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Capítulo 52: Éter 11–15


Capítulo 52

Éter 11–15

Introducción

El trágico relato que se encuentra en el libro de Éter, sobre la destrucción de una nación que fue grandiosa, nos ayuda a ver las consecuencias inevitables de rechazar a los profetas y los resultados devastadores del pecado desenfrenado. Por otra parte, también leemos allí algunas enseñanzas profundas en cuanto a la fe en Jesucristo. Las enseñanzas conjuntas de los profetas Éter y Moroni demuestran que la fe lleva al arrepentimiento, efectúa milagros y convierte las debilidades personales en puntos fuertes. Lamentablemente, los jareditas rehusaron hacer caso de las enseñanzas de Éter y se alejaron de las verdades que podrían haberlos salvado. A medida que lea los capítulos 11–15 del libro de Éter, hágase esta pregunta: “¿Qué lecciones contienen estos capítulos para mí y para la generación en la que vivo?”.

Comentario

Éter 11. Las etapas finales de la civilización jaredita

  • Así como sucedería con los nefitas, la sociedad jaredita pasó repetidamente por el ciclo de prosperidad, apostasía, juicio, arrepentimiento, prosperidad, etc. Finalmente, al igual que con los nefitas, la gravedad de la apostasía y de la iniquidad se volvió cada vez más fatal. (Véase el diagrama “El ciclo de rectitud e iniquidad” en el apéndice, página 434.) Éter 11 recuenta las etapas finales del ciclo de apostasía de los jareditas. Rechazaron a los profetas, se burlaron de ellos y los vilipendiaron. A pesar de que el rey Shule había promulgado una ley que protegía a los profetas y castigaba a los que los perseguían (véase Éter 7:23–26), un rey posterior adoptó la política de ejecutar a los profetas (véase Éter 11:5). Finalmente, la iniquidad se tornó tan generalizada que los profetas “se lamentaron y se retiraron de entre el pueblo” (Éter 11:13). (Véase el comentario de Helamán 12:5–6 en la página 289).

Éter 11:2–5, 13, 20–22. Rechazaron las palabras de los profetas

  • El profeta Amós enseñó que la función de los profetas es advertir al pueblo de la destrucción inminente (véase 2 Nefi 25:9; véase también Ezequiel 33:7–10). Éter 11 demuestra claramente las consecuencias de no hacer caso a las amonestaciones proféticas. Considere lo que dijo el presidente Henry B. Eyring, de la Primera Presidencia, con respecto al costo de rechazar los consejos proféticos y acerca de la seguridad que proviene de escuchar a los profetas:

    “Para los que tienen una fe firme, resulta razonable buscar el camino hacia la seguridad en el consejo de los profetas. Cuando habla un profeta, los que tengan poca fe podrán creer que sólo escuchan a un hombre sabio que da buenos consejos. Luego, si ese consejo parece cómodo y razonable, y está de acuerdo con lo que ellos desean hacer, lo aceptan; si no es así, consideran que no es un buen consejo o contemplan las circunstancias que los rodean para justificarse y de ese modo considerarse una excepción. Los que no tengan fe podrán pensar que sólo escuchan a hombres que tratan de ejercer influencia por algún motivo egoísta…

    “En mi vida, siempre que he elegido posponer seguir el consejo inspirado o que he decidido que yo era la excepción, he llegado a darme cuenta de que me había puesto en peligro. Siempre que he escuchado el consejo de los profetas, lo he confirmado por medio de la oración, y después lo he seguido, y he visto que me dirigía a un lugar seguro” (véase Liahona, julio de 1997, págs. 27–28).

Éter 11:7–8. Los desastres naturales pueden llevar al arrepentimiento

  • Leemos que, como resultado de las guerras, hambrunas, pestilencias y destrucciones, el pueblo empezó a arrepentirse de su iniquidad. El presidente Joseph F. Smith (1838–1918) nos ayudó a entender que en ocasiones el Señor se vale de los desastres naturales para hacer que Sus hijos se arrepientan:

