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Los deberes del presbítero


Lección 7

Los deberes del presbítero

El propósito de esta lección es ayudarnos a comprender los deberes de los presbíteros.

Introducción

El Señor ha mandado a cada poseedor del sacerdocio que “ocupe… su propio oficio, y trabaje en su propio llamamiento” (D. y C. 84:109). Para poder hacerlo, primero debemos aprender cuáles son nuestras diferentes responsabilidades en el sacerdocio y después cumplirlas. Como presbíteros, nuestras obligaciones son enseñar, bautizar, administrar la Santa Cena, visitar a los miembros y ordenar a otros al sacerdocio; a medida que cumplimos con esos deberes, no solamente estamos ayudando a edificar el Reino de Dios, sino que también nos estamos preparando para recibir el Sacerdocio de Melquisedec. Cuando recibimos este sacerdocio y somos ordenados al oficio de élder, podemos recibir el llamamiento de servir en una misión regular; sin embargo, nuestra eficacia como misionero depende de lo bien preparados que estemos para servir. Podemos prepararnos para ser buenos misioneros al magnificar nuestro llamamiento como presbíteros.

Los deberes del presbítero

El Señor ha dado a los presbíteros muchos deberes que llevar a cabo, incluso los de los diáconos y los maestros. Los deberes específicos de un presbítero se hallan en Doctrina y Convenios.

Pida a los miembros de la clase que lean y marquen D. y C. 20:46–48. ¿Cuáles son los deberes de un presbítero? Anote las respuestas en la pizarra. (Deben incluirse las que se indican en la sección “Preparación del maestro”, al final de esta lección.)

Enseñar

Uno de los deberes que tenemos como presbíteros es “predicar, enseñar, exponer, exhortar” (D. y C. 20:46), lo cual significa que debemos enseñar a otros los principios del Evangelio. Para poder así hacerlo, debemos antes aprender cuáles son. El Señor ha dicho: “No intentes declarar mi palabra, sino primero procura obtenerla, y entonces será desatada tu lengua; luego, si lo deseas, tendrás mi espíritu y mi palabra, sí, el poder de Dios para convencer a los hombres” (D. y C. 11:21).

Obtenemos la palabra de Dios de varias maneras: en nuestro hogar, por medio de nuestros padres; en nuestros quórumes del sacerdocio, por medio de quienes nos instruyen; en la Escuela Dominical y en la reunión sacramental.

Una de las mejores maneras de aprender la palabra de Dios es mediante el estudio personal y diario de las Escrituras. No debe haber poseedor del sacerdocio tan ocupado que no pueda estudiar regularmente las Escrituras; a medida que las escudriñemos y meditemos, el Señor nos ayudará a comprenderlas. Después, una vez que comprendamos el Evangelio, podremos enseñarlo a otros.

También podemos cumplir con nuestro deber de enseñar el Evangelio a otros por medio de nuestro ejemplo recto. Muchas veces nuestro buen ejemplo anima a otros a vivir el Evangelio.

En forma específica, ¿qué podemos hacer para enseñar el Evangelio?
Muestre la ayuda visual 7-a, “Cuando un presbítero bautiza a una persona, ésta entra en el Reino de Dios”.

Bautizar

Otro deber del presbítero es el de bautizar (véase D. y C. 20:46). El bautismo mediante la autoridad apropiada es una de las ordenanzas más importantes y sacras en la Iglesia, ya que mediante la misma entramos en el Reino de Dios. Es la sagrada responsabilidad del presbítero el administrar esta ordenanza salvadora cuando le han autorizado hacerlo quienes presiden sobre él.

Muestre la ayuda visual 7-b, “Los presbíteros tienen la sagrada responsabilidad de administrar la Santa Cena a los miembros de la Iglesia”.

Administrar la Santa Cena

El honor de administrar la Santa Cena se otorga principalmente a los presbíteros, y esta ordenanza se efectúa ofreciendo las oraciones sacramentales. Como presbíteros, debemos, por lo tanto, estar familiarizados con las oraciones sacramentales, vestir adecuadamente y lavar nuestras manos antes de efectuar esta ordenanza; pero por sobre todas las cosas, debemos ser dignos de efectuar esta sagrada ordenanza, porque somos los representantes del Salvador.

Visitar a los miembros

El Señor ha mandado a los presbíteros “visitar la casa de todos los miembros, y exhortarlos a orar vocalmente, así como en secreto, y a cumplir con todos los deberes familiares” (D. y C. 20:47). Cumplimos con esto cuando efectuamos nuestras visitas a las familias que nos han sido asignadas, durante las cuales podemos conocer cuáles son las necesidades de sus miembros; podemos orar con ellos, enseñarles los principios del Evangelio e instarles a cumplir con sus deberes familiares; podemos ser amistosos con los miembros de esas familias en nuestras reuniones de la Iglesia y en el vecindario, participar con ellos en actividades de la Iglesia, escolares y de la comunidad.

