cristo y exhortó a los nefitas a tomar sobre sí el nombre de Jesucristo. La parte del discurso de Benjamín que se explora en este capítulo del manual demuestra los ideales que él defendía: la disposición de servir a los demás, la gratitud por la divina providencia y el depender del Salvador. Al vivir conforme con los principios que enseñó el rey Benjamín podemos volvernos más humildes y fortalecer nuestra relación de convenio con Dios.

Comentario

Mosíah 1:1–2. Cambio de narraciones de primera a tercera persona en el libro de Mosíah

  • En el libro de Mosíah ocurre un cambio de la narración en primera persona que se vio en los primeros libros del Libro de Mormón a una narración en tercera persona. Los libros de 1 Nefi a Omni se tradujeron de las planchas menores de Nefi y son obra de los escritores originales; por consiguiente, se escribieron en primera persona. Todos los libros de Mosíah a 4 Nefi, por su parte, vienen del compendio que hizo Mormón de las planchas mayores de Nefi. Estos libros son una versión abreviada de los registros de los autores originales.

Mosíah 1:3–10. Misterios de Dios

  • La frase “misterios de Dios”, en el uso que se le da en el Libro de Mormón (Mosíah 1:3), abarca los principios de salvación del evangelio de Jesucristo. Se les llama misterios no porque sean misteriosos o difíciles de entender sino porque Dios los revela de acuerdo con nuestra fe y obediencia, teniendo como propósito conducir a los hijos de Dios a la vida eterna. “Un misterio es una verdad que no se puede saber a no ser que sea mediante la revelación divina: un secreto sagrado… En la actualidad, grandiosas verdades, como las relativas a la restauración del sacerdocio, la obra por los muertos y el reestablecimiento de la Iglesia son ‘misterios’, porque no pudieron haberse descubierto de no ser por la revelación” (Hyrum M. Smith y Janne M. Sjodahl, The Doctrine and Covenants Commentary, edición revisada, 1972, pág. 141).

Mosíah 1:4–6. “El idioma de los egipcios”

  • Tanto Benjamín como Nefi (véase 1 Nefi 1:2) y Moroni (véase Mormón 9:32) hicieron referencia al idioma egipcio. En Mosíah 1:4–6, el rey Benjamín deja claro que había un motivo por el cual sus hijos debían aprender “el idioma de los egipcios”: era necesario a fin de estudiar los mandamientos que estaban en las planchas de bronce y en las planchas de Nefi (véase Mosíah 1:6). Desde los días de Nefi hasta los de Moroni, los nefitas tuvieron una variante del idioma egipcio (véase el comentario de 1 Nefi 1:2 en la página 11 y de Mormón 9:32–34 en la página 376).

Mosíah 1:10. Mosíah sería el nuevo rey

  • Un detenido examen del Libro de Mormón revela varias tradiciones y costumbres cuyo origen radica en el Israel antiguo. Existe una extraordinaria semejanza entre la forma en que Mosíah subió al trono nefita en los primeros capítulos de Mosíah y la manera de coronar a los reyes en el Antiguo Testamento (véase Stephen D. Ricks, “King, Coronation, and Covenant in Mosíah 1–6”, en John L. Sorenson y Melvin J. Thorne, editores, Rediscovering the Book of Mormon, 1991, pág. 209).

    Algunos destacables parecidos entre las ceremonias de coronación en el Libro de Mormón y en el Antiguo Testamento incluyen: (1) la creencia de que el cielo seleccionaba a los reyes (véanse Mosíah 1:9–10; 6:3, 5; 1 Reyes 2:15; 2 Reyes 15:5); (2) el santuario como lugar de coronación (véanse Mosíah 1:18; 1 Reyes 1:39–45); (3) la entrega de reliquias, artefactos y otros objetos sagrados en el momento de la coronación (véanse Mosíah 1:15–16; 2 Reyes 11:12); (4) la unción (véanse Mosíah 6:3; 1 Reyes 1:33–34) (véase Ricks, en Rediscovering the Book of Mormon, págs. 210, 213–214).