    “Aun cuando ellos mismos tiemblan a causa de su propia iniquidad y pecados, los Santos de los Últimos Días creen que van a venir grandes juicios sobre el mundo por motivo de la iniquidad; firmemente creen en las palabras de las Santas Escrituras, de que sobrevendrán calamidades a las naciones como señales de la venida de Cristo en juicio. Creen que Dios reina en el fuego, en el terremoto, las irrupciones del mar, la erupción volcánica y la tormenta. Lo aceptan como Maestro y Señor de la naturaleza y sus leyes, y francamente reconocen Su mano en todas las cosas. Creemos que se derraman Sus juicios para que el género humano se dé cuenta de Su poder y propósitos, a fin de que se arrepienta de sus pecados y se prepare para la segunda venida de Cristo a reinar con justicia sobre la tierra…

    “Creemos que el Señor manda estas graves calamidades naturales sobre los hombres para el bien de Sus hijos, a fin de estimular su devoción para con otros y hacer surgir lo bueno que hay en ellos, para que puedan amarlo y servirlo” (Doctrina del Evangelio, 1978, pág. 53; para ver referencias adicionales en las que el Señor se vale de los elementos de la naturaleza para hablarle a personas que rehúsan arrepentirse, véanse Helamán 12:3; D. y C. 43:21–25; 88:88–91).

Éter 12:4. “Un ancla a las almas de los hombres”

  • El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) enseñó sobre la necesidad que tenemos de centrar nuestra vida en torno a Cristo: “Vivimos en un mundo de incertidumbre. Para algunos habrá grandes logros; para otros, decepción. Para algunos, mucho regocijo y alegría, buena salud y un buen vivir; para otros, tal vez enfermedad y una porción de pesar. No lo sabemos; pero una cosa sí es segura: Al igual que la estrella polar de los cielos, pese a lo que depare el futuro, allí está el Redentor del mundo, el Hijo de Dios, firme y seguro como el ancla de nuestra vida inmortal. Él es la roca de nuestra salvación, nuestra fortaleza, nuestro consuelo, el núcleo mismo de nuestra fe” (Liahona, julio de 2002, pág. 101).

Éter 12:6
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Dominio de las Escrituras
“La prueba de vuestra fe”

  • La fe no siempre se pone a prueba mediante la adversidad. El élder Richard G. Scott, del Quórum de los Doce Apóstoles, enseñó que en ocasiones “la prueba de [nuestra] fe” consiste sencillamente en ejercer la fe: “Puedes aprender a utilizar más efectivamente la fe al aplicar este principio que enseñó Moroni: ‘…la fe es las cosas que se esperan y no se ven; por tanto, no contendáis porque no veis, porque no recibís ningún testimonio sino hasta después de la prueba de vuestra fe’ [Éter 12:6; cursiva agregada]. Por tanto, cada vez que pongas a prueba tu fe —o sea, que actúes con rectitud ante una impresión— recibirás la evidencia confirmadora del Espíritu. Esos sentimientos serán fortificados por tu fe. A medida que repitas ese patrón, tu fe se fortalecerá” (véase Liahona, mayo de 2003, pág. 76).

  • El élder Jeffrey R. Holland, del Quórum de los Doce Apóstoles, escribió acerca de los distintos niveles de fe que experimentamos y de los requisitos previos para que éstos se manifiesten: “La fe preparatoria se forma con las experiencias del pasado, con lo conocido, lo cual proporciona una base para creer. Pero la fe redentora a menudo se debe ejercer en lo referente a experiencias venideras, a lo desconocido, lo cual ofrece una oportunidad para lo milagroso. La fe rigurosa, la que mueve montañas, como la del hermano de Jared, esa fe precede al milagro y al conocimiento. Él tuvo que creer antes de que Dios hablase. Tuvo que actuar antes de que la capacidad para llevar a cabo la acción llegara a ser evidente. Tuvo que entregarse por adelantado a toda la experiencia antes de siquiera el primer tramo de su realización. La fe es aceptar de forma incondicional —y por anticipado— cualquier condición que Dios pueda exigir tanto en el futuro cercano como en el lejano” (Christ and the New Covenant, 1997, págs. 18–19).

  • El presidente Gordon B. Hinckley dio un ejemplo del principio de recibir la confirmación “después de la prueba” de la fe:

    “Quisiera contarles la historia de una hermana de São Paulo, Brasil. Ella trabajaba y cursaba estudios universitarios al mismo tiempo, a fin de proveer para su familia. Emplearé las palabras de ella al contar esta historia. Dice:

    “‘La universidad en la que estudiaba tenía un reglamento que prohibía a los alumnos dar examen si debían los derechos o cuotas. Por esa razón, cada vez que cobraba mi sueldo, separaba primero el dinero del diezmo y las ofrendas y repartía el resto para los pagos de la universidad y otros gastos.