Ordenar a otros

Los presbíteros tienen también la autoridad de ordenar a otros presbíteros, maestros y diáconos (véase D. y C. 20:48), pero solamente cuando hayan recibido permiso del líder del sacerdocio que les preside y que tiene las llaves, es decir, la autoridad para otorgar dicho permiso. El poder de conferir el sacerdocio a otros es sagrado. Fue restaurado a la tierra por Juan el Bautista cuando ordenó a José Smith y a Oliver Cowdery al Sacerdocio Aarónico (véase D. y C. 13). El mismo Juan el Bautista recibió autoridad de parte de un ángel que actuó en el nombre de Dios (véase D. y C. 84:28); por lo tanto, el poder de ordenar a otros nos llega de Dios. Para efectuar esta importante ordenanza, debemos ser dignos y gozar de la compañía del Espíritu Santo. (Para mayor información, véase el capítulo 3, “La restauración del sacerdocio”.)

Muestre la ayuda visual 7-c, “El ayudar a los misioneros es tanto una obligación como un honor”.

Ser un misionero

El llamamiento de un presbítero incluye el ayudar en la obra misional. Este llamamiento fue parte de la Iglesia primitiva, y el Señor instruyó a José Smith que los miembros del Sacerdocio Aarónico deben hoy también ayudar a los élderes en sus misiones; su deber específico es planear citas y preparar el camino para los élderes (véase D. y C. 84:107–108). Hoy podemos ayudar en la obra misional colaborando con los misioneros regulares de nuestra área, ayudándoles a encontrar familias a quienes enseñar y concertando citas para ellos con las mismas; también podemos prepararnos para ser misioneros regulares.

Magnifiquemos nuestro llamamiento en el sacerdocio

Como presbíteros debemos estudiar nuestros deberes de enseñar, bautizar, administrar la Santa Cena, visitar a los miembros, ordenar a otros y ayudar en la obra misional. Al aprender y llevar a cabo tales deberes, tenemos el derecho a la protección y la guía del Señor. El presidente Wilford Woodruff, que sirvió en una misión como presbítero con un élder como compañero, dijo acerca de la misma:

“Fui como presbítero y mi compañero como élder; viajamos miles de kilómetros y se nos manifestaron muchas cosas. Deseo dejar bien claro en ustedes el hecho de que no hay diferencia alguna en un hombre, sea presbítero o Apóstol, si magnifica su llamamiento. Un presbítero posee las llaves de la ministración de ángeles. Nunca en mi vida, como Apóstol, Setenta o élder, he sentido más la protección del Señor que cuando me desempeñaba en el oficio de presbítero. El Señor me reveló por medio de visiones, de revelaciones y del Espíritu Santo, muchas cosas que había en mi futuro” (Millennial Star, 5 de octubre de 1891, pág. 629).

El obispo Victor L. Brown relató la siguiente experiencia sobre la forma en que los presbíteros deben magnificar su llamamiento:

“Un joven… escribió lo siguiente: ‘En una oportunidad asistí a un barrio que casi no contaba con poseedores del Sacerdocio de Melquisedec; pero de ninguna manera se trataba de un barrio espiritualmente aburrido, sino que, por el contrario, muchos de sus miembros fueron testigos del mayor despliegue del poder del sacerdocio que habían visto en su vida.

“‘Ese poder se centraba en los presbíteros. Por primera vez en su vida habían sido llamados para llevar a cabo todas las responsabilidades de los presbíteros y administrar las necesidades de sus hermanos en el barrio; también recibieron un llamamiento formal para hacer orientación familiar, no para ser el compañero aburrido de un élder que hacía una simple visita social, sino para bendecir a sus hermanos y hermanas.

“‘Anteriormente, había estado con cuatro de aquellos presbíteros en una situación distinta, en la que habían dado la impresión de ser unos rufianes; hacían renunciar a sus maestros de seminario después de dos o tres meses; provocaban el terror en las salidas de escultismo. Pero cuando los necesitaron, cuando se les confió una misión vital, fueron de los que demostraron ser más brillantes en el servicio del sacerdocio.

“‘El secreto fue que el obispo había instado al Sacerdocio Aarónico a que se elevara a la altura de los hombres a quienes pudieran visitar los ángeles; y ellos lo hicieron aliviando y fortaleciendo a aquellos que lo necesitaban. No sólo se fortalecieron los miembros del barrio, sino también los miembros del quórum. Se desarrolló una gran unidad en todo el barrio, y cada miembro comenzó a comprender lo que significa el que un pueblo sea uno en mente y corazón. En todo esto no hubo nada inexplicable, sino que todo fue resultado del adecuado ejercicio del Sacerdocio Aarónico’” (“The Vision of the Aaronic Priesthood,” Ensign, noviembre de 1975, pág. 68).