    “Además, lo ideal era que el nuevo rey asumiera el poder antes de que muriera el anterior, y este cambio de mando se relacionaba con la ceremonia en la que las personas hacían o renovaban convenios con Dios” (Ricks, en Rediscovering the Book of Mormon, pág. 216). Esto sucedió un poco después con el pueblo del rey Benjamín, cuando sus integrantes proclamaron: “estamos dispuestos a concertar un convenio con nuestro Dios de hacer su voluntad y ser obedientes a sus mandamientos” (Mosíah 5:5).

Mosíah 1:11–12. El nombre que el rey Benjamín quería darle a su pueblo

  • El propósito principal que tuvo el rey Benjamín al congregar a su pueblo era darle un nombre. Él deseaba elevarlos espiritualmente. Tanto él como muchos otros santos profetas habían dedicado años a predicar a las personas y a prepararlas a fin de que estuvieran preparadas en lo espiritual para tomar sobre sí el nombre de Cristo (véase Palabras de Mormón 1:5–18). A lo largo de su discurso, el rey Benjamín habló de cómo aceptar dignamente el nombre que deseaba darles, y entonces, en Mosíah 5:8–11, claramente señaló que el nombre era el de Jesucristo.

Mosíah 2:17
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Servicio

  • El presidente Howard W. Hunter (1907–1995) enseñó que la rectitud debe hallarse en el centro mismo de todo servicio que prestemos: “Continúen tratando de hallar oportunidades de servir al prójimo; no se preocupen demasiado por si la posición que ocupan se destaca… Aunque es importante saber que se nos aprecia, debemos concentrarnos en la rectitud, no el reconocimiento, en el servicio y no la posición. La fiel maestra visitante, que en silencio lleva a cabo su tarea mes tras mes, es tan importante para la obra del Señor como los que ocupan posiciones que algunos consideran de más prominencia en la Iglesia. El tener un cargo visible no equivale al valor que se tiene” (véase “A las mujeres de la Iglesia”, Liahona, enero de 1993, pág. 108).

  • El élder Robert J. Whetten, de los Setenta, explicó que el servicio que prestamos a los demás puede emplearse para medir la profundidad de nuestra propia conversión:

    “La conversión significa consagrar tu vida al cuidado y al servicio de los que necesiten tu ayuda, y compartir con los demás tus dones y bendiciones…

    “Todo acto abnegado de bondad y servicio aumenta tu espiritualidad. Dios trabajará por medio de ti para bendecir a otras personas. Tu incremento espiritual y progreso eterno continuos están estrechamente ligados en tus relaciones a la manera en que tratas a los demás. ¿De verdad amas a los demás y eres una bendición para ellos? ¿No se mide el grado de tu conversión según la forma en que tratas a otras personas? La persona que haga en la Iglesia estrictamente lo que le concierna y nada más, nunca alcanzará la meta de la perfección. El servicio a los demás es el punto clave del Evangelio y de la vida exaltada” (Liahona, mayo de 2005, pág. 91).

  • El élder Dallin H. Oaks, del Quórum de los Doce Apóstoles, nos ayudó a entender que además del servicio que prestamos, importa mucho por qué lo hacemos:

    “La última razón… es, en mi opinión, la mayor de todas. En su relación con el servicio, es lo que las Escrituras llaman ‘un camino aún más excelente’ (1 Corintios 12:31)…

    “Para que nuestro servicio sea el más eficaz, debemos llevarlo a cabo por el amor a Dios y el amor a Sus hijos” (Liahona, enero de 1985, pág. 11).

Mosíah 2:21–24, 34. “Le sois deudores”

  • El élder Joseph B. Wirthlin (1917–2008), del Quórum de los Doce Apóstoles, enseñó que debemos dedicar todos nuestros días a procurar la vida eterna como manera de expresar nuestra gratitud por la deuda que Jesucristo pagó a favor de nosotros:

    “¿Cómo podremos pagar alguna vez la deuda que tenemos con el Salvador? Él pagó el precio de una deuda que no era Suya para librarnos de una deuda que nunca podremos pagar. Por causa de Él, viviremos para siempre y, por causa de Su expiación infinita, nuestros pecados pueden ser expurgados, lo cual nos permitirá experimentar el mayor de todos los dones de Dios: la vida eterna [véase D. y C. 14:7].