    “‘Recuerdo la ocasión en que… me encontré en serios aprietos económicos. Era jueves cuando cobré mi sueldo. Al calcular el presupuesto del mes, me di cuenta de que no tendría dinero suficiente para pagar mi diezmo y la universidad. Tendría que escoger uno de los dos. Los exámenes bimestrales comenzarían la semana siguiente y, si no los daba, me iba a arriesgar a perder todo el año escolar. Sentí una angustia terrible… Estaba destrozada. Tenía que tomar una decisión dolorosa y no sabía qué decidir. Sopesé las dos opciones: pagar el diezmo y arriesgar la probabilidad de no obtener los créditos necesarios para ser aprobada en la universidad.

    “‘Ese sentimiento me consumía el alma y seguí experimentándolo hasta el sábado. Entonces recordé que, al bautizarme, había aceptado cumplir la ley del diezmo. Había asumido una obligación, no con los misioneros, sino con mi Padre Celestial. En aquel momento, la angustia comenzó a desaparecer y empezó a ocupar su lugar una agradable sensación de tranquilidad y determinación…

    “‘Aquella noche, al orar, le pedí al Señor que me perdonase por mi indecisión. El domingo, antes de que comenzara la reunión sacramental, me puse en contacto con el obispo y con gran placer pagué mi diezmo y mis ofrendas. Aquél fue un día especial. Me sentía feliz y en paz en mi interior y con el Padre Celestial.

    “‘Al día siguiente, en la oficina, intenté buscar la forma de poder dar los exámenes que comenzarían el miércoles. Cuanto más pensaba, más lejos me sentía de hallar una solución…

    “‘La jornada de trabajo iba llegando a su fin cuando mi jefe fue a darme las últimas órdenes del día. Una vez que lo hubo hecho, con su maletín en la mano, se despidió de mí… De pronto, se detuvo y volviéndose a mirarme, me preguntó: “¿Cómo le está yendo en la universidad?”. Eso me sorprendió, y me costó dar crédito a mis oídos. Lo único que pude contestar con voz temblorosa fue: “¡Todo marcha bien!”. Pensativo, me miró y volvió a despedirse…

    “‘Inesperadamente, la secretaria entró en la habitación y me dijo que era yo una persona muy afortunada.Cuando le pregunté por qué me decía eso, simplemente respondió: “El jefe acaba de decir que a partir de hoy la empresa le pagará todos los gastos de la universidad y los textos de estudio. Antes de irse, pase por mi escritorio a decirme a cuánto asciende la cantidad y mañana le daré el cheque”.

    “‘Después de que ella se hubo ido, llorando y sintiendo una gran humildad, me arrodillé en el mismo lugar en el que me encontraba y le di gracias al Señor por Su generosidad… Le dije a nuestro Padre Celestial que no tenía que bendecirme tanto, que yo sólo tenía que hacer el pago de un mes, ¡y el diezmo que yo había pagado el domingo era muy pequeño comparado con la cantidad que recibiría! Durante esa oración, acudieron a mi mente las palabras que se encuentran en Malaquías: “…probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3:10). Hasta aquel momento, nunca había comprendido la magnitud de la promesa de esa Escritura, ni que ese mandamiento es en efecto una atestiguación del amor que Dios, nuestro Padre Celestial, da a Sus hijos aquí en la tierra’” (véase Liahona, mayo de 2002, págs. 81–82).

Éter 12:8–22. La fe y los milagros

  • Éter 12:8–22 se encuentra lleno de ejemplos de “las maravillas y los milagros que se efectúan por medio de la fe” (encabezamiento de Éter 12). Las Lectures on Faith [Disertaciones sobre la fe] explican que la fe es el principio de poder para hacer milagros:

    “La fe no sólo es el principio de acción, sino también de poder, en todos los seres racionales, ya sea en los cielos o en la tierra…

    “…Fue por fe que se hicieron los mundos. Dios habló, el caos oyó y los mundos se pusieron en orden por causa de la fe que había en Él. Y así fue con el hombre; él habló por fe en el nombre de Dios, y el sol se detuvo, la luna obedeció, las montañas se movieron, las prisiones cayeron, fueron cerradas las bocas de los leones, el corazón humano perdió su enemistad, el fuego su violencia, los ejércitos su poder, la espada su terror y la muerte su dominio; y todo esto por la fe que había en Él” (1985, págs. 3, 5).