Pida a los miembros de la clase que compartan experiencias gratificantes que recuerden haber tenido como consecuencia de sus deberes en el sacerdocio.

El magnificar nuestro llamamiento nos prepara para ser misioneros eficaces

Si cumplimos con todos nuestros deberes de presbíteros, tendremos experiencia en las mismas cosas que haremos siendo misioneros: enseñaremos el Evangelio como misioneros, bautizaremos conversos, administraremos de vez en cuando la Santa Cena, visitaremos a los miembros y ordenaremos a otros al sacerdocio. A medida que llevemos a cabo esos deberes, nos fortaleceremos espiritualmente y estaremos mejor preparados para servir como misioneros cuando recibamos el llamamiento.

Uno de los propósitos del Sacerdocio Aarónico es preparar a quienes lo poseen para recibir el Sacerdocio de Melquisedec; aquellos presbíteros que sean dignos y que magnifiquen el Sacerdocio Aarónico, recibirán el de Melquisedec y serán ordenados al oficio de élder.

En su mayor parte, la obra misional regular la llevan a cabo los élderes. La mayoría de nosotros que dignamente poseamos el Sacerdocio Aarónico, seremos ordenados élderes a la edad de dieciocho años, lo cual nos da un año para aprender y poner en práctica los deberes de élder y prepararnos para servir en una misión regular. Esta preparación incluye el dedicarnos devotamente a las cosas de Dios, trabajar para servir al Señor y presidir rectamente sobre otros (véase D. y C. 121:34–38). A medida que hacemos esas cosas, aprendemos a confiar en el Señor; y si confiamos en el Señor, Él nos apoyará y cuidará en nuestras pruebas y aflicciones.

Wilford Woodruff nos relata una ocasión en que su vida fue protegida por el Señor. Un día se sintió impelido por el Espíritu a amonestar a un apóstata llamado padre Hakeman, quien dijo que El Libro de Mormón venía del maligno. El hermano Woodruff dijo:

“Me sentí fuertemente impelido tres veces a amonestar al padre Hakeman… La tercera vez que me reuní con él, su casa parecía estar llena de espíritus malignos; y mi espíritu se turbó por tal manifestación. Cuando terminé mi amonestación, le dejé, pero él me siguió con la intención de matarme. No tengo la menor duda sobre tal intención, porque me fue manifestada en visión. Cuando llegó a donde yo estaba, cayó muerto a mis pies, como si le hubiera caído un rayo del cielo. Era yo en aquel entonces presbítero, pero Dios me defendió y preservó mi vida” (The Discourses of Wilford Woodruff, págs. 297–298).

Experiencias extremas como la referida quizá nunca ocurran en la vida de un poseedor del sacerdocio recto. Sin embargo, de muchas maneras, algunas conocidas y otras desconocidas a nosotros, el Señor continúa protegiendo a sus siervos fieles.

¿Por qué es importante que los presbíteros se preparen y planeen salir en una misión?

Conclusión

El presidente Spencer W. Kimball ha dicho: “Frecuentemente surge la pregunta: ‘¿Debe todo joven cumplir una misión?’. La respuesta afirmativa la ha dado el Señor. Todo hombre joven ha de cumplir una misión. Él dijo:

“ ‘Enviad a los élderes de mi iglesia a las naciones que se encuentran lejos; a las islas del mar; enviadlos a los países extranjeros; llamad a todas las naciones, primeramente a los gentiles y luego a los judíos’ ” (D. y C. 133:8) (“When the World Will Be Converted,” Ensign, octubre de 1974, pág. 8).

Cometido

Llevar a cabo fielmente sus obligaciones en el Sacerdocio Aarónico para:

  1. Fortalecer a los miembros de su quórum y barrio o rama.

  2. Prepararse para recibir el Sacerdocio de Melquisedec y servir como misionero.

Preparación del maestro

Antes de presentar esta lección:

  1. Lea D. y C. 20:46–49.

  2. Consiga una pizarra y tiza.

  3. Prepare una lista de los siguientes deberes de un presbítero en la pizarra o en un cartel a fin de presentarla durante el análisis de la clase.

Los deberes del presbítero:

  1. Cumplir con los deberes de diácono y de maestro

  2. Enseñar el Evangelio

  3. Bautizar

  4. Administrar la Santa Cena

  5. Visitar a los miembros

  6. Ordenar a otros al Sacerdocio Aarónico

  7. Trabajar en la obra misional

  8. Asigne a miembros de la clase para que relaten las historias y para que lean los pasajes de las Escrituras de la lección.