    “¿Se puede poner precio a un don así? ¿Podremos en momento alguno compensar tal don? El rey Benjamín, un profeta del Libro de Mormón, enseñó: ‘…si diereis todas las gracias y alabanza que vuestra alma entera es capaz de poseer, a ese Dios que os ha creado… [y si] lo sirvieseis con toda vuestra alma, todavía seríais servidores inútiles’ [Mosíah 2:20–21]” (Liahona, mayo de 2004, pág. 43).

  • La mejor forma que cada uno tiene de demostrar gratitud por lo que el Padre Celestial y Jesucristo nos han brindado es guardar los mandamientos. El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) enseñó:

    “Nos mostramos sumamente desagradecidos a nuestro Padre y a Su Hijo Amado cuando nos inclinamos a no obedecer los mandamientos en toda humildad con ‘corazones quebrantados y espíritus contritos’. La violación de cualquier mandamiento divino es un acto de suma ingratitud, considerando todo lo que se ha hecho por nosotros mediante la expiación de nuestro Salvador.

    “Nunca podremos pagar totalmente la deuda. La gratitud de nuestro corazón debería rebosar, hasta desbordar con amor y obediencia, por esta grande y tierna merced. A causa de lo que Él ha hecho, nosotros no deberíamos fallarle nunca. Él nos compró por un precio, el precio de Su gran sufrimiento y el derramamiento de Su sangre en sacrificio sobre la cruz.

    “Y bien, Él nos ha pedido que obedezcamos Sus mandamientos, y nos dice que éstos no son gravosos; sin embargo, hay muchos de nosotros que no sentimos el deseo de hacerlo. Estoy hablando ahora de toda la gente de la tierra en general. Nosotros no tenemos deseos de hacerlo. Esto ciertamente es una ingratitud. Somos desagradecidos.

    “Cada miembro de esta Iglesia que viola el día de reposo, que no es honrado en el pago de sus diezmos, que no guarda la Palabra de Sabiduría, que voluntariamente viola cualquiera de los otros mandamientos que el Señor nos ha dado, es desagradecido para con el Hijo de Dios y cuando somos desagradecidos con el Hijo de Dios, lo somos también para con el Padre que lo envió” (Doctrina de Salvación, comp. de Bruce R. McConkie, tres tomos, 1954–1956, tomo I, págs. 131–132).

Mosíah 2:25. Nuestro cuerpo “pertenece a quien [nos] creó”

  • En Mosíah 2:25 aparece la respuesta del Señor a las personas que aseguran que “es mi cuerpo y puedo hacer con él lo que me dé la gana”. Lo que dice el rey Benjamín de que nuestros cuerpos le pertenecen a Dios conforma con las enseñanzas de Pablo cuando enseñó: “Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:20).

Mosíah 2:34–41. Rebelarse intencionalmente contra Dios

  • Cuando una persona sabe lo que es correcto y no lo hace, no sólo viola la ley en sí, sino que se coloca en un estado de oposición a Dios, lo cual, de por sí, constituye una seria ofensa. El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) dio el siguiente sencillo ejemplo de ese tipo de rebelión: “Recuerdo que un obispo me contó de una hermana que fue a pedir su recomendación. Cuando le preguntó si cumplía con la Palabra de Sabiduría, ella le contestó que de vez en cuando tomaba una taza de café, y dijo: ‘Ahora, obispo, usted no me va a impedir entrar en el templo por eso, ¿verdad?’. A lo que él contestó: ‘Hermana, estoy seguro de que usted no va a permitir que una taza de café se interponga entre usted y la Casa del Señor’” (véase Liahona, julio de 1990, pág. 66).

Mosíah 3:5, 17–18. ¿Qué quiere decir la frase Señor Omnipotente?