Éter 12:27.
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Dominio de las Escrituras
Debilidad, humildad y gracia

  • La debilidad llega a los hombres y las mujeres mediante la caída de Adán. El cuerpo físico y la mente son propensos a las enfermedades y al deterioro. Nos encontramos sujetos a las tentaciones y las dificultades, y cada uno de nosotros experimenta sus propias flaquezas. No obstante, el Señor claramente enseña que en la medida en que acudamos a Él con humildad y fe, Él nos ayudará a convertir nuestra debilidad en fuerza. Basta con Su gracia para hacer realidad esta transformación, que nos eleva por encima de nuestras propias capacidades naturales. De modo muy íntimo, experimentamos la forma en que la Expiación vence los efectos de la Caída.

    El élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Quórum de los Doce Apóstoles, habló acerca de la forma en que el Señor puede ayudarnos a vencer nuestras debilidades: “Cuando en las Escrituras leemos acerca de la ‘debilidad’ del hombre, ese término abarca la genérica y necesaria flaqueza inherente a la condición humana, en la cual la carne influye en el espíritu incesantemente (véase Éter 12:28–29). Sin embargo, la debilidad asimismo abarca las debilidades específicas de cada uno, las cuales se espera que venzamos (véase D. y C. 66:3; Jacob 4:7). La vida suele dejar al descubierto estas debilidades” (Lord, Increase Our Faith, 1994, pág. 84).

    Además, el élder Maxwell explicó que reconocer nuestras debilidades es una de las maneras que ha escogido el Señor para hacer que aprendamos más:

    “Cuando somos indebidamente impacientes en cuanto al tiempo de un Dios omnisciente, en realidad estamos sugiriendo que sabemos más que Él. Es extraño, ¿verdad? Nosotros, que usamos reloj de pulsera, tratamos de aconsejar a quien administra los relojes y los calendarios cósmicos.

    “Debido a que Dios quiere que regresemos a Su hogar después de haber llegado a ser más cómo Él y Su Hijo, parte de este proceso de desarrollo consiste, necesariamente, en mostrarnos cuáles son nuestras debilidades. En consecuencia, si poseemos la esperanza definitiva, seremos sumisos porque, con Su ayuda, esas debilidades pueden convertirse aun en puntos fuertes (véase Éter 12:27).

    “No es cosa fácil, sin embargo, que nos muestren nuestras debilidades, puesto que las circunstancias de la vida nos las manifiestan con regularidad. No obstante, ello es parte de venir a Cristo, y es también una parte esencial, aunque dolorosa, del plan divino de felicidad” (véase Liahona, enero de 1999, pág. 72).

    Las Escrituras dan testimonio de que Jesucristo puede no sólo salvarnos de nuestros pecados sino también de nuestras deficiencias:

    1. “…Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Corintios 12:9).

    2. “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16).

    3. “…el Señor Dios nos manifiesta nuestra debilidad para que sepamos que es por su gracia… por [lo] que tenemos poder para hacer estas cosas” (Jacob 4:7).

    4. “…yo sé que nada soy; en cuanto a mi fuerza, soy débil; por tanto, no me jactaré de mí mismo, sino que me gloriaré en mi Dios, porque con su fuerza puedo hacer todas las cosas…” (Alma 26:12).

    5. “…y si os abstenéis de toda impiedad, y amáis a Dios con toda vuestra alma, mente y fuerza, entonces su gracia os es suficiente, para que por su gracia seáis perfectos en Cristo…” (Moroni 10:32).

    Moroni enseñó que no sólo debemos ejercer fe en el Señor, sino que también debemos humillarnos.

    El libro Leales a la Fe explica lo que significa la humildad verdadera: “Ser humilde es reconocer con agradecimiento tu dependencia del Señor y comprender que tienes la necesidad constante de recibir Su apoyo. La humildad es el reconocimiento de que tus aptitudes y talentos son dones de Dios; no es señal de debilidad, de timidez ni de temor, sino una indicación de que sabes de dónde proviene tu verdadera fortaleza” (Leales a la Fe: Una referencia del Evangelio, 2004, pág. 103).