  • Varios profetas del Libro de Mormón, entre ellos el rey Benjamín, emplean el vocablo omnipotente, palabra que el élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Quórum de los Doce Apóstoles, definió así: “Cristo es el Señor Omnipotente (Mosíah 3:5, 17–18, 21; 5:2, 15), lo cual quiere decir que en calidad de Señor de todo, todo lo puede” (Mormon Doctrine, segunda edición, 1966, pág. 452).

Mosíah 3:7. Tan grande fue su angustia

  • Con las palabras “la espantosa aritmética de la Expiación”, el élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Quórum de los Doce Apóstoles, describió el padecimiento que experimentó Jesucristo:

    “¡Imagínense a Jehová, el creador de éste y otros mundos, ‘asombrado’! Jesús era consciente de lo que tenía que hacer, pero no lo había experimentado. Nunca había sentido en carne propia el intenso y agotador proceso de una expiación. Así, cuando la agonía le sobrevino en toda su intensidad, ¡era mucho, muchísimo, peor de lo que aun Él, con su singular intelecto, pudo haber imaginado jamás! ¡No es de extrañar que haya aparecido un ángel para fortalecerlo! (Véase Lucas 22:43.)

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    Cristo orando en Getsemaní

    Del Parson, © 1987 IRI

    “El peso acumulado de todos los pecados terrenales —pasados, presentes y futuros— cayó sobre aquella Alma perfecta, inmaculada y sensible. De alguna forma todas nuestras flaquezas y enfermedades también formaron parte de la espantosa aritmética de la Expiación (véase Alma 7:11–12; Isaías 53:3–5; Mateo 8:17). El angustiado Jesús no sólo suplicó al Padre que apartara aquella hora y copa de Él, sino que lo hizo con estas palabras tan pertinentes: ‘Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa’ (Marcos 14:35–36).

    “¿Acaso Jesús, siendo Jehová, no había dicho a Abraham: ‘¿Hay para Dios alguna cosa difícil?’? (Génesis 18:14). ¿No había dicho Su ángel a la perpleja María: ‘Porque ninguna cosa es imposible para Dios’? (Lucas 1:37; véanse también Mateo 19:28; Marcos 10:27; Lucas 18:27).

    “¡La súplica de Jesús no era dramatización!

    “En esa situación extrema, ¿esperaría Él, tal vez, que apareciera la zarza con el carnero del rescate? No lo sé. Su sufrimiento —que era, por así decirlo, enormidad multiplicada por infinidad— provocó más tarde el clamar de Su alma en la cruz, un clamor de desamparo (véase Mateo 27:46.)

    “Aun así, Jesús mantuvo esa sublime sumisión, tal como había demostrado en Getsemaní: ‘Pero no sea como yo quiero, sino como tú’ (Mateo 26:39)” (véase Liahona, julio de 1985, págs. 69–70).

  • Un comentarista escribió que lo que el Salvador sufrió fue el peso total de la consecuencia de la Caída: “Jesús sabía que la espantosa hora de Su más profunda humillación había llegado, que desde ese momento hasta que sonara aquel gran clamor con el que expiró, nada le quedaba en la tierra que no fuera la tortura del dolor de cuerpo y la intensidad de la angustia de mente. Todo el sufrimiento que la anatomía humana es capaz de tolerar estaba por desatarse sobre Su cuerpo desfalleciente; toda miseria que el insulto cruel y desmoralizador puede imponer había de oprimir Su alma; y en este tormento de cuerpo y agonía de alma, aun la serenidad sublime y radiante de Su divino espíritu había de sufrir un eclipse breve pero terrible. El dolor en su más punzante ardor, la vergüenza en su más abrumadora brutalidad, toda la carga del pecado y el misterio de la existencia del hombre en su apostasía y caída, todo esto, acumulado de la forma más inexplicable, era lo que ahora debía enfrentar” (F. W. Farrar, The Life of Christ, Londres: Cassell and Co., 1874, páginas 622–623; citado por Bruce R. McConkie, The Mortal Messiah, Book 4, 1981, pág. 126).

Mosíah 3:17. “No se dará otro nombre”

  • La Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles afirmaron que la salvación llega por medio de Jesucristo: “Damos testimonio, en calidad de Sus apóstoles debidamente ordenados, de que Jesús es el Cristo Viviente, el inmortal Hijo de Dios. Él es el gran Rey Emanuel, que hoy está a la diestra de Su Padre. Él es la luz, la vida y la esperanza del mundo. Su camino es el sendero que lleva a la felicidad en esta vida y a la vida eterna en el mundo venidero” (“El Cristo Viviente: El Testimonio de los Apóstoles”, Liahona, abril de 2000, pág. 3).

Mosíah 3:19.
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El hombre natural

  • Las palabras natural o por naturaleza, como se las usa comúnmente, se refieren a una parte inherente de nuestra identidad, a algo con lo que nacemos. Sin embargo, en las Escrituras natural quiere decir caído o pecaminoso. Aunque nacen siendo inocentes (véase D. y C. 93:38), por la caída de Adán todos los hombres llegan a un mundo caído y a un estado de muerte espiritual (véase Alma 42:9), separados de la presencia de Dios. Puesto que conocen el bien y el mal (véase Moisés 4:11; 5:11) y viven en este estado imperfecto, todos pecan (véanse Romanos 3:23; 1 Juan 1:8, 10) y experimentan como resultado una “caída” propia (véase Moisés 6:49, 55). En otras palabras, uno se convierte en un “hombre natural” por causa de transgredir la ley de Dios (véanse Alma 42:10, 12; D. y C. 20:20). Por tanto, el hombre natural es enemigo de Dios (véase Mosíah 3:19 ) hasta que al vivir los mandamientos de Dios califica para recibir la influencia purificadora de la Expiación (véase Mosíah 3:11–12, 19 ).

  • El rey Benjamín enseñó que para despojarnos del hombre natural debemos someternos al influjo del Santo Espíritu (véase Mosíah 3:19 ). En un discurso de conferencia, el élder Neal A. Maxwell habló sobre cómo podemos lograr esa tarea: “La rectitud, la adoración, la oración y el estudio personales de las Escrituras son sumamente esenciales para ‘[despojarnos] del hombre natural’ (Mosíah 3:19)” (véase Liahona, enero de 2001, pág. 44).

    En un discurso anterior, el élder Maxwell presentó, además del tener cuidado, otra herramienta para despojarse del hombre natural: “La esperanza se hace particularmente necesaria en la lucha cuerpo a cuerpo requerida para despojarse del hombre natural (véase Mosíah 3:19). El renunciar a Dios y a sí mismo es simultáneamente rendirse al hombre natural” (véase Liahona, enero de 1995, pág. 40).

Mosíah 3:19.
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Llegar a ser santo

  • Analizando lo que quiere decir ser santo, el élder Quentin L. Cook, del Quórum de los Doce Apóstoles, citó la siguiente definición y después dio ejemplos de cosas de las que debemos alejarnos:

    “En griego, la palabra santo da a entender la idea de ‘apartado [y] separado’ [en Daniel H. Ludlow, editor, Encyclopedia of Mormonism, cinco tomos, 1992, tomo III, pág. 1249]. Si vamos a ser santos en nuestros días, debemos alejarnos de la conducta malvada y de los fines destructivos que imperan en el mundo.

    “Se nos acosa con imágenes de violencia e inmoralidad. La música inapropiada y la pornografía se toleran cada vez más; y el uso de las drogas y del alcohol está fuera de control. Se hace cada vez menos hincapié en la honradez y en la buena reputación. Se exigen los derechos individuales pero se desatienden los deberes, las responsabilidades y las obligaciones. Ha aumentado el lenguaje grosero y la ostentación hacia lo despreciable y vulgar. El adversario ha sido implacable en sus esfuerzos por destruir el plan de felicidad. Si nos apartamos de esa conducta mundana, tendremos el Espíritu en nuestra vida y experimentaremos el gozo de ser Santos de los Últimos Días dignos” (véase Liahona, noviembre de 2003, págs. 95–96).