  • En la Guía para el Estudio de las Escrituras dice que la gracia es “el poder de Dios que hace posible que los seres humanos reciban bendiciones en esta vida y obtengan la vida eterna y la exaltación después de ejercer la fe, arrepentirse y hacer lo posible por guardar los mandamientos. Esta ayuda o fortaleza divina proviene de la misericordia y el amor de Dios” (“Gracia”).

  • El presidente Thomas S. Monson ofreció las siguientes palabras de consuelo: “Si hubiere alguien que se siente demasiado débil para cambiar los altibajos progresivos de su vida, o si hubiere alguien que no se decide a mejorar debido al más grande de los temores, el temor al fracaso, no existe una seguridad más reconfortante que las palabras del Señor: ‘…basta mi gracia’, dijo, ‘a todos los hombres que se humillan ante mí; porque si se humillan ante mí, y tienen fe en mí, entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos’” (véase Liahona, julio de 2000, págs. 58–59).

Éter 12:33–37. Este amor es la caridad

  • El Salvador demostró la más perfecta caridad, o amor sacrificado, cuando entregó Su vida y llevó a cabo la Expiación por cada uno de nosotros. Debemos orar para “[ser] llenos de este amor” a fin de heredar la vida eterna (Moroni 7:48). El élder Marvin J. Ashton (1915–1994), del Quórum de los Doce Apóstoles, explicó qué quiere decir tener caridad:

    “La caridad quizás sea, en muchos sentidos, una palabra que se interpreta mal. A menudo, equiparamos el concepto de la caridad con visitar a un enfermo, llevarle comida a algún necesitado o compartir lo que nos sobra con aquellos que son menos afortunados. Sin embargo, la verdadera caridad es mucho, mucho más.

    “La caridad verdadera no es algo que se dé; es algo que se adquiere y que se incorpora a nuestro ser; y cuando la virtud de la caridad se graba en nuestro corazón, nunca más volvemos a ser los mismos. Esto hace que el sólo pensar en [menospreciar a los demás] sea repulsivo.

    “Quizás adquiramos la mayor caridad al ser amables los unos con los otros, al no juzgar ni adjudicar categorías a los demás, al limitar nuestras malas opiniones de otras personas o permanecer en silencio. La caridad es aceptar las diferencias, debilidades y faltas de los demás; es tener paciencia con alguien que nos haya fallado; es resistir el impulso de sentirnos ofendidos cuando alguien no hace las cosas de la manera en que nos hubiera gustado. La caridad es rehusar aprovecharnos de las debilidades de otros y estar dispuestos a perdonar a alguien que nos haya herido. La caridad es esperar lo mejor los unos de los otros” (véase Liahona, julio de 1992, pág. 21).

Éter 12:41. Permanecer

  • Después de pasar un año en Chile, el élder Jeffrey R. Holland compartió las siguientes ideas en cuanto a la palabra permanecer: “‘Permaneced en mí’ es un concepto comprensible y hermoso en la elegante versión del rey Santiago de la Biblia en inglés, pero el vocablo inglés que corresponde a ‘permanecer’ ya no es una palabra que se emplee mucho. Personalmente, adquirí una apreciación aún más profunda de esta admonición del Señor al leer la traducción de ese pasaje en otro idioma. En español, dice ‘permaneced en mí’. Al igual que el verbo inglés ‘abide’, el verbo ‘permanecer’ equivale a quedarse en un determinado lugar o mantener una determinada posición y hasta un [angloparlante] como yo comprende que en este contexto significa ‘quedarse, pero quedarse para siempre’” (Liahona, mayo de 2004, pág. 32).

Éter 13:1–12. Nueva Jerusalén

  • En Éter 13:1–12 se describe el gran vidente que era Éter. El Señor le mostró muchas cosas maravillosas, entre ellas el establecimiento de una Nueva Jerusalén antes de la Segunda Venida. Preste atención a lo que dijo Éter acerca de la Nueva Jerusalén:

    1. Será “el santo santuario del Señor” (Éter 13:3).

    2. Será edificada en el continente americano para el resto de la posteridad de José (véanse los versículos 4–6).

    3. Será una ciudad santa semejante a la Jerusalén edificada para el Señor (véanse los versículos 8–9).

    4. Permanecerá hasta que la tierra sea celestializada (véase el versículo 8).

    5. Será una ciudad para los puros y los justos (véase el versículo 10).

    El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) escribió lo siguiente acerca de la Nueva Jerusalén:

    “El concepto que prevalece en el mundo es que ésta [la Nueva Jerusalén] es la ciudad de Jerusalén, la antigua ciudad de los judíos que en el día de regeneración será renovada, pero eso no es en realidad así. En el libro de Éter leemos que el Señor le reveló a éste muchas de las mismas cosas que vio Juan. Éter, como sabrán los miembros de la Iglesia, fue el último profeta entre los jareditas, y el Señor le reveló muchas cosas con respecto a la historia de los judíos y de la ciudad de Jerusalén que existió en los tiempos del ministerio de nuestro Salvador. En su visión, semejante en muchos aspectos a la que recibió Juan, Éter vio la antigua ciudad de Jerusalén y también la nueva ciudad que aún no se ha construido, y escribió en cuanto a ellas lo que sigue, tal como se encuentra en los registros de Moroni:

    “[Éter 13:2–11]…

    “En el día de la regeneración, cuando todo sea renovado, habrá tres grandes ciudades santas. Una será la Jerusalén antigua, que será reconstruida según la profecía de Ezequiel. Otra será la Sión de Enoc, que fue arrebatada de la tierra cuando Enoc fue trasladado, la cual también se restaurará; y la ciudad de Sión, o sea, la Nueva Jerusalén, que la simiente de José construirá aquí, sobre este continente americano” (Answers to Gospel Questions, comp. por Joseph Fielding Smith, hijo, cinco tomos, 1957–1966, tomo II, págs. 103–104).

Éter 13:15–31. Coriántumr

  • Coriántumr había dedicado mucho tiempo al estudio adiestrándose en “todas las artes de guerra, y en toda la astucia del mundo” (Éter 13:16), pero a pesar de ello había rechazado el sencillo mensaje de Éter, el cual le habría dado la paz que toda su destreza y su capacitación militar no habían podido darle.

    Adviértase la promesa que el profeta Éter hizo a Coriántumr, registrada en Éter 13:20–21, como así también su cumplimiento (véanse Éter 15:1–3, 26–32; Omni 1:20–22).

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    Coriántumr y Éter

    Robert Barret, © 1986 IRI

Éter 14–15. La última batalla jaredita

  • Coriántumr y Shiz permitieron que todos sus seguidores fueran muertos sin antes dar fin al conflicto. No podemos comprender en toda su magnitud el horror de esa batalla final entre los jareditas en la cual aun a las mujeres y a los niños les fueron dadas armas y se los envió a luchar (véase Éter 15:15). Esto nos pinta un cuadro ilustrativo de lo que llegan a ser las personas cuando el Espíritu del Señor las abandona y deja de contender con ellas (véase el versículo 19).

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    Coriántumr mata a Shiz

    Robert Barret, © 1986 IRI

Para meditar

  • ¿De qué forma el poder habilitador de la Expiación ha convertido sus debilidades en puntos fuertes?

  • ¿De qué manera sirve el libro de Éter como advertencia a las naciones de la tierra en la actualidad?

  • El enojo y el odio jugaron un papel importante en la destrucción de los jareditas. ¿Qué función considera que tienen el enojo y el odio en el mundo actual? ¿Cómo puede combatir esto en su propia área de influencia?

  • ¿Cómo se ha puesto a prueba su fe o su determinación espiritual? ¿De qué modo sirvieron estas pruebas de su fe para darle confirmaciones adicionales de Jesucristo o entendimiento de verdades eternas?

Tareas sugeridas

  • Determine una deficiencia o falla personal que tenga usted a raíz de la debilidad del estado terrenal. Valiéndose de Éter 12:27 como guía, trace una estrategia que le permita convertir esa debilidad en fortaleza.

  • Medite en cuanto al ruego que nos hace Moroni de “buscar a este Jesús de quien han escrito los profetas y apóstoles, a fin de que la gracia de Dios el Padre, y también del Señor Jesucristo, y del Espíritu Santo… esté y permanezca en vosotros para siempre jamás” (Éter 12:41). Prepare un breve trabajo escrito en el que delinee lo que puede hacer para “buscar a Jesús” y obtener “la gracia de Dios el Padre”.