Mosíah 3:19.
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“Como un niño”

  • El presidente Henry B. Eyring, de la Primera Presidencia, enseñó sobre la forma en que volverse “como un niño” (Mosíah 3:19) nos lleva a estar a salvo espiritualmente:

    “El rey Benjamín pone en claro que podemos… cambiar nuestro estado natural mediante la expiación de Jesucristo. Ésa es la única forma de edificar sobre el fundamento seguro y de permanecer firmes en la rectitud durante las tempestades de la tentación.

    “El rey Benjamín describe ese cambio con una hermosa comparación, de la que se han valido los profetas desde hace miles de años, y el Señor mismo, la cual es: que podemos y debemos volvernos como un niño… como un niño pequeñito.

    “Para algunas personas, eso no será fácil de comprender ni de aceptar. A la mayoría de nosotros nos gusta ser fornidos, por lo que podríamos considerar que ser como un niño equivaldría a ser débiles…

    “Pero el rey Benjamín, que comprendía tan bien como cualquier mortal lo que significa ser hombre de fortaleza y de valentía, pone en claro que ser como un niño no es ser infantil, sino que es ser como el Salvador, que pidió a Su Padre en oración fortaleza para poder hacer Su voluntad, y entonces la hizo. Nuestro estado natural tiene que cambiar para volvernos como un niño y adquirir la fortaleza que debemos tener para estar a salvo en los momentos de peligro moral…

    “Estamos a salvo sobre la roca que es el Salvador si nos hemos sometido con fe a Él, si hemos respondido a la orientación del Santo Espíritu para guardar los mandamientos el tiempo suficiente y con la fidelidad suficiente para que el poder de la Expiación haya efectuado un cambio en nuestro corazón. Una vez que, mediante esa experiencia, nos hayamos vuelto como un niño en nuestra capacidad de amar y de obedecer, nos encontramos en el fundamento seguro.

    “Del rey Benjamín aprendemos lo que podemos hacer para llegar a ese lugar seguro. Pero hay que recordar que las cosas que hacemos son los medios y no el fin de lo que deseamos lograr. Lo que hacemos permite que la expiación de Jesucristo nos cambie a lo que debemos ser. Nuestra fe en Jesucristo nos lleva al arrepentimiento y a guardar Sus mandamientos. Obedecemos y resistimos la tentación cuando seguimos la inspiración del Espíritu Santo. Con el paso del tiempo, nuestro estado natural cambiará y nos volveremos como un niño pequeñito, obedientes a Dios y más llenos de amor. Ese cambio, si hacemos todo lo que debemos por conservarlo, nos hará merecedores de recibir los dones que vienen por medio del Espíritu Santo. Entonces, nos encontraremos a salvo sobre la única roca segura” (Liahona, mayo de 2006, págs. 15–16).

Para meditar

  • ¿De qué formas el servir a los demás lo ha ayudado a usted a acercarse a Dios?

  • ¿En qué manera es que la Expiación le permite vencer al hombre natural? ¿Por qué se puede llegar a ser santo únicamente por medio de la expiación de Cristo? (véase Mosíah 3:19 ).

  • En Mosíah 1:5–6 se explica que tener las Escrituras “ante [sus] ojos” evitó que los nefitas degeneraran en la incredulidad. ¿Por qué es importante que usted tenga el hábito de estudiar las Escrituras personalmente cada día?

Tareas sugeridas

  • El rey Benjamín explicó que cuando se nos enseña la palabra de Dios, “ya no [somos] hallados… sin culpa” a la vista de Él (Mosíah 3:22). Escriba una reacción al siguiente argumento: Si escuchar la palabra de Dios nos hace asumir más responsabilidad, ¿qué ventaja tendría estudiar el Evangelio y aprender más? (véase D. y C. 130:18–19; 131:6). Encuentre y enumere por lo menos tres pasajes de las Escrituras que describan las bendiciones de estudiar el Evangelio.

  • Basándose en Mosíah 3, haga un bosquejo que señale y explique la misión del Salvador, incluso en Su paso por la vida terrenal y en la vida después de la tierra.